Cuentos de Hadas

La Cenicienta y el Baile Real

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un lejano reino, una joven dulce y hermosa llamada Cenicienta. Vivía con su malvada madrastra y sus dos hermanastras, quienes la trataban con mucha crueldad. Desde que su padre falleció, Cenicienta fue relegada a ser la sirvienta de la casa, encargándose de todas las tareas del hogar mientras su madrastra y hermanastras disfrutaban de una vida llena de comodidades.

Cenicienta, a pesar de todo, mantenía un corazón puro y una actitud siempre positiva. Sus amigos eran los animales del bosque, con quienes compartía sus penas y alegrías. Los pájaros, ratones y otros animales siempre estaban dispuestos a ayudarla, haciendo sus tareas un poco más llevaderas.

Un día, llegó al reino la noticia de que el Príncipe estaba organizando un gran baile en el palacio real. Todas las jóvenes solteras del reino estaban invitadas, con la esperanza de que el Príncipe encontrara a su futura esposa entre ellas. La madrastra y las hermanastras de Cenicienta no podían contener su emoción, ya que veían en esta oportunidad la posibilidad de casarse con el Príncipe y vivir una vida aún más lujosa.

Las hermanastras pasaban horas probándose vestidos y peinados, mientras Cenicienta, con tristeza, pensaba que ella nunca tendría la oportunidad de asistir a un evento tan grandioso. La madrastra, al notar que Cenicienta también quería asistir, le dijo con crueldad: «Si terminas todas tus tareas y encuentras algo apropiado para ponerte, tal vez te dejemos ir».

Cenicienta trabajó arduamente, limpiando, lavando y planchando, con la esperanza de cumplir con todas las exigencias de su madrastra. Cuando finalmente terminó, se dirigió a su pequeño ático para buscar algo que pudiera usar como vestido. Con la ayuda de sus amigos animales, logró transformar un viejo vestido en algo simple pero elegante.

Sin embargo, cuando bajó emocionada para mostrar su vestido, las hermanastras, llenas de envidia, destrozaron su vestido en pedazos, riendo maliciosamente. «¡Cómo te atreves a pensar que puedes ir al baile!» exclamaron. Desconsolada, Cenicienta corrió al jardín, donde rompió en llanto.

Fue entonces cuando apareció una figura mágica y luminosa. Era el Hada Madrina de Cenicienta, quien al verla tan triste, decidió ayudarla. «No llores más, querida,» dijo el Hada Madrina con una sonrisa. «Tú también mereces ir al baile.»

Con un movimiento de su varita mágica, el Hada Madrina transformó una calabaza en una hermosa carroza, y a los ratones en elegantes caballos. Cenicienta no podía creer lo que veía. «Pero, ¿qué me pondré?» preguntó. El Hada Madrina, con otro toque de su varita, transformó los harapos de Cenicienta en un deslumbrante vestido de gala y le dio un par de zapatos de cristal.

«Recuerda, el hechizo solo durará hasta la medianoche,» le advirtió el Hada Madrina. «Debes regresar antes de que el reloj marque las doce.»

Cenicienta, agradecida y emocionada, se dirigió al palacio. Cuando llegó, todos los ojos se volvieron hacia ella. El Príncipe, al verla, quedó maravillado por su belleza y elegancia. Sin dudarlo, la invitó a bailar, y así lo hicieron durante toda la noche. Cenicienta y el Príncipe se sintieron atraídos el uno por el otro, conversando y riendo mientras bailaban.

El tiempo pasó rápidamente, y Cenicienta no se dio cuenta de la hora hasta que el reloj comenzó a marcar la medianoche. «¡Debo irme!» exclamó, soltando la mano del Príncipe y corriendo hacia la salida. El Príncipe intentó seguirla, pero ella era demasiado rápida. En su prisa, uno de sus zapatos de cristal se quedó en las escaleras del palacio.

Cenicienta logró regresar a casa justo a tiempo, antes de que el hechizo se rompiera y todo volviera a su estado original. Al día siguiente, el Príncipe ordenó buscar por todo el reino a la dueña del zapato de cristal. Visitó casa por casa, probando el zapato en todas las jóvenes que asistieron al baile, pero ninguna tenía el pie adecuado.

Finalmente, llegó a la casa de Cenicienta. Las hermanastras intentaron en vano ponerse el zapato, pero no les quedaba. Cenicienta, con valentía, pidió probarse el zapato. La madrastra y las hermanastras se rieron, pero el Príncipe permitió que lo hiciera. Para sorpresa de todos, el zapato encajó perfectamente en el pie de Cenicienta.

El Príncipe, al darse cuenta de que había encontrado a la joven con la que había bailado toda la noche, se llenó de alegría. «¡Eres tú!» exclamó. Cenicienta sacó el otro zapato de su bolsillo y se lo puso, demostrando que era la dueña del par de zapatos de cristal.

El Príncipe llevó a Cenicienta al palacio, donde se casaron en una ceremonia hermosa y grandiosa. La madrastra y las hermanastras, llenas de envidia y arrepentimiento, se dieron cuenta de lo mal que habían tratado a Cenicienta, pero ya era demasiado tarde. Cenicienta, con su bondad y dulzura, perdonó a su familia, pero decidió vivir su vida junto al Príncipe en el palacio.

Cenicienta y el Príncipe gobernaron el reino con justicia y compasión, asegurándose de que todos en el reino fueran tratados con igualdad y respeto. Y así, vivieron felices para siempre, demostrando que la bondad y el amor verdadero siempre triunfan.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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