Había una vez, en un reino lleno de flores y colores, una pequeña princesa llamada Kiara. Kiara era una niña alegre y siempre tenía una sonrisa en su rostro. Lo que más le gustaba en el mundo era bailar. Cada mañana, cuando los rayos del sol entraban por su ventana, Kiara se levantaba de un salto, se ponía su vestido favorito y comenzaba a dar vueltas por su habitación, imaginando que estaba en un gran salón de baile.
Kiara vivía en un hermoso castillo con sus padres, el Rey y la Reina, quienes la querían mucho y siempre la apoyaban en todo lo que hacía. El castillo estaba rodeado de un jardín lleno de flores de todos los colores, y en el centro había una fuente donde los pajaritos venían a beber agua y cantar dulces melodías.
A Kiara también le encantaba ir a la escuela del reino, donde todos sus amigos la esperaban para jugar y aprender juntos. Pero lo que más disfrutaba en la escuela era la hora de la música, porque era el momento en que podía bailar con todos sus compañeros. Cuando sonaban las primeras notas de la música, Kiara se sentía como si flotara en el aire. Sus pies parecían moverse solos al ritmo de la melodía, y sus amigos siempre la miraban con admiración.
Un día, mientras jugaban en el patio de la escuela, la maestra anunció que habría un gran festival en el reino y que todos los niños tendrían la oportunidad de participar en una presentación especial. La maestra explicó que cada clase podría elegir un número para presentar en el escenario del festival.
—¡Podemos hacer una danza! —exclamó Kiara emocionada, saltando de alegría.
Sus compañeros estuvieron de acuerdo. Todos sabían lo mucho que a Kiara le gustaba bailar y lo bien que lo hacía, así que decidieron que ella sería la encargada de liderar la coreografía.
Durante las semanas siguientes, Kiara y sus amigos practicaron todos los días después de la escuela. Ensayaban en el jardín del castillo, donde el viento suave y el canto de los pájaros les acompañaban mientras se preparaban. Kiara les enseñaba a sus amigos cada paso de la danza, asegurándose de que todos se sintieran cómodos y se divirtieran.
Sin embargo, a medida que el día del festival se acercaba, algunos de sus amigos comenzaron a sentirse un poco nerviosos. La idea de bailar frente a tanta gente los ponía un poco asustados.
—¿Y si me equivoco? —dijo uno de los niños, mirando al suelo.
—¿Y si me caigo? —preguntó otro, con los ojos llenos de preocupación.
Kiara, que siempre tenía una sonrisa para compartir, se acercó a sus amigos y les tomó las manos.
—No se preocupen —les dijo con suavidad—. Lo más importante es que nos divirtamos y hagamos esto juntos. No importa si nos equivocamos, lo que importa es que lo haremos con alegría y mostrando cuánto nos gusta bailar.
Sus palabras llenaron a los niños de confianza. Sabían que, con Kiara a su lado, todo saldría bien.
Finalmente, llegó el día del festival. El reino estaba decorado con cintas y flores, y la plaza principal estaba llena de personas que esperaban con ansias las presentaciones. Había un gran escenario adornado con luces brillantes, y la música se escuchaba por todo el lugar.
Cuando llegó el turno de Kiara y sus amigos, todos se sintieron un poco nerviosos, pero Kiara les sonrió y les recordó que lo más importante era disfrutar el momento. La música comenzó a sonar, y todos los niños, guiados por Kiara, empezaron a moverse al ritmo de la melodía.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.