Había una vez, en un cielo muy, muy alto, un Sol brillante y alegre que iluminaba todo con su luz dorada. El Sol tenía tres hijitas muy especiales, que eran pequeñas estrellas. Una de ellas se llamaba Estrellita Amarilla, porque brillaba con un color amarillo muy bonito. Otra se llamaba Estrellita Naranja, porque su luz era tan cálida como una naranja madura. Y la última se llamaba Estrellita Roja, porque su resplandor era de un rojo suave y hermoso.
Cada mañana, cuando el Sol se levantaba para iluminar el mundo, también despertaba a sus tres estrellitas.
—¡Buenos días, mis pequeñas! —decía el Sol con una sonrisa grande—. Es hora de despertar.
Las estrellitas, aunque aún estaban un poco soñolientas, siempre se levantaban contentas, porque sabían que un nuevo día lleno de aventuras las esperaba.
Primero, Estrellita Amarilla se desperezaba y estiraba sus bracitos brillantes. Luego, Estrellita Naranja se frotaba los ojos y sonreía. Finalmente, Estrellita Roja daba un gran bostezo y se levantaba lentamente.
—¡Vamos a desayunar! —decía el Sol, guiando a sus estrellitas a la mesa celestial.
Desayunaban todos juntos. A Estrellita Amarilla le gustaba comer rayitos de sol dorados. Estrellita Naranja disfrutaba de un jugo de nubes, y Estrellita Roja siempre pedía un tazón de fresas celestiales.
Después de desayunar, las estrellitas se lavaban la carita con gotitas de rocío fresco, hacían pis en una nube suave y esponjosa, y preparaban sus mochilas llenas de libros estelares, lápices de luz y cuadernos brillantes.
—¡Es hora de ir al cole! —dijo el Sol, dándole un beso a cada estrellita en la frente.
Las tres estrellitas, con sus mochilas a cuestas, se despidieron de su papá Sol y volaron hacia el colegio de estrellas. Allí, aprendían muchas cosas interesantes sobre el cielo, las constelaciones y cómo brillar más fuerte para guiar a los niños en la Tierra durante la noche.
Mientras sus hijitas estaban en el colegio, el Sol se ocupaba de hacer las tareas del hogar. Limpió las nubes, ordenó los rayos de sol, y preparó una deliciosa comida para cuando sus estrellitas regresaran. El Sol estaba muy contento de cuidar a sus pequeñas, y siempre hacía todo con mucho amor.
Cuando el día comenzó a caer, las estrellitas regresaron a casa, cansadas pero felices. Al entrar, encontraron la mesa celestial lista, con toda la comida que el papá Sol había preparado. Había panecillos de luna, sopa de estrellas y frutas del espacio.
—¡Qué rico, papá! —exclamaron las estrellitas mientras se sentaban a comer.
Después de la comida, las estrellitas se sintieron un poquito cansadas, así que se recostaron en una nube suave para dormir la siesta. El Sol las cubrió con una manta de luz dorada y las vio dormir con una sonrisa en el rostro.
Cuando se despertaron, las estrellitas estaban llenas de energía otra vez. Jugaron a saltar de nube en nube, pintaron arcoíris en el cielo y bailaron entre las estrellas. Se divertían tanto que el tiempo pasó volando.
Pronto, el cielo comenzó a oscurecerse y el Sol supo que era hora de despedirse.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.