Cuentos de Humor

El Ingenio de Pollín

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 7 minutos

Español

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En un pueblo lleno de color y alegría, donde las casas eran de todos los colores del arcoíris y las calles olían a pan recién horneado, vivían dos personajes muy peculiares: Don Carmelo, el albañil más experimentado y sabio del lugar, y su joven ayudante, apodado Pollín por su curiosa tendencia a olvidarse de las cosas.

Don Carmelo era un hombre robusto, de manos callosas y sonrisa fácil. Llevaba más de treinta años construyendo y reparando las casas del pueblo, y no había rincón o ladrillo que no conociera como la palma de su mano. Pollín, por otro lado, era un joven de cabello revuelto y ojos brillantes, lleno de energía y buena voluntad, pero con una memoria tan frágil como una pluma al viento.

Cada mañana, Don Carmelo y Pollín se encontraban en la plaza del pueblo para empezar su jornada. Don Carmelo, con su voz grave y pausada, repasaba la lista de tareas y herramientas necesarias, mientras Pollín asentía con entusiasmo, aunque a menudo se le olvidaba la mitad de las cosas.

«Pollín, recuerda traer la cinta métrica y el nivel», decía Don Carmelo.

«Sí, sí, Don Carmelo, ¡no se preocupe!», respondía Pollín con una sonrisa.

Pero, invariablemente, cuando llegaban al sitio de trabajo, Pollín se daba cuenta de que había olvidado algo. Ya fuera la cinta métrica, el nivel, o incluso su propio casco, algo siempre faltaba en su mochila.

«¡Ay, Pollín, tu cabeza es como la de un pollito! Se te olvida todo», se reía Don Carmelo, aunque nunca se enfadaba. Sabía que el corazón de Pollín estaba en el lugar correcto, aunque su memoria no siempre lo estuviera.

A pesar de estos olvidos, Pollín tenía un don especial: su juventud y fuerza. Cuando había que cargar sacos de cemento o subir escaleras con pesadas herramientas, Pollín era incansable. Su energía parecía inagotable, y eso compensaba, en parte, sus despistes.

Un día, el alcalde del pueblo les encargó una tarea muy importante: construir un nuevo parque para los niños. Era un proyecto grande, y Don Carmelo sabía que necesitarían toda su experiencia y la fuerza de Pollín para completarlo a tiempo.

Mientras trabajaban, Pollín no solo olvidó herramientas, sino que también se confundía con las medidas y mezclaba los sacos de cemento con los de arena. Pero Don Carmelo, con paciencia y una sonrisa, le enseñaba una y otra vez cómo hacer las cosas bien.

«Pollín, mira, así se mezcla el cemento. No te preocupes, todos aprendemos a nuestro propio ritmo», le explicaba Don Carmelo.

Pollín escuchaba atentamente y, aunque a veces se frustraba consigo mismo, nunca se rendía. Quería aprender, quería ser tan buen albañil como Don Carmelo.

La obra avanzaba, y el parque empezaba a tomar forma. Don Carmelo diseñó un tobogán en forma de dragón, columpios que parecían naves espaciales y bancos pintados de colores vivos. Pollín, por su parte, se encargó de las tareas más pesadas, y poco a poco, su habilidad mejoraba.

Un día, mientras trabajaban, una fuerte tormenta se desató sobre el pueblo. El viento soplaba con tal fuerza que empezó a arrancar algunas de las estructuras que aún no estaban bien aseguradas.

«¡Pollín, necesitamos sujetar esos columpios antes de que se los lleve el viento!», gritó Don Carmelo por encima del rugido de la tormenta.

Pollín, sin dudar ni un segundo, corrió hacia los columpios. A pesar de la lluvia y el viento, trabajó incansablemente, asegurando cada tornillo y cada cadena. Su fuerza y su valentía brillaban incluso bajo el cielo gris y tormentoso.

Cuando la tormenta pasó, el parque estaba intacto, gracias a la rápida acción de Pollín. La gente del pueblo, que había observado desde sus ventanas, salió para felicitar a los dos constructores.

«Don Carmelo, ¡su parque es hermoso!», exclamaban. «Y Pollín, ¡qué valiente has sido protegiendo las obras!»

Pollín se sonrojó, pero por primera vez se sintió realmente orgulloso de su trabajo. Don Carmelo, con una sonrisa, le puso una mano en el hombro.

«Ves, Pollín, cada uno tiene sus fortalezas. Yo tengo la experiencia, pero tú tienes la juventud y la fuerza. Juntos, hacemos un gran equipo.»

El parque se inauguró una semana después. Los niños corrían felices entre los juegos, y Don Carmelo y Pollín observaban desde un banco, sonriendo.

«Pollín, aún tienes mucho que aprender, pero no te preocupes, yo estaré aquí para enseñarte. Y recuerda, aunque a veces se te olviden las cosas, nunca olvides que tu valor y tu fuerza son tus mayores herramientas», le dijo Don Carmelo.

Pollín asintió, sabiendo que, con Don Carmelo a su lado, llegaría a ser un gran albañil. Y aunque a veces se le olvidara alguna herramienta, su corazón y su esfuerzo nunca faltarían.

Desde ese día, Pollín se esforzó aún más, aprendiendo de cada error y celebrando cada éxito. Y Don Carmelo, orgulloso, sabía que había encontrado en Pollín no solo un ayudante, sino un verdadero compañero de trabajo y un amigo.

Y así, entre risas, olvidos y aprendizajes, Don Carmelo y Pollín continuaron construyendo y reparando, no solo edificios y parques, sino también una amistad sólida y duradera que se convertiría en la base de muchas más historias y aventuras en el colorido pueblo.

Después de la exitosa inauguración del parque, Don Carmelo y Pollín se convirtieron en los constructores más solicitados del pueblo. Sus días estaban llenos de nuevos proyectos, desde reparar las viejas fachadas de las casas hasta construir un pequeño puente sobre el río que cruzaba el pueblo.

Con cada proyecto, Pollín aprendía algo nuevo. Su memoria, aunque todavía le jugaba trucos de vez en cuando, mejoraba gracias a los consejos y trucos que Don Carmelo le enseñaba. «Usa rimas para recordar las medidas, Pollín», decía Don Carmelo, y Pollín se inventaba pequeñas canciones para no olvidar las cantidades y herramientas.

Un día, mientras trabajaban en la renovación de la biblioteca del pueblo, Pollín encontró un viejo mapa escondido detrás de un estante. El mapa mostraba un camino hacia una colina olvidada, donde, según la leyenda, estaba enterrado un tesoro.

«¡Don Carmelo, mire lo que he encontrado!», exclamó Pollín, mostrando el mapa con emoción.

Don Carmelo examinó el mapa con curiosidad. «Este podría ser un gran proyecto para nosotros, Pollín. No por el tesoro, sino por la aventura de descubrir algo nuevo.»

Decidieron dedicar sus fines de semana a seguir el mapa. Armados con palas, picos y, por supuesto, con la infaltable cinta métrica de Pollín, se adentraron en la colina.

Cada fin de semana era una nueva aventura. Cavaban, exploraban y, a veces, simplemente se sentaban a admirar la vista desde la colina, comiendo los bocadillos que Pollín siempre recordaba traer.

Una tarde, después de semanas de búsqueda, sus palas chocaron con algo duro. Con cuidado, desenterraron un cofre antiguo. Dentro, en lugar de oro o joyas, encontraron viejos rollos de planos y herramientas de albañilería que pertenecieron al fundador del pueblo, un famoso constructor.

«Esto es mucho más valioso que cualquier tesoro», dijo Don Carmelo, admirando los planos. «Es la historia de nuestro oficio.»

Pollín, mirando las herramientas y los planos, sintió una conexión profunda con su trabajo. Ya no era solo un ayudante, sino un verdadero constructor, portador de una tradición importante.

En los meses siguientes, Don Carmelo y Pollín usaron los conocimientos obtenidos de los planos antiguos para mejorar sus técnicas. El pueblo entero notó la diferencia en su trabajo, y su fama creció aún más.

Un día, el alcalde les pidió que construyeran una nueva plaza en el centro del pueblo, algo que sería el corazón de la comunidad. Don Carmelo y Pollín aceptaron el reto, decididos a hacer algo extraordinario.

Trabajaron durante meses, utilizando todo lo que habían aprendido juntos. Pollín, ahora mucho más seguro de sí mismo y de sus habilidades, tomaba la iniciativa en muchas tareas, siempre bajo la atenta mirada de Don Carmelo.

Finalmente, la plaza estuvo terminada. Era una obra maestra de la arquitectura y la artesanía, con una fuente en el centro, bancos de piedra tallada y mosaicos coloridos que contaban la historia del pueblo.

El día de la inauguración, todos los habitantes se reunieron en la plaza. El alcalde dio un discurso, agradeciendo especialmente a Don Carmelo y Pollín por su arduo trabajo.

«Esta plaza no es solo un lugar de encuentro, es un símbolo de lo que podemos lograr juntos», dijo el alcalde.

Don Carmelo y Pollín se miraron, sonriendo con orgullo. Habían comenzado como un experimentado albañil y un ayudante olvidadizo, pero ahora eran mucho más que eso. Eran maestros de su oficio, amigos y, sobre todo, compañeros en la construcción no solo de edificios, sino de sueños y recuerdos para todo el pueblo.

Y así, entre risas, desafíos y muchas enseñanzas, Don Carmelo y Pollín continuaron su camino, construyendo y creando, dejando su huella en cada rincón del pueblo, recordando siempre que lo más importante no era lo que construían con sus manos, sino lo que construían con su corazón.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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