En un pequeño y encantador pueblo llamado Mompox, donde las casas coloniales lucían colores brillantes y las calles empedradas parecían haber sido olvidadas por el tiempo, vivía una niña llamada Lucía. Tenía diez años, ojos curiosos y un espíritu aventurero. Lucía vivía con su abuela Julia en una vieja casa al final del pueblo, una casa que guardaba siglos de historias, secretos y, como pronto descubriría Lucía, magia.
La abuela Julia era una mujer sabia, de cabello blanco y una sonrisa cálida que siempre iluminaba la estancia. Había criado a Lucía desde que era pequeña, enseñándole a amar los libros, los cuentos y a explorar las maravillas del mundo que la rodeaba. Pero más que nada, Julia le había enseñado a soñar.
Una tarde lluviosa, mientras los truenos resonaban en la distancia y las gotas caían suavemente sobre los techos de Mompox, Lucía decidió subir al ático. Era un lugar que siempre había despertado su curiosidad. Las vigas de madera crujían bajo sus pies mientras subía por la estrecha escalera. El ático era oscuro, polvoriento y lleno de antiguos baúles, libros viejos y objetos que parecían haber sido olvidados por el tiempo.
Lucía exploraba con cuidado, levantando aquí y allá libros cubiertos de polvo y cajas llenas de fotos en blanco y negro. Pero algo en particular capturó su atención: en una esquina, casi escondido bajo una manta llena de telarañas, se encontraba un antiguo reloj de bolsillo. Era un reloj hermoso, con grabados dorados y una esfera que resplandecía con una luz suave y misteriosa, como si guardara dentro un pequeño sol.
Lucía lo agarró con delicadeza, maravillándose de los elaborados detalles. No había visto algo así en su vida. Mientras observaba el reloj, sintió una presencia familiar detrás de ella. Al darse la vuelta, vio a su abuela Julia, quien la miraba desde la puerta del ático con una sonrisa cálida en el rostro.
—Lucía, lo has hallado —dijo la abuela con una mezcla de sorpresa y emoción en su voz—. Este reloj tiene un gran valor para mí; simboliza la magia en mi vida. Cuando era niña, mi madre me lo regaló por mi cumpleaños y me dijo que podía transportarme a momentos significativos. Y parece que ahora también lo hará contigo.
Lucía, con los ojos brillantes de emoción, se acercó a su abuela, sin poder contener las preguntas que llenaban su mente.
—¿De verdad, abuela? ¿Así de importante es? ¡Cuéntame más! —exclamó con entusiasmo.
La abuela Julia se acercó a Lucía y acarició suavemente su cabello.
—Este reloj es especial, Lucía. No es solo un reloj. Es una llave que puede llevarte al mundo que sueñas e imaginas. Todo lo que tienes que hacer es girar la pequeña manecilla aquí —dijo, señalando el centro del reloj—. Y cuando lo hagas, serás transportada a un lugar lleno de magia. Pero debes recordar, la magia siempre está conectada a tus emociones y a tu corazón. Si tienes miedo o dudas, el reloj no funcionará como esperas.
Lucía estaba fascinada. ¿Un reloj que podía transportarla a otros mundos? Era como uno de los cuentos que tanto le gustaba leer, pero esta vez, ella sería la protagonista. Sin dudarlo, giró la pequeña manecilla del reloj, cerró los ojos y esperó.
Cuando los abrió de nuevo, ya no estaba en el ático. A su alrededor, todo había cambiado. Se encontraba en un prado verde que se extendía hasta donde la vista alcanzaba. El cielo era de un azul profundo, y a lo lejos, montañas con picos nevados se alzaban majestuosas. Había un aire fresco, y el sonido de un río cercano llenaba el ambiente. Lucía no podía creer lo que veía. ¿Había sido el reloj el que la había llevado hasta allí?
De pronto, escuchó una voz familiar a lo lejos. Al girarse, vio a un niño corriendo hacia ella. Era Lucas, su mejor amigo, pero algo en él parecía diferente. Vestía con ropas antiguas, como si perteneciera a otra época. Al llegar a su lado, Lucas la miró con una sonrisa traviesa.
—¡Lucía! Sabía que vendrías. ¿No es increíble este lugar? —le dijo mientras giraba sobre sí mismo, maravillado por el paisaje.
—¿Qué está pasando? —preguntó Lucía, todavía confundida—. ¿Cómo llegaste aquí?
Lucas rió y sacó de su bolsillo un reloj idéntico al que Lucía sostenía.
—También tengo uno de estos —dijo, mostrándoselo—. Mi abuelo me lo dio hace años, pero nunca supe lo que hacía hasta que tu abuela me lo explicó. ¡Es increíble, Lucía! Este reloj nos permite viajar a mundos creados por nuestra imaginación. Pero debemos tener cuidado. A veces, estos mundos también guardan peligros.
Lucía estaba impresionada, pero a la vez, sentía un poco de miedo. Si estos mundos estaban conectados a su imaginación, ¿qué tipo de cosas podrían aparecer si sus pensamientos se tornaban oscuros?
Decidida a disfrutar la aventura, siguió a Lucas por el prado hasta llegar a un bosque lleno de árboles altos y frondosos. Las hojas brillaban con tonos dorados, como si estuvieran hechas de luz. Mientras caminaban, comenzaron a escuchar voces suaves, como murmullos, provenientes de las sombras.
—No te preocupes —dijo Lucas, notando la inquietud de Lucía—. Estos bosques están llenos de criaturas mágicas. Algunas son amistosas, otras no tanto. Pero mientras mantengamos la calma, todo estará bien.
De pronto, un zorro con pelaje plateado salió de entre los arbustos. Sus ojos brillaban con un resplandor dorado, y su mirada era profunda, como si pudiera ver dentro del corazón de Lucía.
—Bienvenidos, viajeros —dijo el zorro con una voz suave pero firme—. He estado esperando por ustedes. El reloj siempre trae a quienes necesitan aprender algo importante. Pero antes de continuar, deben enfrentar una prueba.
Lucía y Lucas se miraron, confundidos. ¿Una prueba? ¿De qué se trataba todo esto?
El zorro los guió hacia un claro en el bosque, donde había una enorme puerta dorada suspendida en el aire. No había paredes ni estructuras alrededor, solo la puerta flotando en medio del claro.
—Para cruzar esta puerta y continuar vuestro viaje, debéis confiar el uno en el otro y en vosotros mismos —dijo el zorro—. Solo aquellos con un corazón puro pueden pasar.
Lucía y Lucas se miraron con nerviosismo, pero también con determinación. El zorro plateado se sentó tranquilamente, observando cada uno de sus movimientos con ojos llenos de sabiduría. La puerta dorada flotaba ante ellos, imponente y enigmática, como un desafío silencioso que aguardaba ser superado.
—¿Y qué sucede si no logramos cruzar la puerta? —preguntó Lucas con un tono de preocupación.
El zorro movió suavemente la cola y respondió:
—No será el fin del camino, pero sin confianza en ustedes mismos, no podrán continuar este viaje. Recuerden, la magia de este mundo responde a lo que hay dentro de sus corazones. Si sus corazones están llenos de duda, la puerta nunca se abrirá.
Lucía apretó con más fuerza el reloj que sostenía en su mano. Había llegado tan lejos, y aunque no comprendía del todo lo que estaba ocurriendo, sabía que no podía rendirse. Recordó las palabras de su abuela Julia, que siempre le decía que la confianza en uno mismo era la clave para enfrentar cualquier reto.
—Confío en nosotros —dijo Lucía, mirando a Lucas con una sonrisa tranquilizadora—. Siempre hemos sido un gran equipo. Si estamos juntos, podemos lograrlo.
Lucas asintió, animado por las palabras de su amiga. Dio un paso adelante, colocándose frente a la puerta dorada. Tomó una respiración profunda y extendió su mano hacia la puerta, pero en el momento en que sus dedos la rozaron, una luz cegadora envolvió el claro.
Lucía cerró los ojos por instinto, pero cuando volvió a abrirlos, algo había cambiado. Ya no estaban en el claro del bosque, sino en un lugar completamente distinto. Se encontraban en una especie de salón enorme, con techos altos y paredes cubiertas de relojes de todo tipo: relojes de pie, relojes de bolsillo, relojes de arena. Todos marcaban diferentes horas y el sonido de sus tictacs llenaba el aire.
—¿Dónde estamos ahora? —preguntó Lucas, claramente confundido.
—Este es el Salón del Tiempo —respondió el zorro, que había aparecido de nuevo junto a ellos—. Aquí, el tiempo no funciona como en el mundo exterior. Cada reloj representa un momento importante en la vida de alguien. Pero entre todos estos relojes, hay uno que es especial. Es el reloj que simboliza su conexión, Lucía y Lucas, con este viaje. Deben encontrarlo.
Ambos amigos comenzaron a caminar por el salón, mirando detenidamente cada reloj. Algunos parecían antiguos y desgastados por el paso de los años, mientras que otros eran brillantes y nuevos. Pero ninguno de ellos parecía ser el que buscaban. Había algo en el aire, como si una energía invisible guiara sus pasos.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, Lucía vio un reloj de bolsillo similar al que había encontrado en el ático de su abuela. Estaba posado sobre una mesa en el centro del salón, y brillaba con una luz suave y dorada, tal como el que había encontrado en casa.
—Es este —dijo Lucía, sintiendo una certeza dentro de sí misma.
Lucas se acercó y asintió. Ambos extendieron sus manos hacia el reloj, y en el momento en que lo tocaron, el tiempo pareció detenerse por completo. El tictac de todos los relojes del salón se desvaneció, y una calma abrumadora cayó sobre ellos. Una nueva luz los envolvió, y cuando parpadearon, se encontraron de vuelta en el bosque, de pie frente a la puerta dorada.
—Lo lograron —dijo el zorro con una sonrisa en su voz—. Han encontrado su conexión. La puerta está lista para abrirse.
Lucía y Lucas miraron la puerta dorada, que ahora brillaba más intensamente que antes. Con un último gesto de confianza, ambos amigos la empujaron suavemente, y esta se abrió sin resistencia. Al otro lado, un paisaje completamente nuevo se desplegó ante sus ojos: un vasto campo de flores que cambiaban de color con cada ráfaga de viento, montañas lejanas que se alzaban hacia el cielo, y un río cuyas aguas parecían estar hechas de luz líquida.
—Este es el verdadero mundo de la imaginación —dijo el zorro—. Aquí, todo lo que sueñan puede hacerse realidad, pero deben recordar, siempre, que la magia de este lugar depende de lo que llevan en su interior. Usen este poder sabiamente.
Lucía y Lucas caminaron a través de la puerta, fascinados por todo lo que los rodeaba. El aire estaba lleno de una fragancia dulce, y el cielo sobre ellos era de un color que nunca antes habían visto, una mezcla de morado, rosa y azul que parecía cambiar constantemente.
De repente, Lucía se detuvo y miró el reloj que aún sostenía en su mano.
—Abuela Julia —murmuró—. Ella me dio este reloj, pero no le he preguntado cómo lo consiguió realmente.
El zorro, que había caminado a su lado todo el tiempo, levantó sus orejas y dijo:
—La historia de ese reloj es tan antigua como este mundo. Fue creado por alguien que comprendía la importancia de los momentos y la magia que llevan dentro. Tu abuela lo sabe bien, porque ella misma fue una viajera como tú.
Lucía abrió los ojos con sorpresa. ¿Su abuela también había viajado a través de mundos como este? La idea la llenó de una mezcla de asombro y orgullo.
—Cuando regresen, puedes preguntarle sobre sus propios viajes —continuó el zorro—. Pero ahora, este es su momento. Exploren este mundo, descubran sus secretos, y recuerden siempre lo que han aprendido aquí.
Lucía y Lucas pasaron lo que parecieron días explorando ese nuevo mundo, lleno de criaturas mágicas y maravillas que desafiaban la lógica. Aprendieron que con la confianza en sí mismos y en su amistad, podían enfrentar cualquier desafío. Desde enfrentarse a un dragón amistoso que custodiaba un lago de estrellas, hasta resolver acertijos junto a un sabio búho que vivía en lo alto de un árbol dorado, cada experiencia fortalecía su vínculo y su comprensión de la magia que llevaban dentro.
Finalmente, el momento de regresar llegó. Lucía sostuvo el reloj en su mano una vez más y, con una última mirada al paisaje encantado que los rodeaba, giró la manecilla. En un abrir y cerrar de ojos, ambos estaban de vuelta en el ático de la casa de la abuela Julia, como si nada hubiera cambiado.
Pero algo había cambiado. Ambos lo sabían. Habían crecido, no solo en edad, sino en comprensión. Habían descubierto que dentro de ellos había un poder más grande de lo que jamás habían imaginado, un poder que venía de su corazón y de su amistad.
La abuela Julia, que había estado esperando pacientemente abajo, los recibió con una sonrisa.
—¿Cómo fue su viaje? —preguntó con un brillo en los ojos.
Lucía y Lucas se miraron y sonrieron.
—Fue mágico —respondió Lucía—. Y creo que tenemos muchas preguntas para ti, abuela.
La abuela Julia rió suavemente y los guió hacia la sala de estar, donde el calor del hogar y el aroma de galletas recién horneadas los recibieron. Mientras se sentaban juntos, Lucía comprendió que la verdadera magia no estaba solo en el reloj, sino en las personas que la rodeaban y en los momentos compartidos. Y aunque sus aventuras en ese mundo mágico habían terminado por ahora, sabía que muchas más les esperaban.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.