En el reino mágico de Draconia, vivían cuatro amigos inseparables: Alex, Bianca, Leo y Mia. Alex era un niño con el cabello corto, siempre usaba una túnica verde. Bianca, una niña de cabello largo, vestía un bonito vestido azul. Leo, con su cabello rizado y su capa roja, era el más curioso del grupo. Mia, con sus dos coletas y su overol amarillo, siempre estaba lista para cualquier aventura.
Un día, mientras exploraban el bosque encantado cerca de su aldea, los cuatro amigos encontraron algo sorprendente: un enorme huevo de dragón. El huevo brillaba con colores mágicos y estaba empezando a agrietarse.
—¡Miren esto! —exclamó Leo, acercándose al huevo—. Es un huevo de dragón.
—¡Es increíble! —dijo Bianca, con los ojos abiertos de par en par—. ¿Qué hacemos?
—Tenemos que cuidarlo —decidió Alex, con determinación—. Y asegurarnos de que esté a salvo.
Mia, siempre la más práctica, añadió: —Podemos llevarlo a mi casa. Tengo un lugar cálido donde estará bien.
Con mucho cuidado, los amigos transportaron el huevo a la casa de Mia. Lo colocaron en una cama de heno suave y lo cubrieron con mantas. Cada día, se turnaban para cuidar el huevo, asegurándose de que estuviera caliente y protegido.
Finalmente, después de varias semanas, el huevo comenzó a romperse. Los amigos se reunieron alrededor, llenos de emoción. Con un pequeño crujido, el huevo se abrió y de él salió un pequeño dragón verde con ojos brillantes y escamas relucientes.
—¡Es tan lindo! —exclamó Mia, acariciando suavemente al dragón.
—¿Cómo lo llamaremos? —preguntó Bianca.
—Lo llamaremos Fuego —dijo Alex—. Porque nació del calor de nuestra amistad.
Fuego creció rápidamente, y pronto pudo volar cortas distancias y lanzar pequeñas llamas de su boca. Los amigos estaban encantados con su nuevo amigo, pero sabían que debían protegerlo. Había rumores de que un malvado hechicero llamado Malakar quería capturar a los dragones para sus oscuros planes.
Un día, mientras jugaban en el bosque con Fuego, apareció una sombra oscura. Era Malakar, el hechicero, que había descubierto su secreto.
—¡Ese dragón es mío! —gritó Malakar, levantando su varita—. Lo usaré para dominar Draconia.
—¡No lo permitiré! —gritó Alex, poniéndose frente a Fuego.
—¡Nosotros lo protegeremos! —añadió Leo, alzando su capa.
Bianca y Mia se unieron a sus amigos, formando un círculo alrededor de Fuego. Malakar lanzó un hechizo oscuro, pero Fuego, con su coraje recién descubierto, lanzó una llama brillante que desvió el ataque del hechicero.
—¡Rápido, debemos huir! —dijo Bianca, señalando un sendero oculto en el bosque.
Los amigos corrieron con Fuego, evadiendo los ataques de Malakar. Sabían que debían encontrar una manera de detener al hechicero. Recordaron una historia que habían escuchado sobre un antiguo artefacto mágico que podía derrotar el mal.
—El Amuleto de la Luz —dijo Mia—. Está escondido en la Montaña de Cristal. Si lo encontramos, podremos detener a Malakar.
Determinado a salvar a Fuego y a su reino, el grupo se dirigió hacia la Montaña de Cristal. En el camino, enfrentaron muchos desafíos. Tuvieron que cruzar un río embravecido, resolver acertijos antiguos y esquivar trampas mágicas. Pero con cada obstáculo, su amistad se fortalecía y aprendían a trabajar en equipo.
Finalmente, llegaron a la Montaña de Cristal. La entrada estaba custodiada por un guardián mágico, un enorme golem de piedra.
—Solo aquellos con corazones puros pueden pasar —dijo el golem, mirándolos con ojos brillantes.
—Estamos aquí para salvar a nuestro amigo y a nuestro reino —dijo Alex, dando un paso al frente.
El golem, reconociendo su sinceridad, se apartó y les permitió entrar. Dentro de la montaña, encontraron una cámara brillante donde el Amuleto de la Luz flotaba en el aire. Leo lo tomó con cuidado, y una luz cálida envolvió a los amigos.
Con el amuleto en sus manos, regresaron al bosque, donde Malakar los esperaba. El hechicero lanzó un poderoso hechizo oscuro, pero Leo levantó el amuleto, que brilló con una luz intensa. La oscuridad de Malakar se desvaneció y el hechicero, derrotado, huyó gritando.
—¡Lo logramos! —gritó Mia, abrazando a Fuego.
—Gracias a nuestra amistad y valentía —añadió Bianca, sonriendo.
Con el peligro pasado, Fuego pudo crecer en libertad y seguridad. Los dragones que estaban cautivos por Malakar fueron liberados y volvieron a volar en el cielo de Draconia. El reino recuperó su paz y prosperidad, y los cuatro amigos fueron celebrados como héroes.
A lo largo de los años, Alex, Bianca, Leo y Mia vivieron muchas más aventuras con Fuego a su lado, siempre recordando que la verdadera magia reside en el valor, la amistad y el amor que comparten.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.