Había una vez, en un reino donde lo mágico y lo cotidiano se entrelazaban, un pequeño grupo de amigos que asistía a una escuela muy especial. Esta no era una escuela común, pues estaba situada en el corazón de un bosque encantado y sus alumnos eran niños con habilidades mágicas y dones únicos. Entre estos alumnos estaban Raúl, Alba, Laia, Lara y Leo.
Raúl era un niño valiente y curioso que había perdido la vista en un accidente, pero eso nunca detuvo su entusiasmo por aprender y jugar. Alba, con su varita mágica, tenía el don de dar vida a las palabras, haciendo que las historias saltaran de las páginas de los libros. Laia, una pequeña hada, podía crear imágenes que flotaban en el aire, visibles para todos en el aula. Lara y Leo, dos traviesos elfos, llenaban el lugar de risas y decoraban el espacio con luces y flores que cambiaban de color al ritmo de la música.
Un día, la maestra del aula, la Señora Iris, propuso un proyecto especial. «Quiero que juntos creemos un libro», anunció con una sonrisa. «Pero no cualquier libro, sino uno que todos podamos disfrutar, incluido nuestro querido amigo Raúl.»
Los niños se entusiasmaron mucho con la idea. «Podemos hacer un libro con páginas en braille y con imágenes que todos puedan sentir», sugirió Alba, mientras su varita brillaba con excitación. Laia añadió: «Y yo puedo crear imágenes que no solo se puedan ver, sino también tocar, para que Raúl pueda sentir los contornos y las formas.»
Así comenzó su aventura. Raúl compartía con entusiasmo historias que su abuela le contaba, historias llenas de dragones, hadas y misteriosos bosques. Alba, con su varita, traducía las palabras de Raúl en texto que aparecía en las páginas del libro, tanto en braille como en texto impreso. Laia, con su magia, hacía que las imágenes cobraran vida en el aire y luego las transformaba en dibujos palpables.
Lara y Leo se encargaron de hacer que el libro fuera el más bonito del bosque. Usaron su magia para teñir las páginas con los colores del arcoíris y adornaron cada capítulo con pequeñas luces que parpadeaban suavemente, guiando las manos de Raúl a medida que pasaba las páginas.
Después de semanas de trabajo y mucha diversión, el libro estaba listo. Lo llamaron «El Bosque de los Sueños». El día de la presentación, todos los estudiantes y profesores del colegio se reunieron en el aula. Raúl, con una gran sonrisa, fue el primero en leer y tocar el libro.
«Gracias a todos», dijo Raúl, sus palabras llenas de alegría. «Ahora puedo ver el bosque y sus criaturas a través de sus palabras y sus creaciones. Este libro no es solo mío, es un tesoro para todos nosotros.»
El aula se llenó de aplausos y risas. Habían aprendido que la magia verdadera no solo estaba en sus poderes, sino en la amistad y la inclusión que habían tejido juntos.
Conclusión:
Y así, el «Aula Encantada» no solo se convirtió en un lugar de aprendizaje, sino en un ejemplo de cómo la colaboración y la comprensión pueden crear algo maravilloso que trasciende toda barrera. Raúl y sus amigos continuaron creando, explorando y aprendiendo juntos, demostrando que en la verdadera magia del mundo, cada uno tiene un lugar especial.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.