Había una vez, en un pequeño pueblo, un niño llamado Lorenzo. Lorenzo era un niño muy curioso, pero también era un poco indeciso. Siempre tenía dudas sobre todo lo que hacía. A veces no sabía si quería jugar con sus amigos o leer un libro, o si prefería comer manzanas o peras. Un día, mientras caminaba por el bosque cerca de su casa, escuchó un suave susurro en el aire.
—Lorenzo… Lorenzo… —dijo una voz mágica.
Lorenzo se detuvo, mirando a su alrededor, pero no vio a nadie. Pensó que tal vez estaba imaginando cosas, pero entonces vio algo brillante a su lado. ¡Era un hada! El hada tenía alas delicadas y un vestido que brillaba con muchos colores.
—Hola, Lorenzo —dijo el hada sonriendo—. Me llamo Mía, y soy tu amiga. ¡Vengo a invitarte a una gran aventura en la selva mágica!
Lorenzo miró a Mía con los ojos muy abiertos. Nunca había visto un hada antes, y la idea de una aventura le pareció emocionante. Pero, al mismo tiempo, sintió un poco de miedo.
—¿Aventura? —preguntó Lorenzo—. Pero… ¿y si me pierdo? ¿Y si no puedo regresar?
Mía sonrió amablemente y voló un poco más cerca de Lorenzo.
—No te preocupes, Lorenzo —dijo—. Yo estaré contigo todo el tiempo. Además, no tienes que tomar decisiones grandes solo. Juntos podremos descubrir todo lo que el bosque tiene para ofrecernos.
Lorenzo, que era un poco tímido, pensó en todas las dudas que tenía, pero al ver la sonrisa de Mía, se sintió más tranquilo.
—¡Está bien, Mía! ¡Voy contigo!
Y así, los dos amigos comenzaron su aventura por el bosque mágico. La selva estaba llena de árboles enormes, flores brillantes y extraños sonidos que Lorenzo nunca había oído antes. Cada paso que daban parecía más emocionante que el anterior. Mientras caminaban, Mía le mostró a Lorenzo plantas que nunca había visto. Algunas flores cambiaban de color con el sol, y otras se movían como si tuvieran vida propia.
—¡Mira, Lorenzo! —dijo Mía señalando un árbol que tenía frutas doradas—. Este árbol se llama «El árbol de los deseos». Si piensas en algo que te gustaría mucho mientras tocas una de sus frutas, ¡puede que se haga realidad!
Lorenzo, curioso como siempre, tocó una fruta dorada y pensó en algo muy sencillo: quería un helado de fresa. De repente, ¡un pequeño helado de fresa apareció frente a él!
—¡Mira, Mía! ¡Es increíble! —exclamó Lorenzo con asombro.
Mía rió suavemente, feliz de ver la alegría de su amigo.
—Es solo el principio de lo que podemos encontrar aquí en la selva —dijo Mía mientras volaba junto a Lorenzo.
A medida que avanzaban, llegaron a un río cristalino. El agua brillaba como un espejo, y había peces de colores que nadaban felizmente. Sin embargo, Lorenzo vio algo que lo hizo sentirse nervioso. Había un puente colgante que cruzaba el río, pero era muy alto y el puente se movía un poco.
—No sé si debo cruzar… —dijo Lorenzo, mirando el puente con cautela—. ¿Y si me caigo?
Mía se acercó y le dio un toque suave en el hombro.
—Lorenzo, es normal tener miedo a veces. Pero recuerda, no estás solo. Si cruzas el puente conmigo, verás que no es tan difícil como parece. Yo estaré contigo en cada paso.
Lorenzo miró a Mía, que estaba tan segura y confiada. Al ver la valentía de su amiga, Lorenzo decidió intentarlo. Con paso firme, cruzó el puente, y aunque al principio se sintió un poco inseguro, pronto se dio cuenta de que no era tan aterrador. Al llegar al otro lado, se sintió muy orgulloso de sí mismo.
—¡Lo logré! —dijo, saltando de felicidad.
Mía aplaudió y dijo:
—¡Lo sabías todo el tiempo, Lorenzo! A veces, solo necesitamos dar el primer paso y confiar en nosotros mismos.
La aventura siguió y, a lo largo del día, Lorenzo y Mía descubrieron más maravillas. Vieron árboles que cantaban canciones suaves con el viento, flores que brillaban en la oscuridad y hasta un pequeño dragón que jugaba con una pelota de fuego.
Cuando el sol comenzó a ponerse, Mía le dijo a Lorenzo que era hora de regresar a casa. Aunque Lorenzo se había divertido mucho y había aprendido muchas cosas, también comenzó a sentir un poco de tristeza al pensar que la aventura estaba por terminar.
—Mía, ¿volveré a ver todo esto otra vez? —preguntó Lorenzo, mirando el hermoso paisaje.
Mía le sonrió con ternura.
—Siempre podrás regresar, Lorenzo. La selva mágica está en tu corazón, y puedes llevarla contigo siempre que quieras.
Lorenzo sonrió, sabiendo que Mía tenía razón. Aunque la selva mágica no estuviera siempre frente a él, las lecciones que había aprendido y las aventuras que había vivido siempre estarían dentro de él.
Cuando Lorenzo regresó a su casa, su mamá lo abrazó, feliz de verlo regresar sano y salvo. Pero Lorenzo no olvidó la aventura que vivió con Mía, el hada que le enseñó a ser valiente y a confiar en sus decisiones.
Y así, Lorenzo aprendió que no siempre es fácil tomar decisiones, pero cuando confías en ti mismo y sigues tu corazón, las aventuras pueden ser mucho más emocionantes de lo que imaginas.
Este cuento nos enseña la importancia de confiar en nosotros mismos y no tener miedo a dar el primer paso. Con valentía y compañía, todo es posible.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.