Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de colinas y vastos campos, dos hermanas llamadas Emma y Laia. Emma, de ocho años, tenía el pelo marrón y liso que brillaba bajo el sol del mediodía. Laia, su hermana menor de cinco años, compartía el mismo hermoso cabello marrón. Juntas formaban un dúo inseparable, y su alegría llenaba de vida la casa donde vivían con sus padres.
Una de las posesiones más queridas de Emma y Laia era su caballo, Eilan. Eilan era un caballo magnífico, con un pelaje que parecía tener hilos de plata cuando la luz del sol se posaba sobre él. Aunque era grande y fuerte, Eilan tenía un corazón gentil y adoraba a las dos hermanas tanto como ellas a él.
Emma y Laia pasaban cada momento libre explorando los alrededores de su hogar a lomos de Eilan. Pero lo que más les gustaba era adentrarse en el misterioso Bosque Encantado que bordeaba el pueblo. Se decía que el bosque estaba lleno de magia y criaturas maravillosas, y cada visita era una aventura nueva.
Un día, mientras jugaban cerca del borde del bosque, un grupo de conejos saltó delante de ellas, desapareciendo entre los árboles. Los conejos parecían invitarlas a seguirlos, y sin pensarlo dos veces, Emma, Laia y Eilan se adentraron en el bosque en su búsqueda.
A medida que se internaban en el bosque, el paisaje cambiaba. Los árboles eran más altos, las flores más brillantes y los sonidos más encantadores. Pronto se encontraron en un claro donde los rayos del sol dibujaban patrones de oro sobre el suelo, y los conejos los esperaban pacientemente.
Fue entonces cuando las hermanas se dieron cuenta de que esos no eran conejos comunes. Hablaban entre ellos con una dulzura que sólo los seres mágicos podrían tener. Uno de ellos, con un pelaje más brillante que los demás, se acercó y les habló.
«Saludos, jóvenes viajeras,» dijo el conejo. «Yo soy Thimble, el guardián de este bosque. Hemos observado cómo vienen aquí con corazones puros y la alegría de la juventud. Hoy, hemos decidido revelarles un secreto del bosque.»
Thimble les guió a un sendero oculto que llevaba a una laguna cuyas aguas brillaban con los colores del arcoíris. Allí, las aguas les mostraron visiones de la historia del bosque, incluyendo los antiguos magos que una vez caminaron por esos caminos y los espíritus guardianes que aún cuidaban de él.
Las hermanas escucharon con asombro mientras Thimble les narraba cuentos de valentía y bondad, enseñándoles que cada árbol, cada planta y cada criatura del bosque tenía su propia historia.
«La magia del bosque está en todas partes,» continuó Thimble, «pero sólo aquellos con corazones puros y mentes abiertas pueden verla y sentir su verdadera esencia. Ustedes, queridas niñas, han demostrado ser dignas de este regalo.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.