Cuentos de Humor

La Sorpresa Ladradora que Cambió Nuestro Hogar

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En una pequeña ciudad llena de parques verdes y calles tranquilas vivía una niña llamada Yael. Tenía ocho años, el pelo rizado y una sonrisa que iluminaba cualquier lugar al que iba. Yael siempre había querido tener un perro, pero hasta ese momento, su mamá le había dicho que aún no era el momento adecuado para tener una mascota en casa. “Los perros necesitan mucho tiempo y cuidados”, le explicaba mamá, “y ahora estamos un poco ocupadas con el trabajo y la escuela”. Pero eso no quitaba que Yael soñara con tener un amigo peludo con quien compartir sus días de juegos y aventuras.

Una tarde soleada, después de la escuela, Yael decidió ir al parque que estaba cerca de su casa. Siempre le gustaba ir allí porque podía correr, subir a los columpios y observar a los perros que paseaban sus dueños. Ese día, mientras caminaba cerca de los arbustos, escuchó un pequeño ladrido. “¡Guau! ¡Guau!” Era un ladrido suave pero insistente. Curiosa, Yael se acercó y entre los arbustos encontró algo que no esperaba: un perrito pequeño, completamente embarrado, con las orejas caídas y una mirada que parecía decir “¿me ayudas?”

“¡Hola, pequeño! ¿De dónde vienes?” dijo Yael agachándose para acariciarlo. En ese momento, el perro se levantó sobre sus patitas cortas y dio un pequeño saltito. Era tan chiquito que parecía un peluche viviente. Yael lo miró con ternura y sonriendo dijo: “Creo que te voy a llamar Enano, porque eres realmente pequeño, pero me pareces muy valiente”.

Enano movía la cola mientras Yael le sacaba un poco de tierra de el pelaje. Parecía muy feliz de haber encontrado a alguien que lo cuidara. Sin embargo, Yael sabía que no podía llevarlo a casa sin hablar con su mamá, así que le puso una correa improvisada hecha con una bufanda vieja y emprendió el camino de regreso.

Cuando llegó a casa, mamá estaba en la cocina preparando la cena. “Mamá, mira quién encontré en el parque”, dijo Yael mientras entraba con Enano a su lado. El perrito, sin perder ni un segundo, corrió directo a los zapatos de mamá, olisqueándolos con gran interés. Era imposible no reírse del modo torpe y alegre en que se movía.

“Yael, ¿qué es esto? ¿De dónde salió?” preguntó mamá, frotándose las manos para limpiarlas y mirando al perro con cierta sorpresa.

“Lo encontré en el parque, estaba solo y sucio. Creo que está perdido”, respondió Yael con ojos suplicantes, pues sabía que ese momento era crucial para que mamá aceptara quedarse con Enano.

Mamá se agachó para mirar mejor al perrito. “Bueno, está un poco sucio, eso sí… Pero parece que está bien. Vamos a ver si tiene alguna placa o algo para saber si tiene dueño”.

Entre todos miraron y vieron que Enano no tenía collar, ni placa, ni nada que indicara que alguien lo buscaba. Entonces mamá suspiró y dijo: “Vamos a preguntarle a los vecinos, quizás alguien lo conoce”. Pero en el fondo de su corazón comenzaba a sentir algo especial por aquel pequeño intrépido.

Al día siguiente, Yael llevó a Enano caminando por la calle, tocando puertas y preguntando si alguien sabía del perrito. Pero nadie lo reclamó. A esa hora, Enano ya se había adaptado a la rutina de la casa: comía rápido, dormía enrollado en una manta vieja y, sobre todo, hacía reír a Yael con sus travesuras. Por ejemplo, una mañana decidió perseguir una pelota en la cocina terminó tirando un plato, y otra vez intentó “ayudar” a mamá a regar las plantas, aunque lo único que logró fue mojarse él mismo y el suelo.

Cada vez era más difícil para mamá resistirse a las ocurrencias del perrito, porque, a pesar de que mantenía una expresión seria, era evidente que Enano tenía un talento especial para hacer reír a todos en la casa. Su forma tan torpe de andar, sus ladridos agudos cuando veía una mariposa o simplemente su cara de sorpresa cada vez que alguien sacudía una toalla, hacían que los momentos más simples fueran llenos de alegría.

Una tarde, mientras Yael estudiaba para la escuela y Enano dormía a su lado, mamá se sentó a observarlos. “¿Sabes, Yael?” dijo mamá, “al principio pensé que tener un perro sería un montón de complicaciones, pero ahora… no puedo imaginar la casa sin Enano”.

Entre risas, mamá recordó uno de los momentos más divertidos del día anterior: Enano intentando atrapar su propia sombra con saltos ridículos y cayendo de espaldas con una expresión de “¿qué acaba de pasar?”.

Sin embargo, aunque el amor por Enano crecía, mamá decidió que debían llevarlo al veterinario para asegurarse de que estaba sano y para ponerlo al día con sus vacunas y cuidados. Yael estaba emocionada y mucho más tranquila, pues sabía que eso era parte de ser responsables.

En la visita al veterinario, Enano se mostró nervioso al principio, pero luego se convirtió en el centro de atención, sacando carcajadas de todos con sus intentos por lamer las orejas del doctor y perseguir la bata blanca como si fuera una pelota. “Definitivamente tiene un carácter muy especial”, comentó el veterinario mientras revisaba que estuviera sano y fuerte.

Al regresar a casa, mamá finalmente dijo con una sonrisa: “Yael, hemos decidido que Enano puede quedarse con nosotros. Pero recuerda, cuidar un perro es una gran responsabilidad para todos”.

Yael saltó de alegría, abrazando fuerte a Enano, que parecía entender que había llegado al lugar donde por fin sería amado y cuidado.

Desde ese día, Enano se convirtió en una parte inseparable de la familia. Todas las mañanas despertaba a Yael con suaves lamidas y ladridos entusiastas. Enano acompañaba a mamá en sus paseos, y por las noches se quedaba dormido al pie de la cama de Yael, como si quisiera asegurarle que siempre estaría allí para protegerla.

Claro que la convivencia no siempre fue perfecta. Enano tenía un hábito particular: le encantaba cavar en el jardín. A veces mamá encontraba hoyos inesperados entre las flores, pero en lugar de enojarse, empezó a reírse recordando los intentos fallidos de Enano por esconder un hueso. “¡Es el enano más divertido del mundo!”, decía mientras regaba las plantas.

Yael y mamá aprendieron juntos a cuidar de Enano: le daban su alimento, lo bañaban con cuidado, y le enseñaban a ser obediente. Pero más allá de las responsabilidades, lo que más disfrutaban era la compañía y las risas que Enano traía a sus vidas. Su pequeño ladrido despertador, esas carreras locas por la casa, y su forma tan peculiar de apoyarse en la pierna de Yael cuando se sentaba a leer eran momentos que hicieron que todos los días fueran mejores.

Un día, mientras estaban en el parque, Enano se lanzó detrás de una pelota que Yael había lanzado muy lejos. Pero en lugar de traerla de vuelta, volvió con algo mucho más interesante: una vieja zapatilla rosa, llena de barro y bastante desgastada. Yael comenzó a reír tanto que mamá también se unió a la carcajada.

“Parece que Enano es un ladrón de zapatos profesional”, bromeó mamá. A partir de ese momento, cada vez que desaparecía algún zapato, era como si fuera una travesura más de Enano que, sin quererlo, había convertido la casa en un lugar más alegre y divertido.

Con el tiempo, las risas se multiplicaron y la pequeña familia aprendió que no solo se trataba de cuidar a Enano, sino también de disfrutar cada momento compartido. Yael entendió que ser responsable con una mascota era un acto de amor, y mamá, que a veces las sorpresas más pequeñas y ruidosas—porque Enano ladraba a todo lo que se movía—eran las que más transformaban el corazón y el hogar.

Así, entre ladridos, juegos y muchas aventuras, Enano dejó de ser “el perro que Yael encontró” para convertirse en el mejor amigo y compañero de toda la familia. Y aunque mamá había dudado al principio, ahora entendía que ese pequeño perro no solo había ocupado un lugar en la casa, sino que sobre todo llenó sus días de risas y amor, como solo los mejores amigos pueden hacerlo.

Y colorín colorado, esta sorpresa ladradora que cambió nuestro hogar, ¡ha terminado!

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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