En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivían tres amigos inseparables: Lina, Tomás y Vivían. Juntos, compartían risas, aventuras y, sobre todo, sueños. Cada noche, se sentaban en la colina que estaba detrás de la casa de Lina, donde el cielo brillaba con millones de estrellas. Allí, bajo el manto estrellado, era donde más les gustaba contar historias de fantasía.
Una noche, mientras las estrellas centelleaban, Tomás dijo: «¿Y si pudiéramos entrar en uno de esos cuentos que inventamos? ¿Te imaginas vivir una aventura mágica en un mundo diferente?» Lina sonrió, mientras que Vivían se quedó pensativa. «Eso sería increíble,» respondió, «pero ¿cómo lo haríamos?»
Justo en ese momento, un destello de luz iluminó la colina. Los tres amigos se quedaron boquiabiertos al ver un pequeño ser volador que se acercaba a ellos. Era un hada de cabello dorado y alas brillantes. “¡Hola, niños!” dijo el hada con una voz melodiosa. “Soy Amira, el hada de los deseos. He escuchado sus sueños y he venido a ayudarlos a hacerlos realidad”.
“¡Guau!” exclamó Tomás. “¿De verdad puedes ayudarnos a vivir nuestra propia aventura?” Amira asintió con una sonrisa. “Sí, pero para hacerlo, tendrán que ser valientes y seguir mis instrucciones. ¿Están listos?” Todos asintieron con entusiasmo, y el hada extendió su mano. De repente, un portal brillante se abrió frente a ellos, revelando un mundo lleno de colores vibrantes y criaturas increíbles.
Sin pensarlo dos veces, los tres amigos saltaron a través del portal. Cuando aterrizaron, se encontraron en un bosque encantado, donde los árboles eran tan altos que tocaban el cielo y el aire olía a flores mágicas. “¡Estamos en el Reino de las Estrellas!” dijo Amira. “Aquí, convertiré sus sueños en realidad, pero primero necesitarán un mapa mágico”.
Con un gesto de su varita, Amira hizo aparecer un mapa brillante que flotaba entre ellos. “Este mapa los llevará a tres lugares mágicos donde tendrán que completar tres desafíos. Si lo logran, podrán pedir un deseo al que más anhelan”.
Lina miró el mapa emocionada. El primer destino era el Valle de los Dragones. “¡Vamos!” dijo Tomás, y sin dudarlo, comenzaron a caminar por el sendero. Conforme avanzaban, el bosque se tornó más espeso y misterioso. De repente, escucharon un rugido poderoso que resonó en el aire. Todos se congelaron.
“¿Qué fue eso?” preguntó Vivían con un brillo de temor en sus ojos. “No lo sé, pero suena grande”, respondió Tomás. Con valentía, decidieron acercarse al sonido. Al llegar, se encontraron frente a un enorme dragón de escamas verdes brillantes. El dragón parecía estar atrapado en una red mágica.
“¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdenme!” gritó el dragón. “Me he quedado atrapado y no puedo liberarme”. Lina se acercó con cautela. “¿Cómo podemos ayudarte?” preguntó. El dragón les explicó que la red era un hechizo de un mago malvado que lo había aprisionado. Para liberarlo, necesitarían encontrar la llave mágica que estaba escondida en el bosque.
“Nosotros te ayudaremos”, dijo Lina con determinación. “¡Vamos a encontrar esa llave!” El dragón sonrió, sus ojos brillaban de esperanza. “Si logran liberarme, prometo guiarlos por el Reino de las Estrellas”.
Comenzaron a buscar por el bosque, preguntando a las criaturas que encontraban en el camino. Hablaron con un búho sabio que les indicó que la llave estaba en la cima de una montaña cercana. Sin dudarlo, se pusieron en marcha, decididos a conseguirla.
La montaña era empinada y desgastante, pero su entusiasmo era más grande que el cansancio. Finalmente, al llegar a la cima, encontraron una pequeña cueva. Dentro, había una brillante llave dorada. Con cuidado, Tomás la tomó y todos corrieron de vuelta al dragón.
Cuando llegaron, el dragón los estaba esperando con ansias y, al ver la llave, su rostro se iluminó. “¡Excelente! Ahora, por favor, lápidenme”, pidió. Lina tomó la llave y la colocó en el cerrojo de la red. Con un giro, la red se deshizo, y el dragón pudo volar libremente.
“¡Gracias, valientes amigos! Ustedes son verdaderos héroes”, dijo el dragón mientras ascendía hacia el cielo. “Como recompensa, los llevaré a su siguiente destino: el Lago de los Deseos.” Con un batir de alas, el dragón los llevó volando por encima del bosque, dejando un rastro de destellos dorados.
Al llegar al lago, los amigos quedaron maravillados. El agua reflejaba las estrellas del cielo, y parecía que los deseos flotaban en cada burbuja. “Para conseguir el siguiente desafío, deben encontrar la piedra de los deseos, que está en el fondo del lago”, explicó el dragón, que ahora se había transformado en un gran compañero.
Pero el agua era profunda y misteriosa, y temieron que no podrían conseguirla. Entonces, Amira apareció de nuevo y les dio un amuleto que les permitiría respirar bajo el agua. “Con esto, podrán buscar la piedra sin problemas”, les aseguró.
Mientras nadaban, se encontraron con suaves criaturas acuáticas que les mostraron el camino. Al fondo del lago, brillaba una piedra que emitía una luz suave. Tomás, Lina y Vivían se acercaron un poco más y, de repente, un guardián del lago, un pez dorado gigante, apareció ante ellos. “¿Por qué han venido a mi lago?” preguntó con voz profunda.
“Venimos a encontrar la piedra de los deseos,” respondió Vivían, temblorosa, pero firme. “Queremos completar nuestro desafío y hacer un deseo en el Reino de las Estrellas”.
“Para tomar la piedra, deben responder a una adivinanza,” dijo el pez. “Si fallan, quedarán atrapados aquí para siempre. Así que piensen antes de responder.”
Todos se miraron; aunque estaban nerviosos, sabían que debían intentarlo. “¿Cuál es la cosa que es más fuerte que el acero, más rápida que el viento y más ligera que una pluma?” preguntó el pez. Se quedaron en silencio, pensando con intensidad.
Después de unos momentos, Lina sonrió y dijo: “¡Es la imaginación!” El pez la miró sorprendido y luego sonrió. “¡Correcto! Tomen la piedra, valientes niños”. Con gran alegría, nadaron hasta la piedra y la levantaron; brillaba intensamente en sus manos.
Al regresar a la superficie, el dragón los estaba esperando. “¡Fantástico! Ahora sólo les queda un último desafío en la Ciudad de los Sueños.” Con su ayuda, volaron a la hermosa ciudad iluminada por miles de luces mágicas.
Una vez allí, se encontraron con un grupo de criaturas fantásticas como unicornios, hadas y centauros. En el centro de la ciudad había un enorme palacio de cristal, donde se decía que se realizaban los deseos más poderosos. Sin embargo, el camino hacia el palacio estaba custodiado por un gigante de piedra.
“Para entrar, deben presentar algo que sea valioso para ustedes,” dijo el gigante con voz retumbante. Tomás, Vivían y Lina se miraron, pensando en lo que podrían ofrecer. Después de un momento, Lina habló: “Lo más valioso que tenemos es nuestra amistad. Sin ella, nada de esto habría sido posible”.
El gigante, al escuchar estas palabras, sonrió y se apartó, permitiéndoles el paso. Entraron al palacio, donde un cielo estrellado brillaba sobre ellos. En el centro del palacio había un altar con una esfera mágica. “Esta es la esfera de los deseos,” dijo Amira. “Ahora, pueden hacer su deseo más profundo”.
Tomás, Lina y Vivían se unieron en un círculo, y cada uno cerró los ojos. En su interior, sabían el deseo que quería salir. “Deseamos que cada niño en el mundo tenga una aventura mágica, así como nosotros la tuvimos hoy,” dijeron al unísono.
La esfera brilló intensamente y luego se iluminó, esparciendo destellos por toda la ciudad. Los tres amigos sintieron una cálida energía envolviéndolos, y supieron que su deseo había sido concedido.
Amira apareció frente a ellos, sonriendo con orgullo. “Han demostrado valentía, amistad y generosidad. Gracias por hacer un deseo tan hermoso. Ahora, es hora de regresar a su hogar”.
Con un giro de su varita, los tres amigos se sintieron ligeros, como si flotaran en el aire. De repente, encontraron que estaban de vuelta en la colina bajo el cielo estrellado. Aunque el mundo mágico había desaparecido, sus corazones estaban llenos de alegría y emoción.
“Fue la mejor aventura de nuestras vidas,” dijo Tomás con una gran sonrisa. “Nunca olvidaré todo lo que vivimos”. Lina y Vivían asintieron, sintiendo que su amistad se había fortalecido aún más.
Desde entonces, cada vez que miraban las estrellas por la noche, recordaban su aventura en el Reino de las Estrellas y compartían sus historias con otros niños, contándoles sobre la magia que les había tocado el corazón. Aprendieron que el verdadero valor de una aventura no solo reside en lo que se vive, sino en los lazos que se crean y en el deseo de compartir esos momentos especiales con quienes amas. Y así, bajo el cielo estrellado, siguieron soñando juntos, preparados para cualquier nueva aventura que la vida les presentara.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.