Cuentos de Fantasía

Lúa y el Jardín de las Piedras Perdidas

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En una pequeña isla rodeada de montañas y un mar cristalino, vivía una niña llamada Lúa. Lúa tenía una sonrisa mágica que iluminaba el corazón de todos a su alrededor. Sus padres, Mamá y Papá, la adoraban y siempre la animaban a seguir sus sueños y aventuras.

En esta isla, existía una tradición muy especial. Antes del nacimiento de cada persona, le era concedido un cofre con piedras preciosas. La mayoría de los cofres contenían cuatro piedras, pero cuando Lúa nació, su cofre tenía cinco piedras preciosas. Estas piedras se convirtieron en algo muy especial para Lúa, ya que jugaba y reía con ellas todos los días. Las piedras parecían tener un poder mágico, protegiendo y guiando a Lúa en todo momento.

Cada mañana, Lúa se despertaba con la luz del sol entrando por su ventana. Se levantaba de su cama, tomaba el cofre con sus piedras y corría hacia el jardín. Allí, bajo el gran árbol de magnolia, colocaba las piedras en el suelo y empezaba a jugar. Las piedras brillaban con una luz suave y cálida, y cada vez que Lúa las tocaba, sentía una conexión especial con ellas.

Un día, mientras Lúa jugaba en el jardín, una nube oscura comenzó a cubrir el cielo. Mamá y Papá la llamaron para que entrara a la casa, ya que una tormenta se acercaba. Lúa tomó su cofre y corrió hacia adentro, pero en su prisa, dos de las piedras se cayeron sin que ella se diera cuenta.

Esa noche, la tormenta fue feroz. El viento aullaba y la lluvia golpeaba las ventanas con fuerza. Lúa se preocupaba por sus piedras, pero no podía salir a buscarlas debido al vendaval. Mamá y Papá trataron de consolarla, asegurándole que las buscarían al día siguiente.

Cuando la tormenta finalmente pasó, el sol volvió a brillar en la pequeña isla. Lúa y sus padres salieron temprano para buscar las piedras perdidas. Buscaron por todo el jardín, entre los arbustos y debajo de los árboles, pero no encontraron nada. Lúa se sentía triste y desanimada. Sus piedras eran muy importantes para ella, y la idea de haberlas perdido la llenaba de tristeza.

De regreso a casa, con el corazón pesado, Lúa y sus padres tomaron un camino diferente. Mientras caminaban, notaron algo extraño. Había una luz suave y parpadeante en la distancia. Curiosos, siguieron la luz hasta llegar a un lugar que nunca antes habían visto: un jardín secreto.

Según la leyenda, este jardín solo podía ser visto en noches de luna llena y por personas que necesitaran consuelo. El jardín estaba lleno de flores que brillaban como estrellas y árboles que parecían hacer música con el viento. Lúa, Mamá y Papá se quedaron maravillados ante la belleza del lugar.

Mientras exploraban el jardín, escucharon una voz suave y melodiosa. Era la Guardiana de las Piedras, una figura etérea que cuidaba de los tesoros perdidos. La Guardiana se acercó a Lúa y le sonrió.

—Lúa, he escuchado tu corazón triste y he visto tus lágrimas —dijo la Guardiana—. Tus piedras preciosas están aquí, en este jardín mágico. Fueron traídas aquí por la tormenta para protegerlas.

Lúa sintió una oleada de alivio y gratitud. La Guardiana le entregó las dos piedras perdidas, que brillaban con una luz aún más intensa que antes.

—Estas piedras son parte de ti, Lúa. Nunca las perderás de verdad, porque siempre estarán contigo, en tu corazón —añadió la Guardiana.

Lúa abrazó las piedras con cariño y sonrió a la Guardiana.

—Gracias, Guardiana. Prometo cuidar siempre de mis piedras y del amor que representan.

La Guardiana asintió con una sonrisa y se desvaneció en la luz del jardín. Lúa, Mamá y Papá pasaron el resto del día en el jardín secreto, disfrutando de la magia y la paz del lugar. Sabían que habían encontrado algo mucho más valioso que solo las piedras perdidas. Habían encontrado un lugar de consuelo y amor, donde siempre serían bienvenidos.

Al caer la noche, Lúa y sus padres regresaron a casa, llevando consigo las piedras y los recuerdos del jardín secreto. Desde aquel día, Lúa supo que, sin importar lo que ocurriera, siempre tendría a sus piedras y a su familia para apoyarla.

Y así, en su pequeña isla rodeada de montañas y mar cristalino, Lúa continuó viviendo sus aventuras, siempre con una sonrisa mágica en su rostro y un cofre lleno de piedras preciosas y recuerdos en su corazón. Cada día traía nuevas maravillas y desafíos para Lúa, quien siempre estaba dispuesta a explorar el mundo que la rodeaba con su espíritu valiente y curioso.

Un día, mientras paseaba por la playa recogiendo conchas y observando los pequeños cangrejos que correteaban por la arena, Lúa vio algo brillante en la distancia. Curiosa, corrió hacia el objeto y encontró una botella de vidrio con un pergamino adentro. Con cuidado, Lúa abrió la botella y desenrolló el pergamino. Era un mapa antiguo que parecía llevar a un tesoro escondido.

Lúa corrió a casa emocionada para mostrarles el mapa a Mamá y Papá. Ellos también se entusiasmaron con la idea de una nueva aventura. Después de estudiar el mapa, decidieron que al día siguiente, con el primer rayo de sol, irían en busca del tesoro.

A la mañana siguiente, Lúa, Mamá y Papá se prepararon con provisiones y el cofre de piedras preciosas de Lúa. Siguieron las indicaciones del mapa que los llevó a través de frondosos bosques, ríos cristalinos y colinas llenas de flores. El camino era largo y a veces difícil, pero la sonrisa mágica de Lúa y la compañía de su familia hacían que todo fuera más fácil y divertido.

Después de un día entero de caminata, llegaron a un claro en el bosque que estaba marcado en el mapa. En el centro del claro, encontraron una gran roca cubierta de musgo. Según el mapa, el tesoro estaba escondido debajo de esa roca. Con esfuerzo, Mamá y Papá lograron mover la roca, revelando una escalinata que descendía a una cueva subterránea.

Lúa, sosteniendo su cofre, lideró el camino hacia la cueva. Dentro, encontraron un cofre antiguo cubierto de polvo. Con gran expectación, lo abrieron y descubrieron un montón de piedras preciosas, joyas y monedas de oro. Pero lo que más llamó la atención de Lúa fue una pequeña caja de madera, más modesta que el resto del tesoro.

Al abrir la caja, Lúa encontró una piedra preciosa similar a las suyas, pero esta brillaba con una luz diferente, más intensa y cálida. En ese momento, la Guardiana de las Piedras apareció una vez más, esta vez en la entrada de la cueva.

—Lúa, has encontrado el tesoro de la isla —dijo la Guardiana con una sonrisa—. Esta piedra que has encontrado es especial. Tiene el poder de unir los corazones de aquellos que la posean, fortaleciendo sus lazos y protegiéndolos siempre.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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