En un lugar no muy lejano, donde los árboles bailan y los ríos cantan, vivía un burro llamado Pancho. Pancho no era un burro cualquiera, ¡oh no! Era el burro más goloso que podías encontrar en toda la comarca. No había día en que Pancho no estuviera buscando algo delicioso para comer. Sin embargo, su golosidad le iba a traer más de un problema, y uno de ellos era especialmente… emplumado.
Un día soleado, mientras Pancho paseaba por el bosque en busca de manzanas, zanahorias o cualquier cosa comestible, encontró algo que brillaba con un resplandor verdoso en el suelo. Era una esmeralda gigante, tan grande como una sandía, pero mucho, mucho más tentadora.
—¡Vaya! Esto debe saber mejor que un cubo lleno de manzanas —pensó Pancho, sin tener la menor idea de que las esmeraldas no están para comérselas.
Con una decisión digna de un burro de su calibre, Pancho abrió bien grande su boca y se tragó la esmeralda de un solo bocado. Pero no pasó mucho tiempo antes de que comenzara a sentir un cosquilleo muy extraño. A los pocos minutos, ¡le empezaron a salir plumas por todo el cuerpo!
—¡Ay, ay, ay! ¡Esto pica más que bañarse en un nido de hormigas! —gritaba Pancho mientras se revolcaba en el suelo intentando rascarse.
Con las plumas haciéndole cosquillas por todas partes y un sinfín de estornudos cómicos, Pancho sabía que necesitaba ayuda. Recordó entonces al Hechicero Jabalí y a La Guacamaya Voladora, famosos en el reino por sus poderes curativos y su habilidad para tratar todo tipo de malestares mágicos.
Sin perder un minuto, aunque realmente tardó tres horas porque paraba a cada rato a rascarse, Pancho llegó al claro donde vivía el Hechicero Jabalí. Al verlo tan emplumado, el Hechicero no pudo evitar soltar una carcajada.
—¡Pareces un burro-pavo! —exclamó entre risas. —Pero no te preocupes, Pancho, vamos a arreglar esto.
La Guacamaya Voladora, al oír el alboroto, bajó revoloteando desde su nido en lo alto de un árbol y, al ver a Pancho, soltó un graznido que parecía una risa.
—¡Jabalí! Este es el caso más divertido que hemos tenido en años. ¿Te tragaste una esmeralda, Pancho? ¡Debes ser el burro más rico del bosque ahora, y el más cómico!
Entre chistes y risas, el Hechicero Jabalí preparó un brebaje burbujeante de color morado mientras La Guacamaya Voladora entretenía a Pancho con sus acrobacias aéreas. Pancho, a pesar de estar desesperado, no pudo evitar reírse con las ocurrencias de sus amigos.
—Toma esto, y en menos de lo que canta un gallo, esas plumas serán historia —dijo el Hechicero, entregando a Pancho una jarra humeante del brebaje.
Con un poco de miedo y muchas esperanzas, Pancho bebió el líquido de un trago. En segundos, comenzó a estornudar con tal fuerza que cada pluma salía disparada como un cohete. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Una tras otra, hasta que no quedó ni una sola.
—¡Hurra! ¡Estoy curado! —bramó Pancho, feliz de no sentir más picazón.
—Eso sí, Pancho —dijo el Hechicero Jabalí con una sonrisa—, la próxima vez que encuentres algo brillante en el suelo, quizás primero pregúntate si es comestible antes de comértelo.
Riendo y charlando, Pancho prometió ser más cuidadoso en el futuro (aunque todos sabían que su golosidad seguiría poniéndolo en aprietos de vez en cuando). Y así, con el estómago un poco menos lleno y el corazón contento, Pancho regresó a su casa, no sin antes haber aprendido una valiosa lección sobre la curiosidad… y las esmeraldas.
Desde ese día, en el reino se contaba la historia del burro que se comió una esmeralda y se convirtió en el animal más cómico y querido por todos. Y aunque las aventuras de Pancho continuaron, esa es una historia para otro día.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.