Había una vez una mariquita muy especial llamada Far. Far era una mariquita roja con puntos negros que vivía en un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores. Far era muy feliz y le encantaba volar de flor en flor, disfrutando del sol y del aroma de las flores.
Un día, mientras Far volaba alegremente, vio a dos niños jugando en el jardín. Eran Mario y Luisa, dos hermanos que siempre jugaban juntos. Mario tenía cinco años y Luisa tenía tres. Far decidió acercarse para ver qué estaban haciendo.
Mario y Luisa estaban construyendo un castillo de arena. Usaban sus palas y cubos para hacer torres y murallas. Far se posó en una de las torres y los saludó.
—Hola, soy Far, la mariquita. ¿Puedo jugar con ustedes? —dijo Far con una voz dulce.
Mario y Luisa se sorprendieron al ver a una mariquita que hablaba, pero rápidamente sonrieron y respondieron.
—¡Claro que sí, Far! —dijo Mario—. Yo soy Mario y ella es mi hermana Luisa.
Far estaba muy contenta de haber encontrado nuevos amigos. Decidió ayudar a Mario y Luisa a decorar su castillo de arena. Voló de una flor a otra, recogiendo pétalos de colores y trayéndolos al castillo. Con los pétalos, decoraron las torres y las murallas, haciéndolas ver aún más bonitas.
Mientras jugaban, Far, Mario y Luisa empezaron a hablar sobre sus cosas favoritas. Mario dijo que le encantaban los coches de juguete, Luisa dijo que le gustaban las muñecas, y Far dijo que le gustaban las flores y el sol. Descubrieron que, aunque tenían gustos diferentes, todos podían disfrutar juntos y compartir sus alegrías.
De repente, el cielo se nubló y empezó a llover. Mario y Luisa corrieron a buscar refugio bajo un gran árbol, pero Far se quedó atrapada en medio del jardín. Sus pequeñas alas estaban mojadas y no podía volar.
—¡Oh no! —dijo Luisa—. ¡Far está atrapada en la lluvia!
Mario y Luisa, sin dudarlo, salieron corriendo de nuevo bajo la lluvia para ayudar a su amiga Far. Mario tomó una hoja grande y la usó como paraguas para cubrir a Far, mientras Luisa la recogía suavemente en sus manos. Juntos corrieron de vuelta al árbol y colocaron a Far en un lugar seco.
—Gracias, amigos. Son muy valientes y amables —dijo Far con una gran sonrisa.
La lluvia paró y el sol volvió a salir, llenando el jardín de luz y calor. Far, Mario y Luisa decidieron que, después de la lluvia, el jardín estaría lleno de charcos divertidos para saltar. Pasaron el resto del día jugando y riendo juntos, disfrutando de cada momento.
Desde ese día, Far, Mario y Luisa se hicieron amigos inseparables. Aprendieron que la verdadera amistad no depende de las diferencias, sino del amor y el apoyo mutuo. Siempre se ayudaban y jugaban juntos, creando recuerdos felices que durarán para siempre.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.