Había una vez, en un pequeño pueblo, dos hermanos muy curiosos llamados Sofía y Tomás. Sofía era una niña con una larga coleta y siempre llevaba vestidos coloridos. Tomás, su hermano menor, tenía el cabello corto y siempre usaba camisetas y pantalones cortos. Ambos adoraban pasar sus tardes jugando en el jardín de su abuela, un lugar lleno de flores, árboles frondosos y muchas sorpresas.
Un día, mientras jugaban a las escondidas, Tomás tropezó con algo enterrado en la tierra. Era una caja pequeña y antigua, con un candado dorado. Llamó a Sofía, y juntos lograron abrir la caja. Dentro, encontraron una varita mágica, brillante y llena de estrellas doradas.
—¡Mira, Sofía! ¡Una varita mágica! —exclamó Tomás, emocionado.
—¡Es increíble! —respondió Sofía, con los ojos brillando de emoción—. Vamos a probarla.
Sin saber bien cómo funcionaba, Sofía agitó la varita y pronunció unas palabras que había visto en un libro de cuentos: «¡Abra cadabra, pata de cabra!» De repente, el osito de peluche que tenían cerca comenzó a moverse.
—¡Hola, niños! —dijo el osito de peluche, moviendo sus bracitos—. ¡Gracias por despertarme!
Sofía y Tomás no podían creer lo que veían. Los juguetes cobraban vida gracias a la varita mágica. Pronto, todos sus juguetes estaban saltando y jugando en el jardín. Había un cochecito que corría alrededor de los árboles, una muñeca que cantaba y bailaba, y un trenecito que hacía “chucu chucu” sin parar.
Los dos hermanos se divertían muchísimo viendo a sus juguetes cobrar vida y hacer cosas divertidas. Pero, después de un rato, decidieron que la magia no solo debía usarse para jugar, sino también para ayudar.
Al día siguiente, cuando su amigo Pedro llegó triste porque había perdido su cometa favorita, Sofía tuvo una idea.
—Tomás, vamos a usar la varita para encontrar la cometa de Pedro —dijo Sofía.
Con un movimiento de la varita y unas palabras mágicas, la cometa apareció volando suavemente desde un árbol cercano. Pedro estaba tan feliz que no podía dejar de agradecerles.
Otro día, mientras jugaban en el parque, vieron que la fuente de agua estaba rota y no salía agua. Muchos niños estaban tristes porque no podían refrescarse. Tomás entonces dijo:
—¡Sofía, usa la varita para arreglar la fuente!
Sofía agitó la varita y dijo: «¡Repara, repara, agua clara!» En ese instante, la fuente comenzó a funcionar de nuevo, lanzando agua fresca y cristalina. Todos los niños aplaudieron y se divirtieron bajo el agua.
A medida que pasaban los días, Sofía y Tomás se dieron cuenta de que la varita mágica no solo podía hacer que los juguetes cobraran vida, sino que también podía solucionar pequeños problemas del día a día. Usaron la varita para ayudar a su abuela a regar las flores, para limpiar su habitación en un santiamén y para hacer deliciosos helados mágicos para todos sus amigos.
Un día, mientras paseaban por el jardín, la abuela los llamó.
—Sofía, Tomás, vengan aquí —dijo la abuela con una sonrisa misteriosa—. Quiero contarles algo sobre esa varita mágica.
Los hermanos corrieron hacia su abuela y se sentaron a su lado.
—Esa varita ha estado en nuestra familia por generaciones —explicó la abuela—. Es una varita especial que solo funciona cuando se usa con un corazón bondadoso y una mente dispuesta a ayudar a los demás. Estoy muy orgullosa de ustedes por usarla de la manera correcta.
Sofía y Tomás sonrieron, felices de saber que estaban usando la varita de la manera correcta. Desde entonces, siguieron usando la varita mágica para hacer el bien, siempre con una sonrisa en el rostro y un corazón lleno de bondad.
Y así, en el pequeño pueblo, Sofía y Tomás se convirtieron en los pequeños magos que siempre estaban listos para ayudar a sus amigos y vecinos. La varita mágica siguió siendo un tesoro familiar, y los hermanos aprendieron que la verdadera magia no solo está en los hechizos, sino en el amor y la bondad que compartimos con los demás.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.