Era una mañana soleada en el tranquilo vecindario de Villaperez, donde los animales tenían un estilo de vida bastante peculiar. En una pequeña perrera al fondo de un jardín, vivía un perro llamado Pulgoso. Era un perro de tamaño pequeño, con un pelaje que parecía estar en una constante batalla entre el color marrón y el gris. Pulgoso no era un perro cualquiera; le gustaba contar chistes y provocar risas en sus amigos, sobre todo en sus dos inseparables compañeros: Pulga y Parásito.
Pulga era una perra de raza beagle, con orejas largas que casi rozaban el suelo y una energía que podía rivalizar con un torbellino. Siempre tenía una idea divertida en mente y estaba lista para una nueva aventura. Por otro lado, Parásito, un pequeño gato negro, era algo perezoso pero igual de astuto. A menudo se quedaba acurrucado al sol, pero cuando se trataba de hacer reír a sus amigos, podía sacar de su mente los mejores trucos y juegos.
Una mañana, mientras los tres amigos jugaban en el jardín, Pulgoso tuvo una idea brillante. «¡Chicos! ¿Qué tal si hacemos una aventura épica hacia la Luna de Valencia? He oído que hay un lugar mágico allí donde todos los animales pueden volar y vivir una gran fiesta. ¡Imagínense lo divertido que sería!», dijo emocionado, sacudiendo su cola.
Pulga saltó emocionada. «¡Sí! ¡Volvamos a vivir la aventura de los héroes! Hay que buscar una manera de llegar a la luna. ¿Y si construimos una gran catapulta?», sugirió, moviendo las patas de un lado a otro.
«No sé, Pulga. Una catapulta suena un poco… peligroso», dijo Parásito mientras se estiraba perezosamente. «¿Y si volamos en un globo de aire caliente? Eso suena más seguro, además de que podemos llevar dulces».
Las ideas volaron de un lado a otro, y después de un rato de debate, decidieron construir un globo de aire caliente. Juntos, recogieron ramas, trozos de tela y una gran cesta que encontraron en el jardín de la señora Doña Filo. Ella era conocida por tener un jardín lleno de maravillas y, aunque les regañaba a menudo, también les daba permiso para jugar allí.
Una vez que el globo estuvo listo, Pulgoso, Pulga y Parásito subieron a la cesta. «Espero que esto funcione», dijo Pulgoso, mirando la cuerda que mantenía amarrado el globo al suelo. «¿Están listos?». Ambos asintieron.
Con un gran grito de «¡A la Luna de Valencia!», Pulgoso soltó la cuerda, y el globo comenzó a elevarse lentamente. Al principio, todo parecía ir bien, pero conforme ascendían, la cesta comenzó a balancearse de una forma inusual.
«¡Esto es emocionante! No hay nada como volar!», exclamó Pulga, disfrutando del aire fresco y de las nubes que pasaban cerca.
De repente, un viento fuerte sopló y el globo comenzó a girar. «¡Ayuda! ¡Vamos a caer!», gritó Parásito, que se aferraba a la cesta. Pulgoso, decidido a mantener la calma, gritó: «¡No se preocupen, tengo una idea genial! ¡Voy a ponerme a contar chistes para que nos distraigamos!».
«¡Buena idea! ¡Dímelo!», dijo Pulga mientras trataba de luchar contra el viento. Pulgoso comenzó a contar su mejor chiste: «¿Por qué el perro se sentó sobre un reloj? ¡Porque quería ser un perro puntual!». Pulga y Parásito rieron a carcajadas, y ese momento de risa les devolvió un poco la calma.
Afortunadamente, el viento comenzó a calmarse y el globo empezó a estabilizarse. Pero aún les faltaba un largo camino hacia la Luna. Después de un rato en el aire, divisaron el hermoso paisaje de Villaperez desde arriba, y su emoción aumentó. ¡Toda su aventura estaba apenas comenzando!
«¡Miren, allá! ¡Esa debe ser la Luna de Valencia!», gritó Pulga, viendo un brillo plateado en la distancia. «¡Vamos, lleguemos ya!».
A medida que se acercaban, notaron que aquella «luna» en realidad era un gran festival de luces en un parque. Bajo el destello de las luces risueñas, había globos, música y un montón de animales disfrutando. Al aterrizar, se dieron cuenta de que el festival era más mágico de lo que habían imaginado.
Los tres amigos se bajaron con cautela del globo y comenzaron a explorar el lugar. Había una gran rueda de la fortuna, un montón de juegos y una mesa repleta de deliciosos premios. «¡Esto es increíble! ¡Feliz paseo a la luna!», gritó Pulgoso, mientras todos a su alrededor celebraban con música alegre.
Pulga había encontrado un puesto de comida y no tardó en correr hacia él. «¡Mira, Pulgoso, dulces! ¡Quiero un caramelo gigante!», dijo mientras alzaba la vista hacia un enorme caramelo en forma de estrella.
Parásito, que siempre estaba a la caza de un lugar cómodo para descansar, se encontró con un grupo de gatos que estaban tomando una somnolienta siesta en un cojín. «¡Esto es el cielo!», pensó Parásito mientras se acomodaba junto a ellos.
Mientras tanto, Pulgoso no tardó en hacerse amigo de un grupo de perros que estaban compitiendo en un concurso de chistes. «¿Tú crees que me dejarán participar?», le preguntó a Pulga. «Si ellos están divirtiéndose, ¡tú también deberías hacerlo!».
El concurso comenzó, y Pulgoso decidió contar su mejor chiste. «¿Cómo se despide un químico? ¡Ácido un placer!». Los demás animales tronaron en carcajadas, y, aunque no ganó el primer lugar, se llevó una gran ovación.
Al concluir el concurso, hubo un espectáculo de fuegos artificiales. Pulgoso, Pulga, Parásito y sus nuevos amigos se acomodaron en una colina para admirar la hermosa vista. Los colores iluminaban el cielo, y todos parecían felices. «¡Deberíamos hacer esto más a menudo!», dijo Pulga, mirando a sus amigos con ternura.
Cuando comenzó a anochecer, mientras las luces titilaban y la música seguía sonando, de repente, escucharon un ruido ensordecedor. Una figura enorme surgió del suelo y, con una voz estruendosa, comenzó a hablar: «¡Hola, animalejos! Soy el Rey Dedo, el rey de la Luna de Valencia. Vengo a invitarles a cenar a mi castillo».
Los tres amigos miraron entre sí, emocionados. «¡Un reino! ¡Eso suena genial!», exclamó Pulgoso.
«¡Sí, debemos ir! No podemos perdernos una cena real», sugirió Pulga, moviéndose de un lado a otro.
Parásito, con un tono más escéptico, dijo: «Pero… ¿Qué tal si es una trampa? ¿No nos comerá de un bocado?», sin embargo, la curiosidad pudo más que su prudencia, y decidió seguirlos.
Todos se dirigieron al castillo del Rey Dedo, que estaba decorado de forma extravagante, con luces resplandecientes y banderas ondeando al viento. Había una comida interminable, cada platillo más delicioso que el anterior. Comenzaron a comer y a disfrutar de la velada.
El rey, con su gran barriga y su voz de trueno, les contó historias de sus aventuras. «Una vez me perdí en un bosque encantado y tuve que resolver un acertijo para escapar. ¡Fue muy divertido!», relató, haciendo reír a todos.
Mientras disfrutaban de la cena, el Rey Dedo decidió organizar un concurso de baile. «El que tenga el mejor baile ganará un premio sorpresa», dijo, frotándose las manos emocionado.
Pulgoso miró a sus amigos y dijo: «¡Tenemos que participar!». Pulga, que siempre estaba lista para bailar, no dudó en levantarse y arrastrar a Parásito con ella. «¡Vamos, Parásito! ¡Tú puedes!», le gritó mientras comenzaba a mover los pies de un lado a otro.
Pulgoso se unió a ellos y comenzó a contar chistes mientras bailaban, creando un ambiente lleno de risas. Parásito, aunque tímido, terminó dejándose llevar por la música y haciendo pares de saltos. El Rey Dedo se reía a carcajadas mientras disfrutaba del espectáculo.
Al final del concurso, el Rey Dedo no podía decidir quién había bailado mejor, así que propuso una votación. Después de un reñido debate entre los asistentes, finalmente, todos acordaron que los tres amigos merecían un premio; así que el Rey Dedo les obsequió un collar mágico que les permitiría volar de vuelta a casa cada vez que lo desearan.
Con una sonrisa en sus rostros, Pulgoso, Pulga y Parásito agradecieron al Rey Dedo. «¡Nos llevaremos un pedazo de esta mágica aventura para siempre!», dijo Pulgoso, emocionado.
Ya entrada la noche, decidieron que era momento de regresar a casa. Se despidieron de sus nuevos amigos y abordaron el globo que los había traído. «Por favor, no olviden volver a visitarnos», gritó el Rey mientras el globo comenzaba a elevarse. Los amigos agitaron sus patas y en pocos minutos ya estaban volando hacia su hogar.
Al llegar a Villaperez, no podían dejar de reír al recordar todas las travesuras que habían vivido. «¡Fue la mejor aventura de todas! ¡Nunca olvidaré la cena del Rey Dedo!», exclamó Pulga.
«Y yo nunca olvidaré mis chistes en el concurso», dijo Pulgoso, levantando las patas.
«Yo también me voy a acordar de mi siesta junto a los otros gatos», añadió Parásito, con una sonrisa de satisfacción.
A partir de ese momento, los tres amigos continuaron contando y disfrutando de sus aventuras. Y así, en el corazón de Villaperez, siempre había un lugar para el humor y la amistad.
«¿Qué les parece si la próxima vez volamos a su reino otra vez y llevamos dulces?», preguntó Pulgoso mientras los tres se acomodaban para descansar.
«¡Sí, así será!», respondieron al unísono. Y así, con las estrellas brillando y el recuerdo fresco de esa mágica noche, todos se durmieron, soñando con nuevas aventuras y risas que todavía tendrían por delante.
La moraleja de esta historia nos recuerda que, aunque la aventura puede llevarnos a lugares inesperados, lo más importante es la diversión, la amistad y las risas compartidas a lo largo del camino.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.