Había una vez tres hermanos que viajaban a la hora del crepúsculo por una solitaria y sinuosa carretera. Los hermanos, llamados Alaric, Bastian y Cedric, eran conocidos por su habilidad en las artes mágicas y sus corazones valientes. Siempre estaban buscando nuevas aventuras y desafíos.
Una tarde, mientras caminaban por un camino empedrado rodeado de densos bosques, se encontraron con un río demasiado profundo para vadearlo y demasiado peligroso para cruzarlo a nado. El río rugía y sus aguas traicioneras parecían estar esperando a sus próximas víctimas. Pero como los tres hombres eran muy diestros en las artes mágicas, no tuvieron más que agitar sus varitas e hicieron aparecer un puente para salvar las traicioneras aguas.
El puente era impresionante, hecho de piedra y magia, brillaba bajo la luz del crepúsculo. Sin dudarlo, los hermanos comenzaron a cruzarlo, sintiéndose orgullosos de su ingenio y habilidades. Sin embargo, cuando se hallaban hacia la mitad del puente, una figura encapuchada les cerró el paso. Era alta y oscura, con una presencia que helaba la sangre. La Muerte misma les había salido al encuentro.
La Muerte les habló con una voz que resonaba como el eco de mil susurros. «Estoy contrariada porque acabo de perder a tres posibles víctimas, ya que normalmente los viajeros se ahogan en el río. Pero vosotras habéis sido muy astutas al evitar mi trampa. Así pues, os concederé un premio a cada uno por vuestra inteligencia.»
Los hermanos se miraron entre sí, sorprendidos pero también intrigados. El hermano mayor, Alaric, que era un hombre muy combativo y orgulloso, dio un paso adelante. «Quiero la varita mágica más poderosa que exista, una varita capaz de hacerme ganar todos los duelos; en definitiva, ¡una varita digna de un mago que ha vencido a la Muerte!»
La Muerte asintió y se encaminó hacia un saúco que había en la orilla del río, hizo una varita con una rama y se la entregó a Alaric. «Aquí tienes, la Varita de Saúco,» dijo la Muerte, y Alaric tomó la varita con una sonrisa satisfecha.
El hermano mediano, Bastian, que era un hombre astuto y sagaz, fue el siguiente en hablar. «Quiero un poder que me permita humillar a la Muerte aún más, algo que me devuelva a aquellos que he perdido.»
La Muerte asintió una vez más, y recogiendo una piedra del río, la transformó en una piedra negra y pulida. «Aquí tienes, la Piedra de la Resurrección,» dijo la Muerte, entregándosela a Bastian.
Finalmente, el hermano menor, Cedric, que era el más humilde y sabio de los tres, pensó durante un momento antes de hablar. «No confío en la Muerte,» dijo con voz firme. «Quiero algo que me permita dejar este lugar sin que me sigas.»
La Muerte, a regañadientes, le entregó su propia capa, una capa que hacía invisible a quien la llevaba puesta. «Aquí tienes, la Capa de Invisibilidad,» dijo la Muerte, y Cedric la aceptó con gratitud.
Con sus premios en mano, los hermanos continuaron su camino, cada uno con su propio destino. Alaric, con la Varita de Saúco, se volvió temerario y arrogante, desafiando a cualquiera que se cruzara en su camino. Sin embargo, su orgullo fue su perdición, pues una noche, mientras dormía, un rival lo asesinó y robó la varita.
Bastian, con la Piedra de la Resurrección, se aisló del mundo, obsesionado con traer de vuelta a su amada fallecida. Aunque logró verla de nuevo, ella no era más que una sombra de lo que había sido, y la tristeza de Bastian lo llevó a la locura y la muerte.
Cedric, en cambio, vivió una vida larga y plena, usando la Capa de Invisibilidad para escapar de situaciones peligrosas y ayudar a otros en secreto. Se casó, tuvo hijos y nietos, y cuando llegó su hora, entregó la capa a su hijo menor, enfrentando a la Muerte como a una vieja amiga.
La Muerte, que había observado a los hermanos a lo largo de los años, se acercó a Cedric con respeto. «Has vivido sabiamente, Cedric,» dijo la Muerte. «Es hora de que descanses.»
Cedric sonrió y asintió. «Sí, es hora. Pero no temo, pues he vivido una vida plena y he dejado un legado de amor y sabiduría.»
Y así, Cedric dejó este mundo en paz, sabiendo que había vencido a la Muerte no con poder o trucos, sino con humildad y sabiduría. La historia de los tres hermanos se convirtió en una leyenda, recordando a todos que la verdadera grandeza no está en desafiar a la Muerte, sino en vivir una vida digna y plena.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.