Cuentos de Fantasía

Un Viaje al País de lo Insólito donde la Locura es la Norma

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Era un día soleado en el pequeño pueblo de Villalegre, donde vivían tres amigos inseparables: Pedro, Jorge y Adrianno. Aquel día, los tres aventureros decidieron explorar el bosque encantado que se encontraba al borde de su pueblo. Las leyendas hablaban de un lugar mágico donde los árboles hablaban y las flores brillaban como estrellas. Niños del pueblo a menudo contaban historias sobre un mundo fantástico donde la locura era la norma, pero solo los más valientes se atrevían a cruzar el umbral de lo desconocido.

Con sus mochilas llenas de bocadillos y unas pocas provisiones, los tres amigos se dirigieron hacia el bosque. Pedro, el más curioso del grupo, llevaba un mapa antiguo que había encontrado en el desván de su abuelo. Era un mapa lleno de dibujos extraños y rutas que parecían llevar a un lugar más allá de la realidad. «Miren esto», dijo Pedro emocionado, mostrando el mapa. «¡Aquí está marcado el camino al Reino de lo Insólito!»

Jorge, siempre un poco más cauteloso, frunció el ceño. «¿Estás seguro de que ese lugar es seguro? Las leyendas dicen que está lleno de criaturas extrañas y situaciones disparatadas». Adrianno, con su inagotable energía, sonrió y respondió: «¡Eso es precisamente lo que lo hace emocionante! ¡Vamos, no podemos dejar pasar esta oportunidad!»

Los tres amigos se adentraron en el bosque. Mientras caminaban, los árboles comenzaron a susurrarles secretos. A cada paso que daban, sentían que algo mágico estaba a punto de suceder. Las flores a su alrededor empezaron a reírse suavemente, mientras los pájaros cantaban melodías extrañas. Pedro miró su mapa y exclamó: «¡Estamos cerca! Solo tenemos que atravesar el Lago de los Espejos y luego seguir el sendero de las Mariposas Gigantes».

Después de un rato, llegaron al Lago de los Espejos, que relucía con una superficie tranquila como un cristal pulido. Sin embargo, había algo peculiar en el agua: reflejaba no solo sus imágenes, sino también sus sueños y deseos más profundos. Jorge se asomó y vio una versión de sí mismo volando entre las nubes. «¿Y si pudiera volar?», murmuró con asombro. Adrianno se inclinó y vio un castillo de chocolate que se elevaba hacia el cielo. «¡Miren esto! ¡Un castillo de dulces!», gritó emocionado.

Pedro, sintiéndose intrépido, decidió acercarse más al agua. De repente, el lago comenzó a agitarse y emergió una criatura maravillosa: un pez de colores brillantes con unas alas que recordaban a las de una mariposa. «Soy el Guardián del Lago de los Espejos», dijo el pez, su voz era melodiosa y atrayente. «¿Qué desean en este día soleado?»

Los chicos, sorprendidos, no sabían qué responder. Finalmente, fue Pedro quien habló. «Queremos encontrar el Reino de lo Insólito y vivir una gran aventura». El pez sonrió y dijo: «Para llegar al Reino, deben atravesar el lago. Pero cuidado, lo que vean en su reflejo no siempre es lo que parece. Deben ser valientes y sinceros».

Con esas palabras resonando en sus mentes, los amigos se tomaron de las manos y saltaron al agua. Para su sorpresa, en el momento en que tocaron la superficie, el agua se evaporó en un destello de luz y los tres se encontraron en una pradera llena de colores vibrantes. El cielo era de un azul intenso, y al fondo, se alzaba un gigantesco arcoíris. «¡Lo logramos!», gritó Adrianno, saltando de alegría.

De repente, un cuarto personaje apareció de la nada. Era una pequeña niña de ojos brillantes, que llevaba un sombrero hecho de flores. «¡Hola! Soy Lila, la guardiana de los colores. Bienvenidos al País de lo Insólito», dijo con una risa contagiosa. «Aquí, lo raro es normal y todo es posible. ¿Qué quieren hacer primero?»

Pedro, Jorge y Adrianno se miraron entre sí, emocionados. Era la oportunidad de vivir cualquier aventura. «¡Quiero volar como los pájaros!», exclamó Jorge. Lila sonrió y agitó su mano. De repente, unos ingeniosos arneses de colores aparecieron en el suelo. «¡Pónganse esto y podrán volar!», dijo Lila. Los chicos se pusieron los arneses y, al instante, empezaron a levitar.

No tardaron en elevarse hacia el cielo, riendo y disfrutando de la brisa fresca que les acariciaba el rostro. A medida que volaban, veían todo el paisaje del País de lo Insólito: árboles en forma de caramelos, nubes de colores, y un río que parecía fluir con chocolate. Era un espectáculo magnífico.

Después de un rato de volar, decidieron aterrizar cerca de un jardín en el que crecían plantas que hablaban entre sí. «Hola, amigos», saludó una planta que parecía una gran flor rosa. «¿Han venido a jugar?» Los chicos no podían creerlo. En el País de lo Insólito, las plantas tenían vida propia. «¡Sí! ¡Queremos jugar!», respondieron todos al unísono.

Así fue como comenzaron a jugar al escondite con las plantas. Cada vez que uno de los chicos contaba hasta diez, las plantas se escondían tras sus hojas coloridas. Era un juego muy divertido, y entre risas, corrieron de un lado a otro, disfrutando de la magia que los rodeaba.

Luego, a la tarde, decidieron explorar un poco más. Lila los llevó a un lugar donde las músicas flotaban en el aire. Había instrumentos gigantes que tocaban melodías por sí mismos. «¡Aquí todo el mundo puede ser músico!», anunció Lila. Pedro, que siempre había soñado con tocar la guitarra, se acercó al enorme instrumento.

«Mira cómo suena», dijo el instrumento mientras vibraba y tocaba una suave melodía. Pedro se sintió inspirado, y comenzó a experimentar con las cuerdas. Jorge se unió tocando un tambor que encontró a su lado, mientras Adrianno, entusiasmado, empezó a bailar al ritmo de la música. Así, durante horas, el trío disfrutó de la melodía mágica del País de lo Insólito.

De repente, Lila interrumpió la música con una sonrisa traviesa en su rostro. «¿Quieren conocer a la reina del País de lo Insólito?» Los chicos, emocionados, asintieron con la cabeza. «¡Sí, por favor!» Les encantaba la idea de conocer a una reina.

Caminaron hasta un impresionante castillo que estaba hecho de colores brillantes. Las paredes no eran de ladrillo, sino de luces que titilaban como estrellas. Cuando llegaron a la puerta, esta se abrió sola y de allí salió una figura majestuosa: la reina era una mujer de cabello plateado y ojos radiantes. Llevaba un vestido que cambiaba de color constantemente, como si estuviera hecha de arcos de luz.

«Bienvenidos, valientes aventureros del mundo real», dijo la reina con una voz suave y acogedora. «He estado observando sus travesuras en mi reino. ¿Cómo puedo ayudarles?» Los chicos se sintieron honrados de estar en presencia de la reina. Pedro, valiente como siempre, dio un paso adelante. «Queremos vivir una aventura impossibles y conocer todos los secretos de este lugar».

La reina sonrió y, levantando su varita mágica, conjuró un espectáculo de luces y colores. «Entonces, mis queridos amigos, les concederé un deseo: vivir una aventura que les llevará más allá de su imaginación». Con un movimiento de su varita, el castillo se llenó de destellos brillantes y, en un instante, todos fueron transportados a un mundo donde la locura era la norma.

De repente, los chicos se encontraron navegando en un barco hecho de nubes. No había agua, solo un cielo infinito con criaturas fantásticas volando a su alrededor. «¡Miren! ¡Es un dragón de peluche!», gritó Adrianno, señalando a una criatura que parecía una mezcla entre un dragón y un oso de peluche volador. El dragón se acercó a ellos y les ofreció un viaje por el cielo.

Los amigos subieron a bordo del dragón de peluche y empezaron a volar a través de paisajes fantásticos. Pasaron por islas flotantes cubiertas de árboles que hablaban y ríen. Vieron montañas de helado donde los pingüinos deslizaron en trineo. Y cada lugar que visitaban estaba lleno de magia y locuras.

Finalmente, aterrizaron en una isla donde las palabras flotaban en el aire, formando dibujos y historias que cobraban vida. «¡Esto es increíble!», exclamó Pedro mientras tocaba una palabra que se desvanecía en una lluvia de estrellas. «¡Podemos crear nuestro propio cuento!» Así fue como empezaron a contar historias, las cuales cobraban vida ante sus ojos y se convertían en aventuras que podían vivir.

El tiempo pasó volando, y antes de que se dieran cuenta, el día se había convertido en noche. Las estrellas brillaban intensamente sobre ellos, y el dragón de peluche se acercó una vez más. «Es momento de regresar a casa, amigos. La aventura debe algún día concluir», dijo, su voz suave como una brisa fresca.

Con nostalgia en sus corazones, los amigos se despidieron del lugar y se embarcaron en el viaje de regreso. Al acercarse al horizonte, sintieron que la magia del País de lo Insólito todavía los seguía. De repente, una luz brillante los rodeó y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraron de vuelta en el bosque, cerca del Lago de los Espejos.

«¿Fue real?» se preguntó Jorge, mirando a sus amigos con asombro. «¡Lo fue!», respondió Adrianno, sonriendo de oreja a oreja. «Tuvimos la aventura más increíble de nuestras vidas». Mientras caminaban de regreso a Villalegre, las hojas de los árboles parecían murmurarles secretos, recordándoles el impacto de su viaje.

Al llegar a casa, cada uno de ellos guardó en su corazón los recuerdos de aventuras fantásticas y valientes desafíos. Comprendieron que aunque regresaron a la normalidad, el País de lo Insólito siempre estaría en su interior esperándolos para nuevas aventuras.

Así, con el tiempo, Pedro, Jorge y Adrianno se convirtieron en los narradores de historias asombrosas del País de lo Insólito, inspirando a otros a ser valientes y a soñar en grande. Y cada vez que miraban al cielo, recordaban que lo insólito puede convertirse en realidad, siempre y cuando tengamos el valor de imaginar.

Y así termina nuestra historia, donde la locura es la norma y la amistad es el mayor tesoro de todos. Los tres amigos aprendieron que la vida está llena de magia si estamos dispuestos a buscarla, y que cada aventura comienza con un simple deseo de descubrir lo que está más allá de nuestro mundo cotidiano.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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