En el pequeño pueblo de Ventanas al Mar, vivían Dante y Kian, dos primos de un añito que compartían una aventura cada vez que visitaban a sus abuelos. Myriam, la abuela de los niños, tenía un jardín que parecía sacado de un cuento de hadas, lleno de flores coloridas y árboles que susurraban historias con el viento.
Una soleada mañana de sábado, Dante y Kian llegaron con sus padres para pasar el día en la casa de los abuelos. Mientras los adultos charlaban en la terraza, los pequeños se dirigieron al jardín mágico de Myriam, un lugar que guardaba secretos y risas de generaciones.
Myriam les había contado a los niños sobre el misterio de las galletas perdidas, una historia que se repetía cada vez que alguien olvidaba dónde las había dejado. Dante, con su cabello enrulado y castaño oscuro, y Kian, con sus ojos grises y cabello castaño claro, decidieron que ellos serían los héroes que resolverían el misterio ese día.
«Vamos a encontrar esas galletas,» dijo Kian con determinación, mientras se ajustaba su pequeño sombrero de explorador.
«¡Sí!» exclamó Dante, quien ya había comenzado a caminar hacia el gran rosal que dominaba el centro del jardín. Los rumores decían que ese rosal era la casa de pequeñas criaturas mágicas que cuidaban del jardín y, tal vez, sabían dónde se escondían las galletas.
Mientras exploraban, los primos se encontraron con Diana y Mandarina, las dos gatas de la abuela que parecían tigres juguetones en los ojos de los pequeños. Las gatas se unieron a la aventura, corriendo y saltando entre los arbustos, como guardianes del jardín.
«Quizá las galletas están cerca del estanque,» sugirió Dante, y juntos se dirigieron hacia el agua donde los reflejos del sol bailaban sobre la superficie.
Al llegar, Kian, que tenía un don especial para encontrar cosas perdidas, notó algo brillante entre los lirios. Se agachó junto a Dante y, con cuidado, sacaron un pequeño cofre decorado con conchas y perlas. Era el tesoro perdido de Myriam, lleno no solo de galletas sino también de pequeños juguetes que los niños habían perdido en visitas anteriores.
«¡Lo encontramos!» gritaron al unísono, mientras Diana y Mandarina se acercaban curiosas.
Con el cofre en manos, los pequeños exploradores regresaron triunfantes hacia la casa, dejando atrás el murmullo de las flores y el canto de los pájaros. Myriam y Adriano, el abuelo, los recibieron con una sonrisa, sabiendo que el jardín había cumplido su magia una vez más.
«Eres muy astuto, Kian,» dijo Myriam mientras le rizaba el cabello. «Y tú muy valiente, Dante,» agregó, mientras el niño se subía al regazo de su abuelo.
Juntos disfrutaron de una merienda en la terraza, con leche fresca y las galletas recién encontradas, mientras el sol comenzaba a descender en el horizonte, pintando el cielo de tonos naranja y rosa.
La tarde se desvaneció entre risas y juegos, y cuando llegó el momento de despedirse, ambos niños prometieron volver pronto para más aventuras en el jardín mágico de Myriam.
«Esperamos más misterios,» dijo Kian, mientras se abrazaba a su abuelo.
«Y más galletas,» agregó Dante, guiñando un ojo a su abuela.
Así, con el corazón lleno de alegría y la promesa de nuevas aventuras, los primos se despidieron del día mágico en el jardín de los abuelos, sabiendo que cada visita era una puerta a un mundo de fantasía y descubrimientos.
Y mientras la noche caía sobre Ventanas al Mar, el jardín de Myriam seguía susurrando historias, esperando a que los pequeños aventureros volvieran a correr entre sus flores, bajo la atenta mirada de las estrellas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.