Hola, mi nombre es Sakura, que significa «Flor de Cerezo». Vivo en Tokio, Japón, una ciudad vibrante y llena de vida. Nací en una familia llena de amor y alegría. Mis padres siempre se aseguraron de que cada día estuviera lleno de sonrisas y abrazos. Era hija única y, aunque eso me hacía recibir toda la atención y cariño, siempre sentí que faltaba algo, o más bien, alguien.
Cuando tenía 8 años, mi vida cambió por completo con la llegada de mi hermano menor, Kaito. Al principio, el pequeño Kaito era muy travieso en casa. A pesar de que era adorable, siempre encontraba maneras de hacer travesuras. Todos los días después de la escuela, pasaba mi tiempo jugando con él. A medida que Kaito crecía, se volvió más curioso y juguetón. Nos convertimos en inseparables, compartiendo risas, juegos y muchas aventuras.
Los años pasaron rápidamente y cuando Kaito cumplió 5 años, ya estaba listo para comenzar la escuela. Yo ya estaba en secundaria y me emocionaba la idea de que Kaito también fuera a la escuela. Quería que tuviera tantas experiencias maravillosas como las que yo había tenido. Le ayudaba a prepararse cada mañana, asegurándome de que llevara todo lo que necesitaba y dándole un gran abrazo antes de irme a mis clases.
A medida que pasaba el tiempo, Kaito y yo seguimos siendo muy cercanos. Aunque mis estudios en la secundaria se volvieron más exigentes, siempre encontraba tiempo para estar con él. Jugábamos en el parque, hacíamos picnics y nos contábamos historias antes de dormir. Kaito admiraba mucho a sus padres y a mí, y siempre estaba ansioso por aprender y descubrir cosas nuevas.
Cuando llegó el momento de que Kaito empezara la escuela primaria, yo ya estaba en mi último año de secundaria, preparándome para los exámenes de ingreso a la universidad. A pesar de lo ocupada que estaba, nunca dejé de apoyar a Kaito en sus primeros días de escuela. Recuerdo que estaba muy nervioso, pero también emocionado por hacer nuevos amigos y aprender cosas nuevas. Yo le daba ánimos y le aseguraba que todo saldría bien.
Finalmente, llegó el día de mi graduación de secundaria. Fue un momento muy especial para mí y mi familia. Mis padres estaban orgullosos y Kaito me miraba con admiración. Sin embargo, sabía que pronto me enfrentaría a una gran despedida. Me habían aceptado en una prestigiosa universidad fuera de Tokio, y aunque estaba emocionada por esta nueva etapa, también estaba triste por tener que alejarme de mi familia, especialmente de Kaito.
El día de mi partida fue uno de los más difíciles. Kaito, que ya tenía 10 años, trató de ser valiente, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas. Mis padres me abrazaron con fuerza y me dieron palabras de aliento, pero fue Kaito quien más me conmovió. Me abrazó fuerte, llorando de tristeza y me dijo:
—Te voy a extrañar mucho, Sakura. Por favor, vuelve pronto.
Le di un beso en la mejilla y le prometí que siempre estaría con él en espíritu, y que volvería a casa tan pronto como pudiera. Con lágrimas en los ojos, me despedí de mi familia y partí hacia la universidad.
La vida en la universidad era emocionante y llena de desafíos. Hice nuevos amigos y aprendí muchas cosas interesantes. Sin embargo, nunca dejé de pensar en mi familia y especialmente en Kaito. Nos manteníamos en contacto a través de videollamadas y mensajes, pero no era lo mismo que estar juntos.
Cada vez que regresaba a casa durante las vacaciones, Kaito estaba allí, esperándome con una gran sonrisa y los brazos abiertos. Pasábamos todo el tiempo posible juntos, poniéndonos al día y disfrutando de nuestra compañía. Kaito me contaba sobre sus logros en la escuela, sus nuevos amigos y todas las cosas interesantes que había aprendido.
Finalmente, llegó el día de mi graduación universitaria. Había trabajado muy duro para llegar a este punto y estaba emocionada por cerrar este capítulo de mi vida y comenzar uno nuevo. Mi familia vino a la ceremonia y, al ver sus caras orgullosas en el público, me sentí inmensamente feliz.
Después de la ceremonia, regresamos a casa para celebrar. Kaito, ahora un joven de 15 años, me abrazó fuerte y, con lágrimas de felicidad, me dijo:
—Sakura, estoy tan orgulloso de ti. ¡Lo lograste!
Nos abrazamos y reímos juntos, recordando todos los momentos que habíamos compartido a lo largo de los años. Mis padres también estaban emocionados y nos reunimos todos alrededor de la mesa para una deliciosa cena de celebración.
Esa noche, después de la fiesta, me senté con Kaito en nuestro jardín, bajo el hermoso cerezo en flor. El aire estaba lleno del dulce aroma de las flores y las luces de la ciudad brillaban a lo lejos. Kaito y yo hablamos sobre nuestras esperanzas y sueños para el futuro.
—Kaito, siempre supe que serías alguien especial. Tienes un gran corazón y una mente brillante —le dije, mirando sus ojos llenos de ilusión.
—Gracias, Sakura. Tú eres mi inspiración. Quiero seguir tus pasos y hacer algo grandioso con mi vida —respondió Kaito, con una sonrisa.
Le conté sobre mis planes de trabajar en una empresa de tecnología en Tokio, pero que siempre estaría cerca de casa para estar con ellos. Kaito me contó sobre sus aspiraciones de estudiar ingeniería y cómo quería crear cosas que mejoraran la vida de las personas.
Mientras hablábamos, nos dimos cuenta de lo mucho que habíamos crecido y cambiado a lo largo de los años, pero también de lo fuerte que era nuestro vínculo como hermanos. A pesar de las distancias y los desafíos, siempre habíamos estado ahí el uno para el otro, apoyándonos y dándonos fuerza.
A partir de ese día, la vida continuó con sus altibajos, pero siempre enfrentamos todo juntos. Kaito ingresó a la universidad y comenzó a perseguir sus sueños, mientras yo avanzaba en mi carrera. Nuestros padres, siempre amorosos y comprensivos, nos apoyaron en cada paso del camino.
Un día, Kaito logró una de sus metas más importantes: desarrolló un dispositivo innovador que mejoraba la vida de las personas mayores, facilitando su movilidad y comunicación. Estaba emocionado por compartir su logro con nosotros y organizamos una gran celebración en casa.
—Estoy muy orgullosa de ti, Kaito. Sabía que lograrías grandes cosas —le dije, abrazándolo con fuerza.
—Gracias, Sakura. No podría haberlo hecho sin tu apoyo y el de nuestros padres —respondió Kaito, con una sonrisa radiante.
Nuestra familia se convirtió en un ejemplo de amor, unidad y perseverancia. Nos apoyábamos mutuamente en cada etapa de nuestras vidas y celebrábamos juntos cada logro. El tiempo pasó y nuestras vidas se llenaron de aventuras, desafíos y momentos inolvidables.
Un día, mientras estábamos reunidos bajo el cerezo en flor, recordé el día en que Kaito nació y cómo nuestras vidas cambiaron para siempre. Sentí una profunda gratitud por tener una familia tan maravillosa y por todos los momentos que habíamos compartido.
—Kaito, siempre serás mi hermano pequeño, pero también mi mejor amigo y mi mayor inspiración —le dije, con lágrimas de felicidad en los ojos.
—Y tú siempre serás mi hermana mayor, mi guía y mi ejemplo a seguir —respondió Kaito, abrazándome.
Esa noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo, supe que, sin importar lo que el futuro nos deparara, siempre estaríamos unidos por un vínculo inquebrantable de amor y familia.
Y así, Sakura y Kaito continuaron viviendo sus vidas, enfrentando cada desafío con valentía y compartiendo cada alegría con gratitud. Su historia se convirtió en un testimonio de la importancia de la familia, el amor y la perseverancia. Y aunque el tiempo pasaba, su vínculo permanecía tan fuerte como siempre, iluminando cada paso de su camino.
Y colorín colorado, este cuento para dormir se ha acabado.
mi pequeño hermano