Cuentos de Humor

Las Hermanas y el Tesoro del Castillo

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez tres hermanas que vivían en un pequeño pueblo cerca del mar. Sus nombres eran Rosa, Blanca y Celeste. Rosa era la mayor, siempre llena de energía y con una gran sonrisa. Blanca, la del medio, era la más elegante, le encantaba usar vestidos bonitos y siempre estaba lista para una aventura. Y Celeste, la más pequeña, tenía una imaginación increíble y era muy curiosa.

Un día, mientras paseaban por la playa, encontraron un mapa antiguo medio enterrado en la arena. El mapa tenía dibujos extraños y un camino marcado que conducía a un castillo abandonado en lo alto de un acantilado. “¡Miren esto!”, exclamó Rosa, levantando el mapa con emoción. “¡Podría ser un tesoro!”

Blanca se acomodó la falda y dijo: “¡Vamos a averiguarlo! ¡Quiero ver ese castillo!” Celeste, con los ojos brillantes, añadió: “¡Y tal vez encontremos algo mágico!” Así que las tres hermanas decidieron seguir el mapa y buscar el castillo.

Cuando llegaron al castillo, se sintieron como verdaderas exploradoras. Las puertas chirriaban y las ventanas estaban cubiertas de polvo. “¿Y si hay fantasmas?” preguntó Blanca, un poco asustada. “No te preocupes, solo son historias”, respondió Rosa con confianza. Celeste miró a su alrededor y dijo: “¡Tal vez los fantasmas son amigables!”

Exploraron cada rincón del castillo. En las habitaciones vacías, encontraron muebles cubiertos con sábanas blancas que parecían fantasmas. Hicieron ruidos divertidos imitando a los fantasmas, y eso les hizo reír a carcajadas. “¡No tengo miedo de los fantasmas!”, gritó Rosa mientras se asustaba y se escondía detrás de una puerta.

Finalmente, llegaron a una sala grande con una enorme pintura en la pared. La pintura mostraba a un rey y una reina, rodeados de joyas brillantes. “Tal vez aquí es donde se guarda el tesoro”, sugirió Blanca. “¡Vamos a mirar detrás de la pintura!”, dijo Celeste con emoción. Las tres hermanas se acercaron a la pintura, y al moverla, descubrieron una puerta secreta detrás de ella.

“¡Guau! ¡Mira esto!”, exclamó Rosa mientras abría la puerta. Se adentraron en un pasillo oscuro, y a medida que caminaban, comenzaron a escuchar un extraño ruido. “¿Qué es eso?”, preguntó Blanca, un poco nerviosa. “No lo sé, pero tenemos que seguir adelante”, dijo Celeste, tirando de la mano de su hermana.

Al final del pasillo, encontraron un cofre antiguo cubierto de polvo. “¡Es el tesoro!”, gritaron al unísono. Abrieron el cofre con gran emoción, y lo que encontraron las dejó boquiabiertas. En lugar de oro y joyas, el cofre estaba lleno de risas y sorpresas.

“¿Risas?”, preguntó Rosa, confundida. “¡Sí!”, dijo Celeste, sacando un pequeño papel del cofre. Al abrirlo, las risas comenzaron a fluir como un río. “¡Es un chiste!”, dijo Blanca, riendo. “¡Vamos a contarlo!”

Las tres hermanas comenzaron a contar chistes y a reírse a carcajadas. Se dieron cuenta de que el verdadero tesoro no era el oro ni las joyas, sino la diversión y la felicidad que compartían juntas. Mientras se reían, el castillo cobró vida con sus risas, y los muebles cubiertos comenzaron a bailar como si fueran parte de la fiesta.

“¡Mira, los muebles también quieren unirse!”, gritó Rosa, mientras un sillón hacía un giro divertido. “¡Este es el mejor tesoro que podríamos haber encontrado!”, dijo Blanca mientras se reía hasta que le dolía el estómago. Celeste, riendo también, agregó: “Y todo gracias a nuestra aventura”.

Decidieron regresar a casa, llevando con ellas el cofre lleno de risas. “Prometamos que siempre haremos tiempo para reír juntas”, sugirió Rosa. “¡Sí!”, dijeron Blanca y Celeste al mismo tiempo. Y así, regresaron a casa con el corazón lleno de alegría.

Desde ese día, las tres hermanas se reunían cada semana en su lugar favorito, un pequeño claro cerca de la playa, para contar chistes y reír juntas. El castillo, que una vez fue oscuro y abandonado, ahora estaba lleno de luz y alegría gracias a las risas que habían encontrado.

Cada vez que se sentaban juntas, recordaban su aventura y cómo encontraron el verdadero tesoro: su amor por la diversión y la felicidad que compartían. Con cada risa, se volvían más cercanas, y el castillo se convirtió en su lugar especial, donde podían ser felices y reír sin parar.

Así, Rosa, Blanca y Celeste aprendieron que la vida es más rica cuando la compartimos con aquellos a quienes amamos. Y, aunque el castillo estaba lejos, sus risas siempre estarían con ellas, dondequiera que fueran.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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