Había una vez, en un pequeño pueblo, una niña llamada Vanessa. Ella era curiosa, llena de energía y siempre con una sonrisa en el rostro. Desde muy pequeña, le encantaba escuchar las historias que su abuela contaba sobre Venezuela, su tierra natal. Las historias hablaban de montañas verdes, ríos cristalinos y la calidez de su gente. Vanessa soñaba con un día visitar esos lugares mágicos, pero lo que más le emocionaba eran las tradiciones y la cultura que impregnaban cada rincón de ese hermoso país.
Un día, mientras jugaba en el jardín de su abuela, Vanessa notó algo brillante entre las flores. Se agachó y encontró un pequeño espejo antiguo. Al acercarlo a su rostro, notó que en el reflejo había algo extraño: no solo veía su imagen, sino también una puerta que se abría a un mundo diferente. Sin pensarlo dos veces, decidió tocar el espejo. En un instante, fue absorbida por un torbellino de colores y luces.
Cuando finalmente se detuvo, se encontró en un lugar impresionante. Estaba en Venezuela, rodeada de montañas imponentes y un cielo azul que parecía extenderse hasta el infinito. En el aire flotaba el aroma de las arepas recién hechas y el sonido alegre de la música llanera. Vanessa no podía creerlo. ¡Había llegado a su país soñado!
Mientras exploraba, conoció a un grupo de niños que jugaban a la pelota. Se acercó con una gran sonrisa y les dijo:
—¡Hola! Soy Vanessa. ¿Puedo jugar con ustedes?
Los niños la miraron con curiosidad, y luego sonrieron. —¡Claro! —dijo uno de ellos, un chico llamado Pedro—. Pero tienes que aprender a jugar al fútbol. Aquí en Venezuela, ¡es nuestra pasión!
Vanessa se unió al juego, y aunque al principio se tropezó un poco, rápidamente comenzó a disfrutar. Cada pase, cada risa, la llenaba de alegría. Pasó la tarde jugando y haciendo nuevos amigos. Al caer la tarde, decidieron sentarse en la orilla de un río.
—¿Sabes? —dijo María, otra de las niñas—. En Venezuela, tenemos muchas tradiciones. Una de las más importantes es la celebración del Día de la Juventud. Hacemos fiestas, bailamos y comemos arepas.
—¡Me encantaría probar una arepa! —exclamó Vanessa.
Justo en ese momento, apareció una señora mayor, con una gran sonrisa y una canasta llena de arepas.
—¡Hola, niños! —saludó alegremente. —¿Quieren probar mis arepas? Son las mejores de la región.
Vanessa no pudo resistir la tentación. Aceptó una arepa con queso y, al dar el primer mordisco, sus ojos se iluminaron. Era la comida más deliciosa que había probado.
—¡Esto es increíble! —dijo mientras devoraba la arepa. Los demás niños reían al verla tan emocionada.
Después de disfrutar de las arepas, los niños decidieron enseñarle a Vanessa algunos bailes tradicionales. Ella observó con atención y trató de imitar los movimientos, aunque a veces se caía, lo que provocaba risas contagiosas.
—¡No te preocupes! —dijo Pedro—. Lo importante es divertirse.
Esa noche, los niños se reunieron alrededor de una fogata. La luna brillaba intensamente y el cielo estaba lleno de estrellas. Uno de los chicos comenzó a tocar la guitarra, y pronto todos estaban cantando canciones tradicionales. Vanessa se sintió tan feliz y en paz. Era como si finalmente hubiera encontrado un lugar al que pertenecía.
De repente, un viejo hombre apareció, su rostro lleno de arrugas pero con una mirada bondadosa. —¿Puedo unirme a ustedes? —preguntó.
Los niños asintieron. El hombre comenzó a contar historias sobre la historia de Venezuela, su gente y su cultura. Había historias de héroes que lucharon por la libertad, de leyendas sobre el espíritu del Ávila y de la belleza de los llanos.
Vanessa escuchaba atentamente, sintiendo cómo su corazón se llenaba de orgullo por su herencia.
—Venezuela es un país lleno de riquezas —dijo el anciano—. No solo en su tierra, sino en su gente, en su cultura, en su música. Nunca olviden quiénes son, porque esa identidad es lo que los hace especiales.
A medida que el fuego se apagaba y los niños comenzaban a quedarse dormidos, Vanessa se dio cuenta de que no solo había descubierto un lugar hermoso, sino que había encontrado su historia, su cultura y su identidad. Se sintió conectada con cada persona, con cada arepa, y con cada canción que había aprendido.
Al amanecer, se despertó sintiendo una extraña mezcla de tristeza y felicidad. Sabía que tenía que regresar a casa, pero no quería dejar todo esto atrás. Decidió que haría todo lo posible por mantener viva la cultura venezolana en su corazón y en su comunidad.
—Prometo que contaré estas historias y compartiré estas tradiciones —dijo en voz alta, como si alguien pudiera escucharla.
Justo entonces, el espejo que la había traído apareció de nuevo ante ella, brillando intensamente. Era hora de regresar. Vanessa sintió una punzada en el corazón, pero sabía que siempre llevaría consigo los recuerdos de su aventura.
Cuando tocó el espejo, fue arrastrada de vuelta a su jardín. Al abrir los ojos, se encontró en el mismo lugar de siempre, pero todo se sentía diferente. Miró a su alrededor y vio a su abuela sonriendo desde la puerta.
—¿Cómo estuvo tu día, mi querida? —preguntó la abuela.
Vanessa sonrió ampliamente. —Fue maravilloso, abuela. Aprendí sobre Venezuela, su música, su comida, y conocí a amigos increíbles.
La abuela se acercó y le acarició el cabello. —Esa es la magia de nuestras raíces, Vanessa. Siempre debes recordar de dónde vienes y llevar esa cultura contigo.
Desde ese día, Vanessa se dedicó a compartir las historias que había aprendido, a preparar arepas y a bailar al ritmo de la música venezolana. En su escuela, organizó un día de la cultura venezolana donde todos podían disfrutar de las tradiciones, la comida y la música.
Los niños y los adultos se unieron a ella, y juntos celebraron la rica cultura de Venezuela. A través de su esfuerzo, la gente comenzó a apreciar y amar su herencia. Con cada historia contada y cada sonrisa compartida, Vanessa no solo recordó su viaje, sino que también se convirtió en un puente entre su comunidad y la rica historia de su país.
Y así, Vanessa descubrió que la verdadera esencia de su identidad no solo se encontraba en las historias que le contaba su abuela, sino también en cómo vivía y compartía esa cultura con el mundo. Nunca olvidó su viaje mágico a Venezuela, un lugar que se había quedado grabado en su corazón para siempre.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.