Había una vez un payaso llamado Pompín, famoso en todo el pueblo por sus trucos divertidos y su ropa colorida. Pompín no era un payaso común, porque además de hacer reír a los niños, tenía un armario mágico lleno de disfraces increíbles.
Un día, Pompín tuvo una idea maravillosa. «¿Y si invito a todos los niños del pueblo a vestirse como payasos por un día?», pensó. Así que decidió organizar un gran evento en el parque central del pueblo, donde todos podrían compartir risas y juegos.
La noticia se esparció rápido, y pronto todos los niños estaban emocionados por el gran «Día del Payaso». Pompín preparó un escenario especial en el parque, decorado con globos, banderines y un gran cartel que decía: «¡Bienvenidos al día más divertido del año!»
El día del evento, Pompín se paró frente a todos los niños y padres reunidos y comenzó a describir su vestimenta. «Para ser un payaso, lo primero que necesitas es un sombrero muy grande y colorido, como este», dijo, señalando su enorme sombrero de copa con lunares de todos los colores.
«Después, necesitas una camisa de cuadros, muy grande y cómoda, para poder mover los brazos y hacer malabares», continuó Pompín, mostrando su camisa que parecía un tablero de ajedrez gigante.
«No podemos olvidar los pantalones», añadió, «¡pero tienen que ser enormes! Tan grandes que podrías esconder un conejo dentro». Todos los niños se rieron al imaginar un conejo asomando la cabeza por los pantalones de un payaso.
«Y por supuesto, los zapatos. Los zapatos de payaso son muy, muy grandes y de colores brillantes. Así todos pueden ver tus pies bailando desde lejos», explicó Pompín, mientras daba unos pasos de baile que hicieron que sus zapatos chirriaran y soltaran pequeñas chispas.
Una vez que Pompín terminó de describir su atuendo, abrió su armario mágico, y de él sacó cajas y cajas de disfraces de payaso para todos los niños. «¡Es hora de vestirse!», anunció.
Los niños corrieron hacia el armario y comenzaron a ponerse los sombreros, camisas, pantalones y zapatos de payaso. Algunos incluso se pintaron la cara con narices rojas y sonrisas enormes.
Cuando todos estaban vestidos, Pompín les enseñó a caminar como payasos, moviendo los pies de forma exagerada y haciendo piruetas. Luego, organizaron un desfile por el parque, con música alegre tocando de fondo. Los padres aplaudían y reían al ver a sus hijos transformados en pequeños payasos, tropezando con sus zapatos grandes y haciendo trucos divertidos.
Al final del día, Pompín se reunió con todos los niños y les dijo: «Hoy aprendimos que vestirse como payaso no es solo ponerse ropa divertida. Es también sobre llevar alegría a los demás y reír juntos. Y recuerden, el amor y la risa no se dividen, se multiplican.»
Todos los niños aplaudieron y agradecieron a Pompín por el día tan especial. Desde ese día, el «Día del Payaso» se convirtió en una tradición anual en el pueblo, esperado con ansias por niños y adultos por igual.
Y así, Pompín no solo llenó el parque de colores y risas ese día, sino que dejó una huella de alegría en el corazón de cada niño, recordándoles que la felicidad se encuentra en las cosas simples, como una sonrisa compartida o un par de zapatos demasiado grandes.
Al caer la tarde, después del desfile y la diversión, Pompín invitó a todos los niños a sentarse en círculo en el centro del parque. Los pequeños payasitos, aún con sus narices rojas y ropas coloridas, se acomodaron emocionados, esperando la siguiente sorpresa. Pompín, con una sonrisa tan grande como sus zapatos, sacó de su sombrero no solo conejos, sino también pañuelos de colores infinitos y, para asombro de todos, pequeñas luces que flotaban alrededor de los niños.
«Ahora que todos hemos compartido risas y hemos bailado juntos, ¿quieren escuchar una historia sobre el primer payaso que existió?», preguntó Pompín. Los niños gritaron emocionados un «¡Sí!» que resonó en todo el parque. Así comenzó Pompín a contar una historia que cautivó a todos.
«Hace muchos, muchos años, en un pueblo lejano, vivía un hombre que siempre llevaba una sonrisa, aunque nadie sabía por qué. La gente del pueblo lo llamaba Pierrot, y él tenía un don especial: podía hacer reír a cualquiera con solo una mirada o un gesto gracioso. Pero Pierrot sentía que algo le faltaba, algo que su corazón anhelaba.»
«Un día, mientras caminaba por el bosque pensando en cómo podría compartir su alegría con más gente, encontró un cofre viejo y polvoriento. Dentro del cofre, no había oro ni joyas, sino un conjunto de ropas muy extrañas: un sombrero puntiagudo, zapatos enormes y una chaqueta con botones de mil colores. Pierrot se puso la ropa sin dudarlo y al instante sintió cómo su felicidad crecía y se esparcía por todo el bosque.»
«Al volver al pueblo, todos se sorprendieron al ver a Pierrot. Al principio, se reían de su aspecto, pero pronto, sus risas se transformaron en carcajadas llenas de cariño. Pierrot, vestido con su traje mágico, realizaba trucos y contaba chistes, y por primera vez, sintió que su misión estaba clara. Desde ese día, se prometió llevar la risa y la alegría a todos los rincones del mundo.»
Los ojos de los niños brillaban con emoción mientras escuchaban a Pompín. Después de la historia, el payaso les enseñó un truco especial: «Cada uno de ustedes puede encontrar magia en su interior, solo necesita buscarla.» Y con un toque de su varita, cada niño encontró una pequeña estrella brillante en su mano.
«Esta estrella representa la magia y la alegría que cada uno de ustedes lleva dentro. No olviden brillar y compartir su luz, incluso cuando el traje de payaso se haya guardado.»
Al despedirse, Pompín dejó un regalo para cada niño: un pequeño kit de payaso, con un nariz roja y pañuelos de colores, para que pudieran seguir repartiendo sonrisas dondequiera que fueran. Los padres, conmovidos por el cambio que vieron en sus hijos, agradecieron a Pompín por un día lleno de risas y lecciones valiosas.
Desde entonces, el parque no fue solo un lugar de juegos, sino un espacio donde la magia y la risa se encontraban en cada rincón, recordando siempre las palabras de Pompín: «La risa es la música del alma, y mientras más compartas, más melodías creas en el mundo.»
Y así, con cada nueva generación, la historia de Pompín y su día especial se convirtió en leyenda, inspirando a todos a buscar la alegría en los momentos más simples, y a recordar que ser un payaso, más que vestir un traje, es llevar alegría al corazón de los demás.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.