En un reino muy lejano, vivía una familia muy especial en un castillo rodeado de hermosos jardines. Gustavo, el rey del castillo, era un hombre trabajador con el cabello corto y castaño y una cálida sonrisa que iluminaba todo a su alrededor.
Gustavo se esforzaba mucho todos los días para asegurarse de que su familia fuera feliz. Su esposa, la reina Lizbeth, tenía el cabello largo y oscuro, y siempre vestía con elegantes y fluidos vestidos. Juntos, tenían tres hijas: Linneth, la mayor, con el cabello rizado y castaño y un vestido rosa; Lilith, la mediana, con el cabello rubio y liso y un vestido azul; y Jessamyn, la más pequeña, con el cabello ondulado y negro y un vestido amarillo.
A pesar de sus responsabilidades como rey, Gustavo siempre encontraba tiempo para jugar con sus hijas y compartir momentos especiales con Lizbeth. Cada día después de trabajar en los asuntos del reino, Gustavo corría al jardín donde sus hijas lo esperaban con alegría.
«¡Papá, ven a jugar con nosotras!» gritaba Linneth mientras se columpiaba en el set de juegos. Lilith y Jessamyn corrían alrededor de las flores, riendo y jugando a atrapar mariposas. Lizbeth los observaba desde una banca, sonriendo felizmente mientras veía a su familia disfrutar.
Gustavo se unía a sus hijas, empujando a Linneth en el columpio, ayudando a Lilith a hacer una corona de flores y levantando a Jessamyn para que pudiera alcanzar las mariposas. Los jardines se llenaban de risas y felicidad, y cada día era una nueva aventura para la familia real.
Un día, Gustavo decidió que era el momento perfecto para una sorpresa especial. «Hoy haremos algo diferente,» anunció durante el desayuno. «Vamos a tener un picnic en el bosque encantado.» Las niñas saltaron de alegría y Lizbeth sonrió, emocionada por la idea.
Prepararon una gran cesta con comida deliciosa: sándwiches, frutas, pasteles y limonada. Gustavo y Lizbeth llevaron la cesta mientras las niñas corrían adelante, explorando el camino hacia el bosque encantado. El bosque estaba lleno de árboles altos y flores brillantes, y el aire estaba perfumado con el dulce aroma de las plantas.
Encontraron un claro perfecto para su picnic, con un arroyo burbujeante y una gran manta de césped suave. Gustavo extendió la manta y todos se sentaron a disfrutar de la comida. Las niñas se maravillaron con los sabores frescos y deliciosos, y Lizbeth y Gustavo se miraron con amor, felices de ver a su familia tan contenta.
Después del picnic, Gustavo sugirió un juego. «Vamos a buscar el tesoro del bosque encantado,» dijo con una sonrisa misteriosa. Las niñas se emocionaron y comenzaron a buscar pistas entre los árboles y arbustos. Linneth encontró una piedra brillante, Lilith descubrió una flor mágica que cambiaba de color y Jessamyn encontró una pequeña llave dorada.
«¡Papá, encontramos las pistas!» exclamaron, corriendo de regreso a Gustavo. Él sonrió y les mostró un cofre de madera escondido bajo una roca. «Esta es la llave que encontraste, Jessamyn. ¡Ábrelo y veamos qué hay dentro!» Jessamyn giró la llave y abrió el cofre, revelando pequeños tesoros: collares de cuentas, pulseras de colores y una pequeña corona para cada una de ellas.
«Ahora todas son princesas del bosque encantado,» dijo Gustavo, colocando las coronas en las cabezas de sus hijas. Las niñas se miraron con asombro y emoción, sintiéndose como verdaderas princesas.
La tarde pasó rápidamente mientras jugaban y exploraban el bosque encantado. Cuando el sol comenzó a ponerse, Gustavo y Lizbeth reunieron a las niñas y regresaron al castillo. «Hoy ha sido un día maravilloso,» dijo Lizbeth mientras caminaban de regreso. «Gracias por esta hermosa sorpresa, Gustavo.»
Gustavo sonrió y abrazó a su familia. «Nada me hace más feliz que verlas sonreír,» dijo con sinceridad. «Ustedes son mi mayor tesoro.»
De regreso en el castillo, Gustavo y Lizbeth prepararon a las niñas para la cama. Linneth, Lilith y Jessamyn se pusieron sus pijamas y se acurrucaron en sus camas, aún emocionadas por las aventuras del día. «Papá, ¿nos contarás una historia?» pidió Linneth con ojos brillantes.
Gustavo se sentó en una silla junto a las camas y comenzó a contar una historia sobre un rey valiente y sus tres princesas que vivían en un reino lleno de amor y felicidad. «El rey siempre se aseguraba de que sus princesas fueran felices y tuvieran aventuras mágicas cada día,» decía Gustavo. «Porque el amor de su familia era lo más importante para él.»
Las niñas escucharon atentamente, sus ojos llenos de sueños y sonrisas. Finalmente, se quedaron dormidas, felices y contentas. Gustavo y Lizbeth se retiraron a su habitación, sintiéndose agradecidos por la hermosa familia que tenían.
Gustavo, Lizbeth, Linneth, Lilith y Jessamyn vivieron felices, siempre apoyándose y compartiendo momentos especiales juntos. Aprendieron que la verdadera felicidad no estaba en los grandes tesoros, sino en el amor y la alegría que se daban unos a otros cada día.
Y así, en el reino de la felicidad, la familia real vivió muchas más aventuras juntos, siempre unidos y felices. Y colorín colorado, este cuento de princesas se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.