Había una vez dos hermanos llamados María y Pedro. María tenía seis años y Pedro tenía cinco. Eran muy buenos amigos y les encantaba jugar juntos en el jardín de su casa. Un día soleado, decidieron aventurarse un poco más allá de lo usual y explorar el bosque que había cerca de su casa.
María y Pedro se tomaron de la mano y caminaron emocionados hacia el bosque. Al principio, todo era muy divertido. Veían mariposas de colores, escuchaban el canto de los pájaros y recogían flores hermosas. Pero pronto, se dieron cuenta de que habían caminado mucho y no sabían cómo regresar a casa.
«María, creo que estamos perdidos», dijo Pedro con una voz temblorosa.
«No te preocupes, Pedro», respondió María tratando de sonar valiente. «Vamos a encontrar el camino de vuelta. Solo necesitamos buscar algún lugar conocido.»
Siguieron caminando, pero cada vez se adentraban más en el bosque. Las plantas y los árboles parecían diferentes. Había flores que brillaban con una luz suave y arbustos que se movían como si tuvieran vida propia. Pedro comenzó a asustarse y María también, pero no quería mostrarlo.
De repente, escucharon un susurro. «Hola, pequeños. ¿Por qué están tan tristes?»
María y Pedro se miraron sorprendidos y vieron a una pequeña hada que volaba cerca de ellos. El hada tenía alas brillantes y una sonrisa amable.
«Nos hemos perdido», explicó María. «No sabemos cómo regresar a casa.»
El hada se acercó y dijo: «Mi nombre es Lila. Este bosque es mágico y puede ser confuso para quienes no lo conocen. Pero no se preocupen, yo los ayudaré a encontrar el camino de vuelta.»
Lila agitó su varita mágica y un sendero de luz apareció ante ellos. «Sigan este camino», dijo. «Los llevará a un lugar seguro donde podrán descansar y pensar en cómo regresar.»
María y Pedro siguieron el sendero de luz, sintiéndose un poco más tranquilos. Pronto llegaron a un claro hermoso, lleno de flores resplandecientes y árboles frutales. En el centro del claro había una pequeña casita hecha de ramas y hojas.
«Entren y descansen un poco», dijo Lila. «Voy a buscar a mis amigos para que nos ayuden.»
María y Pedro entraron en la casita y se sentaron en cómodos cojines. Pronto, Lila regresó con más criaturas mágicas del bosque. Había un gnomo llamado Tilo, un conejo que podía hablar llamado Brinco y un búho sabio llamado Soren.
«Hola, niños», dijo Tilo con una voz alegre. «Vamos a ayudarlos a encontrar el camino de regreso a casa. Pero primero, deben contarnos cómo llegaron hasta aquí.»
María y Pedro explicaron todo, desde que salieron de su casa hasta que se dieron cuenta de que estaban perdidos. Soren, el búho, escuchó con atención y luego dijo: «Este bosque tiene muchos caminos mágicos. Es fácil perderse si no conoces el camino. Pero hay un árbol muy antiguo en el corazón del bosque que puede ayudarnos. Él conoce todos los secretos de este lugar.»
«Vamos a llevarlos hasta el Gran Árbol», dijo Brinco. «Él sabrá qué hacer.»
Con Lila, Tilo, Brinco y Soren guiándolos, María y Pedro comenzaron su viaje hacia el corazón del bosque. En el camino, vieron muchas cosas asombrosas: ríos que brillaban como estrellas, flores que cantaban suavemente y animales que nunca habían visto antes.
Finalmente, llegaron a un árbol gigantesco con un tronco tan ancho que parecía una casa. Sus ramas se extendían hacia el cielo y sus hojas brillaban con una luz dorada.
«Gran Árbol, estos niños necesitan tu ayuda», dijo Lila.
El Gran Árbol abrió lentamente sus ojos y miró a María y Pedro con amabilidad. «Hola, pequeños», dijo con una voz profunda y calmada. «He oído su historia. No deben temer. Encontrarán el camino de regreso a casa, pero primero deben aprender una lección importante.»
«¿Qué lección?», preguntó Pedro, curioso.
«Este bosque es mágico y tiene vida propia. Siempre deben respetar la naturaleza y cuidar de ella. Si prometen hacerlo, les mostraré el camino de regreso a casa.»
María y Pedro asintieron con seriedad. «Prometemos respetar y cuidar la naturaleza», dijeron al unísono.
El Gran Árbol sonrió y sus hojas brillaron aún más. «Muy bien. Ahora, cierren los ojos y piensen en su hogar.»
María y Pedro cerraron los ojos con fuerza. Sintieron un suave viento que los envolvía y, cuando abrieron los ojos, estaban de vuelta en el jardín de su casa.
«¡Lo logramos!», exclamó María, abrazando a Pedro.
«Gracias, Gran Árbol», dijo Pedro mirando al cielo, aunque sabía que el árbol ya no estaba visible.
Desde ese día, María y Pedro nunca olvidaron su aventura en el bosque mágico. Siempre respetaron y cuidaron la naturaleza, y de vez en cuando, cuando caminaban cerca del bosque, sentían que el viento susurraba su nombre, recordándoles la promesa que hicieron.
Y así, María y Pedro vivieron muchas más aventuras, pero siempre con el corazón lleno de respeto y amor por la naturaleza que los rodeaba. Y cada noche, cuando miraban las estrellas, recordaban al Gran Árbol y a sus amigos mágicos del bosque.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.