Había una vez, en un pequeño hospital en una ciudad muy ocupada, tres amigas inseparables que trabajaban juntas en el área de salud. Sus nombres eran Mariana, Isabel y Priscila. Mariana era una doctora muy dedicada, con largos rizos castaños y unas gafas que siempre caían sobre su nariz. Isabel, la enfermera del grupo, tenía el cabello corto y rubio, y siempre llevaba una sonrisa traviesa en su rostro. Priscila, la administrativa, tenía una coleta roja y una sonrisa amistosa que iluminaba cualquier habitación.
Un día, el hospital estaba particularmente ajetreado. Había una epidemia de resfriados y el trabajo se acumulaba. Mariana, Isabel y Priscila sabían que necesitaban trabajar juntas para superar el caos. Sin embargo, a pesar de su amistad, no siempre se ponían de acuerdo en cómo resolver los problemas.
La primera situación complicada surgió cuando una de las máquinas de rayos X dejó de funcionar. «¡No podemos seguir atendiendo a los pacientes sin los rayos X!» exclamó Mariana, ajustándose las gafas con preocupación.
Isabel, siempre buscando una solución creativa, sugirió: «¿Y si dibujamos los huesos de los pacientes? Así, al menos podemos tener una idea aproximada de lo que está pasando.»
Priscila no pudo evitar reírse. «¡Eso sería un desastre! ¿Te imaginas tratando de diagnosticar una fractura con un dibujo? No, necesitamos una solución real.»
Después de muchas discusiones, finalmente decidieron llamar a un técnico para reparar la máquina. Mientras esperaban, Mariana y Isabel decidieron entretener a los pacientes contando historias divertidas. Priscila, por su parte, se encargó de organizar los papeles y asegurarse de que todo estuviera en orden para cuando la máquina volviera a funcionar.
La siguiente crisis llegó cuando se acabaron los suministros médicos. «¡Necesitamos más jeringas y vendas!» gritó Mariana desde la sala de emergencias.
Isabel, con su habitual actitud despreocupada, respondió: «Podríamos hacer un pedido urgente, pero eso podría tardar horas.»
Priscila, siempre la más organizada, sugirió: «¿Por qué no usamos los recursos que tenemos de manera más eficiente? Podríamos esterilizar y reutilizar algunas cosas, y asegurarnos de no desperdiciar nada.»
Mariana e Isabel estuvieron de acuerdo, y rápidamente se pusieron manos a la obra. Mariana enseñó a los pacientes a usar correctamente los suministros, mientras que Isabel y Priscila se encargaron de esterilizar y reutilizar todo lo que pudieron. A pesar de la tensión, lograron superar la crisis con ingenio y trabajo en equipo.
El día continuó con una serie de pequeñas calamidades, desde un gato que se coló en la sala de espera y causó un alboroto, hasta un paciente que confundió las instrucciones y terminó poniéndose una venda en la cabeza en lugar de en el brazo. A lo largo de todo, Mariana, Isabel y Priscila se mantuvieron juntas, riéndose de sus propios errores y encontrando maneras de hacer que cada situación funcionara.
Al final del día, cuando el hospital finalmente se calmó, las tres amigas se sentaron juntas en la cafetería, agotadas pero satisfechas. «Hoy ha sido un día difícil,» dijo Mariana, suspirando mientras se quitaba las gafas.
«Pero también muy divertido,» añadió Isabel, riendo mientras recordaba al paciente con la venda en la cabeza.
«Y lo más importante,» concluyó Priscila, «hemos demostrado que, a pesar de nuestras diferencias, podemos trabajar juntas y superar cualquier obstáculo.»
Y así, las tres amigas siguieron enfrentando los desafíos del hospital, siempre con una sonrisa y una broma lista para hacer que incluso los días más difíciles fueran un poco más brillantes.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.