El día había amanecido despejado y soleado, ideal para salir a jugar. Miriam y Elena, dos amigas inseparables, estaban emocionadas porque planeaban pasar la tarde en el parque, disfrutando del aire libre y, por supuesto, de su juego favorito: la búsqueda del tesoro. Era la primera vez que lo harían juntas sin la ayuda de ningún dispositivo electrónico; solo ellas y su imaginación.
Miriam, con su cabello rizado y lleno de energía, había traído una lista de cosas que necesitaban encontrar: una pluma de pájaro, una piedra peculiar, una hoja de forma extraña y, por supuesto, un tesoro muy especial que solo ellas conocían. Elena, con su cabello lacio y una sonrisa contagiosa, había llevado una mochila llena de bocadillos y agua. «Esto va a ser genial», decía mientras caminaban hacia el parque.
Cuando llegaron, el parque estaba lleno de niños disfrutando del buen tiempo. Algunos estaban en los columpios, otros jugando a la pelota, y unos más andaban en bicicleta. Sin embargo, lo que más llamó la atención de las dos amigas fue un pequeño rincón donde las flores eran tan coloridas y variadas que parecían una paleta de colores. «Mira eso», exclamó Elena. «Podríamos encontrar algunas de esas flores para nuestra búsqueda».
Mientras comenzaron a explorar, vieron a un niño que parecía estar en problemas. Se llamaba Diego, y tenía una expresión preocupada en su rostro. «¿Qué sucede?», le preguntó Miriam. Diego les explicó que había perdido su gato, Miau, y que no lograba encontrarlo por ningún lado. Sin pensarlo dos veces, las dos amigas decidieron ayudarlo en su búsqueda. «No podemos dejar que un gato se quede perdido», dijo Elena.
Juntos, los tres empezaron a buscar por todo el parque. Preguntaron a otros niños si habían visto a Miau, pero ninguno lo había visto. Después de una hora de búsqueda, decidieron hacer una pausa. Así que se sentaron en un banco y unwrap their snacks. Mientras compartían unas galletas, Diego les contó que Miau era un gato muy peculiar. «Él siempre se esconde en los lugares más inesperados, así que si lo encontramos será un verdadero milagro», afirmó.
Entonces, a Elena se le ocurrió una idea. «¿Y si usamos la imaginación y hacemos que Miau sea parte de nuestra búsqueda del tesoro? ¡Podemos buscarlo como si fuera una misión importante!». Irónicamente, en ese mismo momento, una ardilla muy traviesa pasó corriendo por delante de ellos. Fue entonces cuando Miriam tuvo otra gran idea. «Podríamos pensar que Miau se disfrazó de ardilla para no ser encontrado. ¡Así que ahora nuestro objetivo es descubrir dónde se esconde esa ardilla!», propuso.
Los tres se levantaron de un salto, llenos de energía y con una nueva misión. Comenzaron a observar a la ardilla mientras esta saltaba de árbol en árbol, pero pronto se dieron cuenta de que habían perdido por completo el rastro de Miau. «Tal vez debamos dividirnos para cubrir más terreno», sugirió Diego, aunque estaba un poco nervioso. «Yo puedo ir por la parte izquierda del parque», dijo Elena. «Y yo por la derecha», añadió Miriam.
Diego se quedó en el centro, decidido a buscar en el área donde había visto a su gato por última vez. Mientras buscaban, comenzaron a tener divertidas aventuras. La ardilla, al darse cuenta de que la perseguían, decidió jugar con ellos. Cuando la alcanzaban, ella se escabullía rápidamente o se ocultaba tras un arbusto, como si estuviera participando en un juego de escondidas. Las risas no tardaron en surgir, y por un momento, se olvidaron completamente de la búsqueda del gato.
Mientras jugaban, Elena se tropezó y cayó al suelo, pero en lugar de asustarse, comenzó a reírse. «¡Creo que me he convertido en una ardilla!» exclamó con risa. Miriam, al verla así, también se echó al suelo. «¡Yo también quiero ser una ardilla!», gritó. Diego no pudo contener la risa al ver a las dos chicas rodando en el suelo, haciéndose la idea de ser las ardillas más traviesas del parque.
Después de un rato, decidieron hacer una pausa y se sentaron en un círculo. «Es divertido correr detrás de la ardilla, pero ¿qué pasa con Miau?», preguntó Diego algo preocupado. De repente, una sombra apareció sobre ellos. Mirando hacia arriba, vieron a un gato negro en una rama, observando con gran curiosidad. «¿Es Miau?», susurró Miriam, tratando de contener la emoción. Todas las miradas se dirigieron hacia el gato, pero en ese momento, el gato se dio la vuelta y saltó al suelo, corriendo hacia un grupo de niños que jugaban con globos.
«¡Vamos!», gritó Diego, levantándose rápidamente. Comenzaron a seguir al gato, que parecía jugar al escondite con ellos. Rieron mientras corrían detrás de él, y tras un par de giros y saltos, lo encontraron escondido debajo de un banco. «¡Eres tú, Miau!», exclamó Diego aliviado, mientras se agachaba para acariciarlo. El gato pareció contento de ser encontrado, pero no pudo resistir la tentación de jugar un poco más. Mirando a sus nuevos amigos, comenzó a correr de nuevo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.