En un reino donde las colinas se pintaban de verde esmeralda y el cielo siempre parecía un lienzo azul salpicado de nubes, se alzaba el majestuoso Castillo de Arcoíris, hogar de las princesas María, Laura, Karina y Milena. Cada una poseía una gracia y un talento únicos que las hacían amadas por todos los habitantes del reino.
María, con su larga cabellera negra y ojos como noches sin estrellas, poseía el don de la música. Con su voz y su lira, podía calmar cualquier tormenta y traer paz a los corazones inquietos. Laura, la pelirroja de rizos juguetones, tenía un espíritu aventurero y la habilidad de hablar con los animales, lo que la hacía la mejor guardiana de los bosques del reino. Karina, con su cabello rubio y ojos azules, era una artista nata cuyos pinceles pintaban lo que sus ojos veían y lo que su corazón sentía. Milena, de cabellos castaños y ondulados, era la erudita, custodia de los antiguos libros de hechizos y sabiduría.
Un día, un misterioso mensaje llegó en las garras de un halcón real. El mensaje era de la Reina Madre, quien había partido años atrás en una misión de paz a un reino lejano. Decía: «Mis queridas hijas, dentro de los muros de nuestro amado castillo se oculta un secreto antiguo que debe ser descubierto antes de la próxima luna roja. Este secreto es la clave para el futuro de nuestro reino.»
Las princesas, intrigadas y un poco preocupadas, decidieron que debían descubrir ese secreto. Sabían que la tarea no sería fácil, pues el castillo era antiguo y vasto, con torres que tocaban las nubes y mazmorras tan profundas que parecían no tener fin.
Empezaron su búsqueda en la biblioteca, donde Milena pasaba la mayoría de sus días entre pergaminos y polvo. Juntas, desempolvaron mapas antiguos y diarios de reyes y reinas pasados. Laura, con la ayuda de una ardilla parlante y un búho sabio, exploró los altos aleros y las ocultas gárgolas de las torres. Karina, utilizando su arte, interpretó antiguas tapicerías que contaban historias de magia y poder. María, con su lira, tocaba melodías que, según antiguas leyendas, podían abrir pasajes secretos.
Días y noches pasaron mientras las princesas buscaban incansablemente, pero el secreto seguía oculto. A medida que la luna roja se acercaba, la urgencia crecía en sus corazones. Fue entonces cuando Milena, en un viejo libro de conjuros, encontró la mención de una sala secreta, accesible solo al resolver un enigma que requería las habilidades únicas de cada princesa.
Juntas, fueron al Gran Salón, donde un fresco cubría una de las paredes. El fresco, un antiguo mural que representaba las cuatro estaciones, era la clave. Karina dibujó con tiza sobre el piso un espejo del mural, Laura conversó con los espíritus de los animales representados en el invierno, María tocó una melodía que emulaba el fluir de las aguas de primavera, y Milena recitó un hechizo que evocaba el crecimiento del verano.
Con un retumbar suave, la pared del fresco se desplazó, revelando una puerta de madera tallada. Detrás de ella, encontraron una pequeña habitación que contenía un único objeto: una corona hecha de un metal que brillaba con luz propia, la Corona de la Luna Roja, capaz de garantizar la prosperidad del reino por generaciones si se mantenía en manos justas y sabias.
Las princesas, aliviadas y emocionadas, llevaron la corona al trono del castillo, justo cuando la luna roja alcanzaba su cenit en el cielo. El reino entero celebró, sabiendo que su futuro estaba asegurado.
Desde ese día, las princesas no solo fueron guardianas de su reino, sino también protectoras del secreto de la Corona de la Luna Roja. Aprendieron que juntas, con sus talentos combinados y el amor que compartían, no había misterio que no pudieran resolver ni desafío que no pudieran superar.
Así, el Castillo de Arcoíris no solo fue un hogar de realeza y magia, sino un lugar donde el valor de la unidad y la fuerza de la familia se demostraban día tras día. Y en las noches claras, cuando la luna brillaba en el cielo, las princesas miraban hacia las estrellas, recordando la aventura que las había unido aún más, bajo el techo de su amado castillo encantado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.