Había una vez una pequeña princesa llamada Tamara. Tamara tenía tres años y vivía en una hermosa casa con sus padres, la reina Phanny y el rey Javier. Tamara era una niña muy especial, con un cabello castaño claro que brillaba al sol y unos ojos llenos de curiosidad. Aunque era delgada y muy ágil, lo que más la caracterizaba era su energía inagotable y su espíritu travieso. Le encantaba correr por el jardín, jugar con sus juguetes y explorar cada rincón de su hogar como si fuera un gran castillo.
Pero había algo en lo que Tamara debía mejorar: a veces, no siempre escuchaba a su mamá o a su papá, y le costaba ser amable y respetuosa con los demás. La reina Phanny, que siempre estaba pendiente de su pequeña princesa, sabía que este era un buen momento para enseñarle a Tamara la importancia de ser obediente y de tratar bien a los demás.
Un día, mientras Tamara jugaba en su habitación con sus muñecas, la reina Phanny se acercó a ella con una gran sonrisa. «Tamara, mi querida princesa,» dijo la reina, «muy pronto será tu cumpleaños, y queremos hacerte una gran fiesta con todos tus amigos de la clase de estimulación temprana. ¿Te gustaría eso?»
Los ojos de Tamara se iluminaron de emoción. «¡Sí, mamá! ¡Quiero una fiesta con globos, pastel y muchos juegos!» exclamó, dando pequeños saltos de alegría.
La reina Phanny se inclinó y miró a su hija con ternura. «Pero hay algo que debes hacer primero,» dijo suavemente. «Para poder tener la fiesta de cumpleaños más hermosa, debes demostrar que eres una princesa obediente y educada. Debes escuchar a mamá y a papá, y ser amable con todos tus amigos. ¿Crees que puedes hacerlo?»
Tamara pensó por un momento. Le encantaba la idea de una gran fiesta, pero también sabía que a veces era difícil para ella obedecer siempre. Sin embargo, decidió que haría todo lo posible por ser una buena princesa. «¡Lo intentaré, mamá!» dijo con determinación.
Los días pasaron, y Tamara se esforzó mucho en mejorar su comportamiento. Por las mañanas, se despertaba temprano y ayudaba a la reina Phanny a poner la mesa para el desayuno. «Mira, mamá, estoy siendo muy cuidadosa,» decía mientras colocaba los cubiertos en su lugar.
Cuando jugaba con sus juguetes, se aseguraba de recoger todo después de terminar. «Así mi cuarto estará limpio y ordenado, como el de una verdadera princesa,» pensaba Tamara, sintiéndose muy orgullosa de sí misma.
Sin embargo, no todo fue fácil. Hubo momentos en los que Tamara se sintió tentada a correr por la casa sin cuidado, o a no escuchar cuando la reina Phanny le pedía que hiciera algo. Pero cada vez que sentía esas ganas de desobedecer, recordaba la gran fiesta que le esperaba y se esforzaba por hacer lo correcto.
El rey Javier, aunque amaba mucho a su pequeña princesa, a veces era un poco indulgente con ella. Cuando Tamara hacía algo que no debía, él simplemente sonreía y la dejaba hacer lo que quería. Pero la reina Phanny le recordó al rey Javier lo importante que era que Tamara aprendiera a comportarse bien. «Querido,» le dijo Phanny, «si quieres que nuestra princesa tenga la mejor fiesta de cumpleaños, también debes ayudarla a ser obediente y respetuosa.»
El rey Javier, entendiendo lo que su esposa decía, comenzó a ser más firme pero siempre con amor. Cada vez que Tamara desobedecía, él le recordaba con cariño por qué era importante escuchar a sus padres.
Finalmente, llegó el día tan esperado. El castillo de Tamara, que en realidad era su casa, estaba decorado con globos de todos los colores, guirnaldas brillantes y un gran cartel que decía: «¡Feliz Cumpleaños, Princesa Tamara!». Todos sus amigos de la clase de estimulación temprana llegaron, llevando regalos y sonrisas.
Tamara llevaba un hermoso vestido de princesa, de color rosa con detalles dorados, y una pequeña corona que brillaba con la luz del sol. La reina Phanny y el rey Javier la miraban con orgullo, sabiendo cuánto se había esforzado Tamara por ser una buena niña.
Durante la fiesta, Tamara mostró a todos cuánto había aprendido. Fue amable y compartió sus juguetes con sus amigos, les ofreció pedacitos de su pastel y siempre dijo «por favor» y «gracias». Cuando uno de sus amigos tropezó y cayó, Tamara corrió a ayudarlo a levantarse, mostrando el gran corazón que tenía.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.