Había una vez, en una pequeña casa al final de la calle, un niño llamado Mathias que tenía una habilidad especial para meterse en todo tipo de líos. Mathias tenía once años, un cabello siempre despeinado y una sonrisa traviesa que nunca abandonaba su rostro. Vivía con su madre, su gato Lucas y un ratón llamado Plim Plim. Lo que hacía especial a Lucas y Plim Plim era que, a diferencia de otros gatos y ratones, ellos eran los mejores amigos y también eran expertos en meterse en problemas.
Un sábado por la mañana, mientras su madre estaba en el jardín cuidando las flores, Mathias decidió que era el momento perfecto para intentar hacer un pastel de chocolate. «¿Qué tan difícil puede ser?» pensó Mathias, con Lucas y Plim Plim observando con interés desde la encimera de la cocina.
«Primero necesitamos los ingredientes,» dijo Mathias en voz alta. «Harina, azúcar, huevos, chocolate…»
Lucas, el gato naranja con una expresión siempre pícara, maulló como si estuviera de acuerdo. Plim Plim, el pequeño ratón gris con una actitud juguetona, correteaba por la encimera, aparentemente muy emocionado con la idea de cocinar.
Mathias abrió la despensa y comenzó a sacar todo lo que necesitaba. Puso un tazón grande en la mesa y comenzó a medir la harina. «¿Cuánto dijiste que necesitábamos, Lucas?» preguntó, como si el gato realmente pudiera responder. Lucas solo inclinó la cabeza, observando con atención.
De alguna manera, en medio de la medición, una nube de harina voló por toda la cocina, cubriendo a Mathias, Lucas y Plim Plim de pies a cabeza. Mathias estornudó, haciendo que aún más harina se elevara en el aire. «¡Ups!» rió Mathias. «Supongo que eso fue un poco demasiado.»
Plim Plim, con su diminuto tamaño, parecía un pequeño fantasma gris mientras correteaba por la harina esparcida. Lucas, ahora blanco en lugar de naranja, lamía su pata intentando limpiarse.
«Está bien, sigamos,» dijo Mathias, decidido a no dejarse vencer por un poco de harina. «Ahora el azúcar.»
Mientras Mathias intentaba medir el azúcar, Lucas y Plim Plim encontraron una bolsa de chocolate y comenzaron a pelearse por ella. «¡Eh, suelten eso!» gritó Mathias, pero era demasiado tarde. La bolsa de chocolate se rompió y los trozos de chocolate volaron por toda la cocina.
El caos en la cocina aumentaba cada vez más. Mathias trató de recoger los trozos de chocolate mientras Lucas y Plim Plim se lanzaban encima de él, haciendo que se cayera y que la leche derramada se esparciera por el suelo. «¡Oh, no!» exclamó Mathias, resbalando y cayendo de nuevo.
En medio de toda esta confusión, Mathias intentó batir los huevos. Logró romperlos en el tazón, pero en su entusiasmo, derramó la mitad en la mesa. Lucas, siempre curioso, se acercó y comenzó a lamer el huevo derramado, mientras Plim Plim rodaba un trozo de cáscara de huevo por la encimera como si fuera un juguete.
Mathias respiró hondo. «Ok, esto no va exactamente como lo planeé, pero aún podemos hacer este pastel.» Con determinación, mezcló todo lo que había logrado salvar en un tazón, creando una mezcla que era más una sopa que una masa de pastel. «Bueno, solo hay una manera de saber si esto funcionará,» dijo, vertiendo la mezcla en un molde y metiéndolo en el horno.
Mientras esperaban, Mathias, Lucas y Plim Plim se miraron unos a otros, cubiertos de harina, chocolate y huevo. «Nos vemos ridículos,» rió Mathias, y sus compañeros de travesuras se unieron a la risa con maullidos y chillidos.
Después de lo que pareció una eternidad, el horno hizo un sonido y Mathias sacó el pastel. Bueno, al menos algo que se suponía que debía ser un pastel. La cosa estaba colapsada en el centro y olía un poco a quemado. Mathias suspiró. «Supongo que hacer pasteles no es tan fácil como pensé.»
En ese momento, la madre de Mathias entró en la cocina y se quedó boquiabierta. «¡Pero qué desastre es este!» exclamó, observando la harina esparcida, el chocolate derretido y a su hijo cubierto de cabeza a pies en ingredientes.
«Lo siento, mamá,» dijo Mathias con una sonrisa culpable. «Quería hacer un pastel de chocolate.»
La madre de Mathias suspiró y luego sonrió. «Bueno, al menos lo intentaste. Y parece que te divertiste mucho.» Se acercó y abrazó a su hijo, sin importarle que también se cubriera de harina.
«¡Sí, fue muy divertido!» dijo Mathias, y Lucas y Plim Plim maullaron y chillaron en acuerdo.
«Vamos a limpiar esto juntos,» dijo su madre. «Y después, te enseñaré a hacer un pastel de verdad.»
Mathias, Lucas y Plim Plim pasaron el resto de la tarde limpiando la cocina, riendo y recordando todas las travesuras del día. Y al final, con la ayuda de su madre, lograron hacer un pastel de chocolate perfecto.
«Sabes, Mathias,» dijo su madre mientras cortaban el pastel, «a veces las mejores aventuras son las que no salen como las planeas.»
Mathias asintió. «Sí, mamá. Y con Lucas y Plim Plim a mi lado, siempre será una aventura.»
Y así, en aquella pequeña casa al final de la calle, Mathias, Lucas y Plim Plim continuaron viviendo sus días llenos de risas, travesuras y muchas, muchas aventuras.
Pero la historia no termina aquí, porque la vida con Mathias, Lucas y Plim Plim siempre tenía algo inesperado preparado. Unos días después del desastre del pastel, Mathias decidió que quería intentar algo nuevo: ¡hacer limonada!
«Es una bebida simple, ¿verdad?» preguntó Mathias mientras alineaba limones, azúcar y una jarra grande en la mesa de la cocina.
Lucas se sentó en la encimera, mirando a Mathias con sus grandes ojos verdes, mientras Plim Plim corría de un lado a otro, emocionado con la nueva aventura.
«Primero, necesitamos exprimir los limones,» dijo Mathias, tomando un limón y cortándolo por la mitad. «Esto debería ser fácil.»
Con gran concentración, Mathias comenzó a exprimir el primer limón. Sin embargo, el jugo de limón salió disparado en todas direcciones, cubriendo la cara de Mathias y mojando a Lucas, quien se lamió la cara con disgusto.
«¡Ay, eso pica!» gritó Mathias, limpiándose el jugo de los ojos. Plim Plim, por su parte, encontró esto muy divertido y se reía de la expresión de sorpresa en la cara de Lucas.
«Está bien, solo necesitamos ser más cuidadosos,» dijo Mathias, intentando mantener la calma. «Vamos a exprimir estos limones sin hacer más desastres.»
Pero a medida que seguían exprimiendo limones, más jugo volaba por la cocina. Lucas, cansado de ser rociado con jugo de limón, saltó de la encimera y aterrizó en el suelo, sacudiéndose. Plim Plim, por otro lado, decidió usar las cáscaras de los limones como pequeños toboganes, deslizándose por la mesa con gran entusiasmo.
Después de un rato, Mathias finalmente logró juntar suficiente jugo de limón en la jarra. «¡Lo logramos!» dijo con orgullo. «Ahora solo necesitamos agregar azúcar y agua.»
Mathias tomó una gran cuchara y comenzó a agregar azúcar. Plim Plim, curioso como siempre, decidió subirse a la cuchara y fue levantado en el aire con cada movimiento de Mathias. «¡Mira, Plim Plim está volando!» rió Mathias, sacudiendo la cuchara y haciendo que el ratón chillara de alegría.
Con la limonada finalmente preparada, Mathias vertió un poco en un vaso y lo probó. «¡Es deliciosa!» dijo, ofreciendo un poco a su madre, quien había estado observando todo el espectáculo desde la puerta de la cocina.
«Está muy buena,» dijo su madre después de probarla. «Pero creo que debemos limpiar la cocina antes de que podamos disfrutarla.»
Mathias miró a su alrededor y vio que la cocina estaba una vez más en un estado de caos absoluto. «Ups, lo hice otra vez,» dijo con una sonrisa culpable.
«Sí, pero lo importante es que te divertiste y aprendiste algo nuevo,» respondió su madre, dándole un beso en la frente. «Vamos a limpiar esto juntos.»
Así, Mathias, Lucas y Plim Plim se pusieron manos a la obra, limpiando el jugo de limón y las cáscaras esparcidas por toda la cocina. Y mientras limpiaban, rieron y recordaron cada momento divertido del día.
Después de limpiar, se sentaron juntos a disfrutar de la limonada fresca que habían hecho. «Mamá, creo que me gusta más hacer cosas contigo,» dijo Mathias, disfrutando del sabor dulce y refrescante de la limonada.
«Y a mí me encanta hacer cosas contigo, Mathias,» respondió su madre, abrazándolo con fuerza. «Eres mi pequeño aventurero.»
Con cada día que pasaba, Mathias, Lucas y Plim Plim continuaron encontrando nuevas maneras de hacer de cada tarea una aventura llena de risas y diversión. Desde plantar flores en el jardín hasta construir una casita para pájaros, siempre había algo nuevo que descubrir y aprender.
Un fin de semana, Mathias decidió que quería intentar volar una cometa. «¡Vamos al parque y volamos una cometa!» dijo, emocionado.
Con su madre, Lucas y Plim Plim, se dirigieron al parque con una colorida cometa que habían hecho juntos. «¡Vamos a ver qué tan alto puede volar!» exclamó Mathias, corriendo por el césped verde.
Después de algunos intentos fallidos y muchas risas, finalmente lograron hacer que la cometa volara alto en el cielo. Mathias la sostenía con fuerza, mirando cómo se elevaba más y más. «¡Miren, está volando tan alto como un pájaro!» dijo con asombro.
Lucas y Plim Plim observaban desde la hierba, con Plim Plim persiguiendo la sombra de la cometa y Lucas ronroneando felizmente.
«Volar una cometa es más divertido de lo que pensé,» dijo Mathias, mirando a su madre. «Gracias por ayudarme, mamá.»
«Siempre estaré aquí para ayudarte, Mathias,» respondió su madre con una sonrisa. «Porque cada día contigo es una nueva aventura.»
Con la cometa volando alto y el sol brillando en el cielo, Mathias, Lucas y Plim Plim disfrutaron de otro día perfecto lleno de risas y diversión. Y así, cada día en la pequeña casa al final de la calle, las aventuras continuaban, demostrando que con un poco de imaginación y mucho amor, cada momento puede convertirse en una historia increíble.
Y colorín colorado, este cuento de aventuras y risas se ha acabado. Pero para Mathias, Lucas y Plim Plim, las aventuras nunca terminan.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.