Cuentos de Princesas

Amor en la cúspide del destino

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un reino lejano, donde los castillos se erguían entre nubes de algodón y los ríos danzaban alegremente entre verdes prados, vivía una hermosa princesa llamada Paulina. Su corazón era tan grande como su cabello dorado, y su risa, suave como la brisa de primavera, iluminaba el reino. Todos la querían y respetaban, no solo por ser una princesa, sino por su bondad y generosidad hacia los demás. Pero, a pesar de todas las maravillas que la rodeaban, Paulina anhelaba algo más que su vida en el palacio; soñaba con una aventura real y, tal vez, con encontrar el amor verdadero.

Un día, mientras paseaba por el jardín del castillo, observó a un joven que luchaba por escalar un pequeño monte cercano. Era David, un humilde pero valiente aldeano, conocido en el reino por su deseo de ayudar a quienes lo necesitaban. Siempre estaba dispuesto a escalar montañas, recoger frutas, o realizar cualquier tarea que contribuyera al bienestar de su gente. Pero aquel día, estaba intentando alcanzar lo que parecía ser un sencillo arbusto lleno de fresas jugosas.

Paulina, al ver su esfuerzo, decidió acercarse. “Hola, joven”, dijo con una sonrisa. “¿Puedo ayudarte en algo?”

David, sorprendido al ver a la princesa en su jardín, se sonrojó y se detuvo un momento para recuperar el aliento. “Hola, princesa Paulina. Estoy bien, solo intento recoger esas fresas para hacer un pastel para los niños de la aldea. Ellos lo disfrutarán mucho, ya que han estado trabajando duro en el campo”.

La princesa sonrió, admirando la dedicación del joven. “Me encantaría ayudarte con eso. Siempre he querido aprender a cocinar. Además, ¡me encantan las fresas!”

Así, juntos, comenzaron a recoger fresas. Las risas y charlas entre ambos resonaron en el jardín, y cada vez que sus miradas se cruzaban, un pequeño destello de entendimiento y conexión se encendía. Cuando terminaron, Paulina no quiso regresar al palacio de inmediato. En su lugar, propuso un picnic en el prado, y David, con alegría, aceptó la invitación.

Bajo la sombra de un gran roble, desplegaron una manta de colores y disfrutaron del delicioso banquete que había preparado Paulina, con frutas, panes y dulces traídos del castillo. Durante la merienda, David habló sobre su vida en la aldea, mientras Paulina compartía cuentos de su infancia entre los lujos del palacio. A medida que el sol comenzaba a descender, la luz dorada teñía la escena con un manto de magia.

“¿Sabes, princesa?” David dijo en un tono pensativo. “A veces siento que la vida en la aldea es más divertida que vivir en un palacio. Aquí, cada día somos parte de la naturaleza, y todos se ayudan mutuamente”.

Paulina asintió. “No me malinterpretes, amo a mi gente y mi hogar, pero a veces me siento atrapada. Las responsabilidades y las expectativas son una carga”. El aire se llenó de un silencio cómodo, y ambos comprendieron que compartían un sentimiento común.

A medida que pasaban los días, sus encuentros en el jardín se hicieron más frecuentes. Comenzaron a estudiar juntos, y David le enseñó a Paulina a recoger hierbas y hacer pociones sencillas. En su tiempo libre, se escapaban a explorar las colinas y los bosques cercanos, riendo y descubriendo pequeños secretos de la naturaleza. Se convirtieron en grandes amigos, y en lo más profundo de sus corazones, ambos sabían que había algo más allí, algo que los ataba de manera especial.

Un buen día, mientras estaban teniendo una de sus aventuras en el bosque, descubrieron un claro mágico envuelto en luz. En el centro, había un antiguo árbol de los deseos, donde todos aquellos que ofrecían su corazón con sinceridad podrían hacer un pedido. Paulina, emocionada, se giró hacia David. “¿Te imaginas lo que podríamos pedir?”

David pensó un momento antes de responder. “Creo que es mejor no pedir cosas materiales. Yo pediría que siempre podamos estar juntos, sin importar lo que pase”.

Paulina, sintiendo una chispa en su corazón, replicó: “Me parece un hermoso deseo”. Ambas manos se unieron, y juntos hicieron su petición. “Que nunca nos separemos”.

En ese instante, una suave brisa recorrió el claro, como si el árbol les hubiera escuchado y aceptado su deseo. Desde aquel día, sus corazones parecían conectados de una manera mágica.

Sin embargo, no todo eran risas y aventuras. En el reino había un oscuro hechicero que había estado espiando a Paulina y David. Su nombre era Malakar, un ser que había jurado venganza contra la familia real tras haber sido desterrado por sus malas acciones. Él codiciaba los sentimientos que Paulina y David compartían y sabía que podía usar eso en su propio beneficio.

Una noche, se acercó al palacio disfrazado de un anciano sabio. Con voz temblorosa, se dirigió al rey. “Su Majestad, he venido a advertirle sobre un plan que amenaza la felicidad de su hija. Hay fuerzas oscuras que buscan separarla de su verdadero amor”.

El rey, preocupado, frunció el ceño. “¿Y qué debo hacer para protegerla?”

“Su única salvación es que la princesa se case con el príncipe de un reino vecino. Solo así podrá estar a salvo de la maldad que acecha”, señaló el anciano con astucia.

El rey, llevándose la mano a la barbilla, consideró las palabras del anciano. Al día siguiente, convocó a Paulina y le comunicó su decisión. “Hija mía, he decidido que debes casarte con el príncipe de Brislandia. Será en un mes”.

Paulina se llevó las manos al pecho, sintiéndose atrapada como si un lobo la hubiera cercado. “Padre, yo no quiero casarme. Ya tengo un amor en mi vida”.

“¿Y quién es ese amor, Paulina?” preguntó el rey, enfadado.

“Se llama David, y es un noble joven que ayuda a nuestra gente. Él es quien me hace sentir feliz”, respondió con valentía, aunque sabía que sus palabras podrían no ser bien recibidas.

Sin embargo, el rey, enfurecido por la idea de que su hija pudiera querer a un simple aldeano, decidió cerrarle el acceso a David. Envió guardias a vigilarla en el castillo, y Paulina se sintió más sola que nunca. Sin embargo, su amor por David no se apagó; por el contrario, ardía con más fuerza. A escondidas, esperaba el día en que pudiera encontrarlo.

Mientras tanto, David notó la ausencia de Paulina y se preocupó. Sabía que algo no estaba bien. Un día, decidió ir en busca de su amiga. Caminó hasta el castillo y, aunque estaba rodeado de guardias, su amor por Paulina le otorgó el valor necesario para desafiar al destino. Cuando llegó al jardín, se escondió y vio a Paulina mirar hacia el horizonte, con una tristeza en los ojos que le atravesó el corazón.

“Paulina”, llamó en voz baja, asegurándose de que nadie escuchara.

La princesa se giró rápidamente, sus ojos se iluminaron al encontrarlo. “David, ¡pensé que nunca volvería a verte!”

“Vine a buscarte. Quiero que sepas que no me importa lo que diga el rey. Eres lo único que deseo en mi vida”, exclamó David con sinceridad, acercándose lentamente hacia ella.

Ambos se abrazaron, sintiendo cómo su amor los envolvía como una cálida manta. Sin embargo, cayeron en la realidad de que el tiempo corría. Paulina le explicó el pacto de su padre y el plan para su matrimonio con el príncipe de Brislandia. “Debo hacer algo, David. No puedo dejar que esto suceda”.

“Podemos escapar”, propuso él, con los ojos llenos de determinación. “Siempre podemos encontrar un lugar donde estar juntos, lejos de la corte y las exigencias de nuestro mundo”.

Paulina lo miró, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. “Sí, pero eso podría significar dejar todo atrás, incluso a mi familia”.

“Es cierto, pero tú eres lo más importante para mí. Y si el rey no puede entender eso, entonces no puede detenernos”, afirmó David, con voz firme.

Y así, después de discutir sus opciones, decidieron que huiría con David aquella misma noche. Se prepararían para un viaje que los llevaría hacia lo desconocido, pero con la certeza de que estar juntos era su única verdad.

Debajo de la luz de la luna, Paulina se coló entre los pasillos del castillo hasta encontrar el lugar donde David la esperaba. Con una sonrisa cómplice, comenzaron a correr en dirección a la selva cercana. El corazón de Paulina latía con una mezcla de emoción y miedo, pero no podía detenerse. A medida que avanzaban, se adentraron en un mundo lleno de magia, sonidos nocturnos y luces centelleantes de luciérnagas.

Finalmente, dieron un respiro profundo al llegar a un claro en el bosque. Se sentaron, riendo y recordando lo que habían dejado atrás. “¿Y si el rey nos encuentra?” preguntó Paulina con algo de temor.

David la miró a los ojos. “No dejes que el miedo te consuma. Lo que hay entre nosotros es más fuerte que cualquier obstáculo”.

Justo en ese momento, el hechicero Malakar, que había estado observando cada movimiento desde las sombras, decidió actuar. Usó su magia para crear un gran fogón de sombras que les rodeaba, aislándolos de toda luz. La oscuridad se cerró a su alrededor, y de ella emergió Malakar en su verdadera forma, con una risa siniestra que retumbaba en el aire como un trueno.

“¿Creíste que podrías escapar de tu destino, princesa? ¡El amor nunca triunfa contra los poderes oscuros!”, gritó el hechicero, levantando su vara mágica.

Paulina, asustada, se aferró a la mano de David. “No, yo no permitiré que eso me detenga. ¡Nuestro amor es más fuerte que cualquier magia!”

Con esas palabras, una luz brillante emergió de su corazón, iluminando la oscuridad que les rodeaba. David alzó la mirada sorprendido, cuando, de pronto, todo el amor que ambos habían compartido comenzó a manifestarse en un resplandor que desbordaba el claro. La luz envolvió a Malakar, debilitando su poder.

“¡No! Esto no puede ser!”, exclamó Malakar con horror, antes de ser consumido por la explosión de luz emitida por el amor de la pareja.

Cuando la oscuridad se disipó, el hechicero fue derrotado, y el bosque recuperó su paz. Paulina y David se miraron, sorprendidos de lo que acababa de suceder.

“Creo que lo hemos logrado”, dijo David, con una sonrisa, recuperando la calma.

“Sí, lo hicimos. Pero ¿y ahora qué haremos?”, preguntó Paulina, aún sintiendo la adrenalina en su cuerpo.

“No necesitamos huir más. Puedes regresar con tu familia”, sugirió él. “Puedo acompañarte y explicarles lo que realmente hay entre nosotros”.

Paulina, sintiendo su corazón latiendo con fuerza, asintió. “Tienes razón. Ha llegado el momento de enfrentar juntos la realidad”.

Así, tomados de la mano, regresaron al castillo. Esta vez, la decisión de Paulina no estaría dictada por las tradiciones, sino por su propio corazón. Cuando llegaron, el rey los estaba esperando, aún furioso por la desaparición de su hija.

“Paulina, pensaba que habías desaparecido”, dijo su padre, aliviado y a la vez preocupado al ver a David a su lado. “¡Tú! Aldeano insolente, ¿qué haces aquí?”.

David, con valentía, dio un paso adelante. “Su Majestad, venimos no como enemigos, sino como dos corazones que se han unido en estos tiempos difíciles. Paulina me ha enseñado lo que significa el verdadero amor, y estoy dispuesto a demostrarte que soy digno de estar a su lado”.

El rey, al ver la determinación en sus ojos y sintiendo la verdad en las palabras de su hija, se dio cuenta de que su perspectiva había cambiado. “Hija, ¿es esto lo que realmente deseas?”.

“Sí, padre. La unión de nuestros corazones no tiene nada que ver con estatus o riqueza. Solo con amor sincero y respeto mutuo”, afirmó Paulina, su voz llena de confianza.

El rey miró alternativamente a ambos jóvenes. Al igual que en el claro mágico donde habían hecho su deseo, sintió que el amor que compartían era poderoso y auténtico. Así, después de un momento de reflexión, finalmente asintió. “Si realmente te hace feliz, Paulina, entonces he decidido darte la libertad de elegir”.

Y así, el amor de Paulina y David fue aceptado por la corte, y juntos comenzaron una nueva era en su reino, donde corazones unidos prevalecían sobre las tradiciones impuestas. Y con el tiempo, David no solo se convirtió en el amor de Paulina, sino en un gran líder para la aldea, siendo recordado como el hombre que había ganado el corazón de la princesa sin necesidad de un reino.

El final de esta historia nos enseña que el verdadero amor no solo puede superar obstáculos, sino que también tiene el poder de cambiar corazones y construir puentes donde antes había muros. A veces, las decisiones más valiosas son aquellas que vienen del corazón, y el amor sincero puede enfrentar incluso a los poderes más oscuros.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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