Cuentos de Humor

La sonrisa que venció la tristeza

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Litta era una niña vivaz y curiosa que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Tenía una sonrisa que iluminaba el día de quienes la conocían, y su risa era como una melodía que resonaba en los corazones de todos. Sin embargo, había algo peculiar en la vida de Litta. Siempre que se sentía cansada o desanimada, su fiel amiga Alegría estaba allí para animarla. Alegría no solo era su mejor amiga, sino también una pequeña criatura mágica que podía transformar cualquier situación triste en un momento de risa y diversión. Era como un soplo de aire fresco en los días más nublados.

Por otro lado, había alguien que siempre se estaba resistiendo a la brillantez de la sonrisa de Litta. Tristeza, con su melancólica presencia, era una figura que se deslizaba por el aire en forma de nube gris. Cuando Tristeza se acercaba, llegaba un aire de pesadez que hacía que incluso la más radiante de las sonrisas se desvaneciera. Siempre estaba buscando la manera de apoderarse de un poco de la alegría que rodeaba a Litta, haciendo que ella se sintiera un poco decaída. Era un juego constante entre ellos: Litta trataba de mantener su sonrisa, mientras que Tristeza intentaba restarle brillo a su vida.

Un día, mientras Litta y Alegría estaban jugando a la orilla del río, Tristeza apareció como un relámpago gris. «¿Por qué sonríes tanto, Litta? La vida es aburrida y todo es un ciclo sin fin», dijo Tristeza con su voz baja y sombría.

«¡No es cierto!», respondió Litta, tratando de ocultar su sorpresa. «La vida está llena de aventuras y sorpresas. Solo hay que saber dónde mirar». Mientras hablaba, su sonrisa se ensanchó, y Alegría asintió con la cabeza, siempre lista para ayudar a su amiga.

Pero Tristeza no se dio por vencida. «Veamos si tu sonrisa puede resistir una verdadera prueba», dijo. Y con un movimiento de su mano, hizo que nubes grises comenzaran a cubrir el cielo. De repente, el sol desapareció, y todo quedó envuelto en una atmósfera oscura y pesada. «¿Crees que puedes sonreír bajo esta tormenta?», preguntó Tristeza, con una sonrisa burlona en su rostro sombrío.

Litta sintió cómo el peso de la tristeza intentaba invadirla, pero miró a su amiga Alegría y la risa que compartieron la llenó de fuerza. «A pesar de las nubes, siempre podemos encontrar algo divertido que hacer», dijo Litta, decidida a no dejarse vencer.

En ese momento, un pequeño pájaro de colores brillantes apareció volando. Era Pío, un pájaro hablador que había viajado desde tierras lejanas. «Hola, Litta, Alegría y… Tristeza, ¿verdad? He estado observando desde el cielo, y debo decir que me parece que necesitan un poco de diversión», dijo Pío, con su voz animada.

Tristeza miró al pájaro con desdén. «¿Diversión? ¿Con este tiempo? No hay nada que puedan hacer que cambie la situación», respondió, cruzándose de brazos.

Litta, sin embargo, no iba a rendirse. “¿Y si organizamos una competición? ¡Un concurso de risas!” propuso, su voz llena de entusiasmo.

«¿Concurso de risas?», replicó Pío, empujando al grupo hacia la idea. «Eso suena interesante. ¿Qué tal si cada uno tiene que contar un chiste? Quien haga reír más al público, gana».

Tristeza frunció el ceño, pero Litta y Alegría estaban dispuestas a intentarlo. Se reunieron con otros niños del pueblo, que pronto se unieron a la idea, emocionados. «¡Vamos a enfrentarnos a la tristeza con risas!», gritaron.

Litta comenzó a contar su mejor chiste. «¿Por qué el libro de matemáticas se deprimió? ¡Porque tenía demasiados problemas!» El grupo estalló en risas, y la nube gris que envolvía a Tristeza se desvaneció un poco.

Alegría fue la siguiente. Con su chispa mágica, contaron un chiste sobre un pez que no podía dejar de hacer burbujas. «¡¿Sabes por qué el pez nunca juega cartas?! Porque siempre se siente atrapado en la red!» La risa fue contagiosa y todos se unieron a ella.

Finalmente, fue el turno de Pío, quien con un tono teatral, platicó sobre un pajarito que se perdió en un gran almacén de sombreros. «¿Sabes por qué nunca pudo salir de allí? ¡Porque cada vez que se ponía un sombrero, quería hacerse una foto!» La risa resonó en todo el lugar, y hasta Tristeza comenzó a sonreír.

Con cada chiste, la atmósfera se llenó de alegría, y las nubes grises comenzaron a desvanecerse lentamente. Tristeza, sintiendo cómo su poder se desmoronaba, se sentía cada vez más pequeña ante tanta alegría. Fue entonces cuando Litta se acercó a ella y le dijo: «Sabes, no tienes que estar triste siempre. También puedes disfrutar de la risa. ¿Por qué no intentas contar un chiste?»

Tristeza dudó, pero las sonrisas que la rodeaban fueron su mejor motivación. «Está bien», murmuró, “pero no esperen mucho”. Se aclaró la garganta y contó un chiste sobre un cactus que fue a una fiesta. «¿Sabes por qué no lo invitaron más? ¡Porque siempre pinchaba!» La risa fue tan inesperada y contagiosa que todos la aplaudieron, y, sorprendentemente, Tristeza se sintió liviana por primera vez.

La sonrisa que había empezado con Litta se esparció por el grupo, y Tristeza, en un momento mágico, entendió que no había necesidad de ser siempre la sombra. La alegría podía ser compartida.

Desde ese día, Tristeza aceptó venir a jugar con Litta y Alegría, y aunque a veces la melancolía se asomaba, aprendió que con una sonrisa y un buen chiste, podía enfrentarse a cualquier nube gris que intentara cruzar su camino. Así, juntos, encontraron el equilibrio entre la risa y la tristeza, aprendiendo que cada emoción tiene su lugar, pero la alegría siempre puede prevalecer cuando hay amistad.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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