Cuentos de Humor

El Circo Mágico de Valle Alegre

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Todo comenzó una soleada mañana cuando algo increíble sucedió en el pequeño pueblo de Valle Alegre. Los vecinos estaban ocupados con sus tareas diarias, los niños jugaban en las plazas, y nadie se imaginaba la sorpresa que les aguardaba. Justo cuando el reloj de la iglesia marcaba las diez, un sonido peculiar, como el de una trompeta distante, resonó en el aire. De repente, una caravana colorida apareció en la colina, moviéndose lentamente hacia el pueblo. Pero no era cualquier caravana: era el Circo Mágico.

Los primeros en verlo fueron los niños, que corrieron emocionados hacia sus casas gritando: «¡El circo ha llegado! ¡El circo ha llegado!». En cuestión de minutos, la noticia se esparció por todo el pueblo, y los habitantes comenzaron a reunirse en la plaza central para ver qué estaba pasando.

La caravana se detuvo en el gran campo detrás de la plaza, y de ella comenzaron a salir artistas vestidos con trajes brillantes y llenos de colores. Había malabaristas, payasos, acróbatas y, por supuesto, el Maestro de Ceremonias. Este último era un hombre alto y delgado, con un gran sombrero de copa y un abrigo rojo que brillaba bajo el sol. Se paró en medio de la plaza y, con una voz profunda y teatral, exclamó: «¡Bienvenidos, damas y caballeros, niños y niñas! ¡Han sido invitados al Circo Mágico, donde los sueños se hacen realidad y las risas no tienen fin!».

El Maestro de Ceremonias, llamado Zacarías, era el alma del circo. Con su mirada traviesa y su risa contagiosa, sabía cómo captar la atención de todos. «Esta noche», continuó Zacarías, «verán cosas que jamás imaginaron. Payasos que harán reír hasta al más serio, trapecistas que volarán como pájaros, y motociclistas que desafiarán la gravedad en la famosa esfera de la muerte. ¡Será una noche que jamás olvidarán!».

Los niños estaban más emocionados que nunca, y la gente no podía esperar a que llegara la noche para ver el espectáculo. Las entradas se vendieron rápidamente, y para cuando el sol comenzó a ponerse, la gran carpa del circo estaba llena de luces brillantes y banderas ondeando al viento.

Al caer la noche, las puertas de la carpa se abrieron, y la multitud comenzó a entrar. El interior del circo era como un mundo mágico. Las luces centelleaban en lo alto, y el olor a palomitas de maíz y algodón de azúcar llenaba el aire. Los niños miraban a su alrededor con los ojos muy abiertos, asombrados por todo lo que veían. En el centro, una gran pista circular estaba preparada para el espectáculo.

De repente, las luces se apagaron, y un silencio expectante llenó la carpa. En ese momento, una sola luz se encendió, iluminando a Zacarías, el Maestro de Ceremonias, quien apareció en el centro de la pista con una capa brillante y su característico sombrero de copa. «¡Damas y caballeros, bienvenidos al Circo Mágico! Esta noche verán lo imposible, lo asombroso y lo hilarante. ¡Que comience la magia!».

El primer acto fue el de los payasos, un grupo de personajes torpes pero encantadores, que hicieron que la carpa entera se llenara de risas. Había uno que no dejaba de caerse, otro que sacaba flores de su sombrero sin parar, y uno más que trataba de hacer malabares con globos que siempre explotaban en su cara. Cada vez que un globo estallaba, el payaso ponía una expresión exagerada de sorpresa, y los niños reían a carcajadas.

Luego vino el turno de los malabaristas, que comenzaron con pelotas y aros, pero pronto empezaron a lanzar antorchas encendidas, cuchillos y, por alguna razón, hasta frutas. «¡Cuidado con la sandía!», gritó uno de los malabaristas, lanzando una enorme sandía al aire mientras el público contenía la respiración. Afortunadamente, la atrapó justo a tiempo, y todos aplaudieron aliviados.

Pero uno de los momentos más esperados era el de los acróbatas en el trapecio. Los niños observaban con los ojos bien abiertos mientras los acróbatas volaban por el aire, realizando saltos mortales y piruetas impresionantes. «¡Mira, mamá! ¡Vuelan de verdad!», exclamó un niño mientras veía a los acróbatas balancearse con gracia de un lado a otro. Los artistas parecían ligeros como plumas, y sus movimientos eran tan rápidos que el público apenas podía seguirlos con la mirada.

Justo cuando todos pensaban que el espectáculo no podía mejorar, Zacarías volvió a aparecer en el centro de la pista. «Y ahora, para nuestro gran final, les presentamos… ¡la Esfera de la Muerte!». En ese momento, una enorme esfera metálica fue llevada al centro de la pista, y el público se quedó sin aliento. Dentro de la esfera, tres motocicletas rugían como leones listos para la acción.

«Prepárense para ver a nuestros valientes motociclistas girar y girar dentro de esta esfera, desafiando todas las leyes de la física», dijo Zacarías, con una sonrisa traviesa.

Los motores rugieron aún más fuerte, y de repente, las motocicletas comenzaron a acelerar. Dentro de la esfera, los pilotos giraban en círculos, primero uno, luego dos, y finalmente los tres al mismo tiempo, cruzándose entre ellos en una danza impresionante de velocidad y precisión. La multitud estaba al borde de sus asientos, conteniendo el aliento cada vez que parecía que los motociclistas iban a chocar, pero siempre, en el último segundo, cambiaban de dirección con una habilidad increíble.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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