Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de alegría, cuatro amigos inseparables llamados Tere, Cacopipo, Buba y Monouva. A los cuatro les encantaba jugar juntos y, sobre todo, disfrutar de deliciosas meriendas. Un día soleado, decidieron reunirse en el jardín de Tere para compartir una tarde llena de risas y deliciosos bocadillos.
Tere, con su energía contagiosa, preparó una mesa llena de sus snacks favoritos: sándwiches de jamón y queso, galletas de chocolate, frutas frescas y un gran pastel de fresa. Cacopipo, siempre curioso y travieso, ayudó a colocar todo en la mesa, mientras Buba y Monouva decoraban el lugar con globos y serpentinas de colores.
—¡Todo se ve delicioso! —dijo Buba, lamiéndose los labios.
—Sí, no puedo esperar para comer —agregó Monouva, con una gran sonrisa.
Justo cuando estaban a punto de comenzar a merendar, algo extraño sucedió. Un sándwich desapareció de la mesa, como si hubiera sido llevado por un fantasma invisible. Los cuatro amigos se miraron, sorprendidos y confundidos.
—¿Quién tomó el sándwich? —preguntó Tere, frunciendo el ceño.
—¡No fui yo! —exclamó Cacopipo, levantando las manos en señal de inocencia.
—Ni yo —dijo Buba, sacudiendo la cabeza.
—Yo tampoco —dijo Monouva, mirando alrededor en busca del culpable.
Decididos a descubrir quién estaba tomando la comida, los amigos siguieron disfrutando de la merienda, pero con un ojo atento a la mesa. De repente, una galleta de chocolate desapareció sin dejar rastro. Esta vez, todos estaban seguros de que nadie había tocado la galleta.
—¡Esto es muy extraño! —exclamó Tere—. ¿Dónde están yendo nuestras meriendas?
Los amigos decidieron investigar. Primero, revisaron debajo de la mesa, pero no encontraron nada. Luego, buscaron entre los arbustos del jardín, pero tampoco hallaron ninguna pista. Finalmente, decidieron sentarse y pensar en una estrategia para resolver el misterio.
—Tengo una idea —dijo Cacopipo, con una chispa de ingenio en sus ojos—. Vamos a colocar una trampa para atrapar al culpable.
Los cuatro amigos trabajaron juntos para preparar la trampa. Colocaron un plato de galletas en el centro de la mesa y ataron un hilo invisible a una campanita. Cuando alguien tomara una galleta, la campanita sonaría y descubrirían al ladrón.
Se sentaron alrededor de la mesa, fingiendo no prestar atención a la trampa. Pasaron unos minutos en silencio, cuando de repente, la campanita sonó. Los cuatro amigos saltaron de sus asientos y miraron hacia la mesa, pero no vieron a nadie.
—¿Qué está pasando aquí? —se preguntó Buba, rascándose la cabeza.
De repente, una risita suave se escuchó desde un rincón del jardín. Los amigos se acercaron lentamente y encontraron a un pequeño ratón gris, con bigotes temblorosos, sosteniendo una galleta de chocolate.
—¡Es un ratón! —exclamó Monouva, riendo.
El ratón, que parecía tan sorprendido como ellos, dejó caer la galleta y se escondió detrás de una maceta.
—¡No te preocupes, pequeño ratón! —dijo Tere con suavidad—. No estamos enojados. Solo queríamos saber quién estaba tomando nuestra comida.
El ratón salió tímidamente de su escondite y miró a los amigos con ojos brillantes.
—Hola, me llamo Cacopipo —dijo Cacopipo, agachándose para estar a la altura del ratón—. ¿Quieres un poco de nuestra merienda?
El ratón asintió con entusiasmo, y los amigos lo invitaron a unirse a ellos. Descubrieron que el ratón, cuyo nombre era Ratón Rico, vivía en un pequeño agujero en el jardín de Tere y había estado tomando la comida porque tenía mucha hambre.
—Lo siento por tomar su comida sin permiso —dijo Ratón Rico—. Solo quería un poco de algo delicioso.
—Está bien, Ratón Rico —dijo Tere con una sonrisa—. Siempre que compartas con nosotros, eres bienvenido a nuestra merienda.
Los amigos pasaron el resto de la tarde comiendo y riendo juntos. Ratón Rico resultó ser un gran compañero, y les contó muchas historias divertidas sobre sus aventuras en el jardín.
Desde ese día, cada vez que Tere, Cacopipo, Buba y Monouva se reunían a merendar, siempre dejaban un lugar especial para Ratón Rico. Aprendieron que compartir con los demás hace que todo sea más divertido y delicioso.
Y así, en un pequeño pueblo lleno de alegría, cuatro amigos inseparables y un pequeño ratón disfrutaron de muchas meriendas llenas de risas y amistad.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.





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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.