En un rincón muy olvidado del mundo, justo en el límite entre lo real y lo imaginario, vivían dos personajes bastante peculiares: Calavera y Muerte. Ambos eran amigos inseparables, aunque no podrían haber sido más diferentes en su forma de ser. Calavera, como su nombre lo indicaba, era un esqueleto con un sentido del humor tan retorcido como sus huesos. Siempre llevaba un traje viejo y raído, que parecía haber visto mejores días, y un sombrero de copa que rara vez se mantenía derecho. Muerte, en cambio, era la representación clásica de lo que uno esperaría: alto, delgado, envuelto en un manto negro y con una guadaña que arrastraba a su lado. Pero, a pesar de su apariencia solemne, Muerte tenía un aire de resignación cómica, como si estuviera cansado de la vida (o mejor dicho, de la muerte) y de las travesuras de su amigo Calavera.
Una mañana, mientras Muerte se preparaba para otra jornada de trabajo en el Inframundo, Calavera apareció con una sonrisa que le atravesaba el cráneo. En una de sus manos huesudas sostenía una carta amarillenta, claramente antigua.
“¡Mira lo que encontré, querido amigo!” exclamó Calavera, agitando la carta frente al rostro de Muerte.
Muerte, que estaba ocupado afilando su guadaña, levantó la mirada con desgana. “¿Y ahora qué es eso, Calavera? No estarás planeando otra de tus bromas, ¿verdad?”
“¡Nada de eso! Esto es algo serio… o al menos tan serio como pueden ser las cosas con nosotros,” respondió Calavera, con una risita seca. “Esta carta es de alguien muy especial. ¡Es de nuestro viejo amigo, el Guardián de las Puertas!”
El Guardián de las Puertas era una figura legendaria en el Inframundo. Se decía que custodiaba una puerta misteriosa que llevaba a un lugar del que nadie había regresado jamás. Algunos decían que era un portal hacia otros mundos, otros afirmaban que conducía al final del tiempo, y los más escépticos creían que no llevaba a ninguna parte, solo a un gran vacío.
“¿Y qué quiere ese viejo huesudo ahora?” preguntó Muerte, intentando sonar desinteresado, aunque la mención del Guardián había despertado su curiosidad.
Calavera desenrolló la carta con dramatismo y comenzó a leer en voz alta, adoptando un tono solemne que solo acentuaba lo ridículo de la situación.
“Queridos Calavera y Muerte,” comenzó, “les escribo para informarles de un evento insólito. La Puerta que he custodiado durante eones ha comenzado a comportarse de manera extraña. Hay algo al otro lado que parece estar intentando salir, o peor aún, atraer a alguien. Necesito que vengan inmediatamente. Con aprecio, su fiel amigo, el Guardián de las Puertas.”
Muerte dejó de afilar su guadaña y miró fijamente a Calavera. “Esto suena a problemas, Calavera. Sabes lo que podría significar si algo del otro lado logra salir.”
Calavera sonrió, mostrando todos sus dientes blanqueados por la eternidad. “Por supuesto que lo sé, querido amigo. ¡Y por eso debemos ir a investigar! ¿No te parece emocionante?”
Muerte suspiró. Conocía a Calavera lo suficiente como para saber que una vez que algo se le metía en la calavera, no había manera de hacerlo cambiar de opinión. “Está bien,” dijo finalmente. “Pero si esto resulta ser otra de tus bromas, Calavera, te haré pasar la eternidad recogiendo huesos dispersos.”
“¡Prometido!” respondió Calavera con una reverencia exagerada. “Pero te aseguro que esto es tan real como nuestros propios huesos.”
Y así, con Muerte refunfuñando y Calavera riéndose a carcajadas, ambos partieron hacia el rincón más remoto del Inframundo, donde el Guardián de las Puertas había pasado incontables siglos en soledad, vigilando la misteriosa puerta.
El viaje no fue largo, pero el paisaje se volvía cada vez más sombrío a medida que se acercaban a su destino. El suelo estaba cubierto de niebla espesa, y los árboles, retorcidos y secos, se alzaban como garras hacia el cielo. Finalmente, llegaron a una colina rocosa, en cuya cima se erguía la imponente Puerta, tan alta como una montaña y tan antigua como el tiempo mismo. Frente a ella, sentado en una roca, estaba el Guardián.
El Guardián era un esqueleto aún más antiguo que Calavera, con armadura oxidada y una larga capa que parecía estar hecha de sombras. Al ver a sus viejos amigos, el Guardián esbozó una sonrisa esquelética.
“Me alegra que hayan venido tan rápido,” dijo, aunque su voz sonaba como el crujir de hojas secas. “Tengo la sensación de que algo muy malo está a punto de suceder.”
Calavera se adelantó, observando la gran Puerta con ojos brillantes. “¡Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que la vimos, eh, Muerte? ¡Qué maravilla de arquitectura!”
Muerte, sin embargo, no estaba de humor para apreciaciones artísticas. “¿Qué está pasando aquí, Guardián? ¿Por qué la Puerta se está comportando de manera extraña?”
El Guardián suspiró, un sonido que hizo eco en el viento frío. “No lo sé exactamente. Todo comenzó hace unas noches, cuando la Puerta empezó a emitir unos ruidos extraños, como si algo o alguien estuviera llamando desde el otro lado. Luego, apareció esta carta en mis manos,” dijo, entregándole a Muerte una carta idéntica a la que Calavera había mostrado antes. “Parece que fui convocado aquí no solo para vigilar la puerta, sino también para abrirla… aunque no sé por qué o para quién.”
Muerte leyó la carta en silencio, frunciendo el ceño. “Esto no tiene sentido. Si algo del otro lado quiere salir, podría ser peligroso. Abrir la puerta podría traer el caos al Inframundo.”
Calavera, siempre dispuesto a desdramatizar las cosas, se acercó a la Puerta y la examinó de cerca. “¿Qué es lo peor que podría pasar? ¡Tal vez hay una fiesta al otro lado y no nos invitaron!”
“¡Calavera, no bromees con esto!” exclamó Muerte, pero era demasiado tarde.
Con una sonrisa pícara, Calavera extendió una mano y golpeó la puerta con los nudillos, como si estuviera llamando a la puerta de una casa. “¿Hola? ¿Hay alguien en casa?”
Para sorpresa de todos, la Puerta comenzó a vibrar, emitiendo un sonido profundo, como un tambor lejano. Luego, muy lentamente, empezó a abrirse, dejando entrever un resplandor azul que provenía de su interior.
Muerte dio un paso atrás, preparándose para cualquier cosa que pudiera surgir. El Guardián levantó su espada oxidada, aunque no parecía muy entusiasmado con la idea de usarla. Calavera, por otro lado, no pudo evitar sentirse emocionado.
La Puerta se abrió completamente, revelando un largo pasillo hecho de luz azulada que parecía extenderse hacia el infinito. No había ningún monstruo, ni sombras amenazantes, solo un camino que invitaba a ser explorado.
“Bueno, esto es inesperado,” murmuró Muerte, bajando la guardia.
Calavera, siempre el valiente (o quizás simplemente imprudente), fue el primero en entrar. “¡Vamos, amigos! ¡La aventura nos llama!”
Muerte y el Guardián intercambiaron miradas de preocupación, pero no tuvieron más remedio que seguir a Calavera. El pasillo estaba iluminado por una luz suave que no parecía tener fuente visible. Las paredes, aunque no del todo sólidas, daban la sensación de que estaban hechas de un material translúcido que vibraba con una energía desconocida.
Después de lo que pareció una eternidad caminando, el pasillo se abrió a una gran sala circular. En el centro de la sala había un pedestal, y sobre él, una pequeña caja de madera, simple y sin adornos.
“¿Todo esto por una cajita?” preguntó Calavera, acercándose al pedestal.
Muerte lo detuvo, poniendo una mano sobre su hombro huesudo. “No tan rápido, Calavera. Podría ser una trampa.”
Cuentos cortos que te pueden gustar
La verdad prevalece
El Viaje Espacial de Axel
El Niño y la Chinita
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.