Había una vez, en un pequeño pueblo donde los sueños florecían como las flores en primavera, cuatro amigos que adoraban escuchar cuentos de princesas. Victoria, una niña con ojos brillantes y una sonrisa radiante, siempre llevaba consigo su libro de cuentos. Darío, su hermano mayor, era un niño curioso que soñaba con ser un valiente caballero. Susy, la amiga de la esquina, tenía una imaginación desbordante y le encantaba inventar historias. Y Leo, el más pequeño del grupo, adoraba los animales y soñaba con tener un dragón amistoso.
Un día, mientras estaban sentados en el jardín de Victoria, disfrutando de un cálido día de sol, decidieron que era el momento perfecto para contar la historia más grandiosa que jamás habían oído. Así que Victoria abrió su libro y comenzó a leer sobre una princesa llamada Elena, que vivía en un gran castillo y que tenía un mágico espejo que mostraba el futuro.
Pero justo cuando la historia era más emocionante, un brillo extraño salió del libro y envolvió a los cuatro amigos en una nube de estrellas centelleantes. En un abrir y cerrar de ojos, se encontraron en un lugar mágico lleno de colores vibrantes y criaturas fantásticas. «¡Estamos en el Reino de los Sueños!» exclamó Susy, maravillada.
En su nuevo hogar, se encontraron con una pequeña hada llamada Lía, que volaba alrededor de ellas, iluminando el ambiente con su luz dorada. «Bienvenidos, amigos, he estado esperando su llegada. Necesito su ayuda para salvar a la princesa Elena. Un oscuro hechicero ha robado su espejo mágico y lo ha escondido en una montaña lejana», explicó Lía.
Victoria, Darío, Susy y Leo, emocionados ante la idea de ayudar a una princesa, decidieron que debían ir en busca del espejo. «¡Vamos juntos!», animó Darío, y todos estaban de acuerdo en que juntos podrían superar cualquier obstáculo. Lía les dio un pequeño mapa brillante que mostraba el camino a seguir. «Debemos tener cuidado, ya que el camino está lleno de aventuras y desafíos», les advirtió.
Comenzaron su travesía cruzando un puente colgante que temblaba un poco al caminar. «¡Es como un cuento de hadas!», dijo Leo, mientras se aferraba a la cuerda, sonriendo con emoción. Mientras cruzaban, de repente, un grupo de duendes traviesos apareció, riendo y haciendo bromas. «¡Si quieren pasar, deben resolver un acertijo!», dijeron en coro.
Los amigos se miraron entre sí, y Darío, que siempre disfrutaba de los acertijos, se adelantó. «¡Dímelo, que lo resolveremos!», contestó con valentía. El duende, con una sonrisa astuta, dijo: «En la mañana camina en la cama, al atardecer va dando vueltas, y a la noche descansa. ¿Qué es?» Los amigos pensaron por un momento y, después de unos segundos de silencio, Susy gritó: «¡Es la luna!» Los duendes, sorprendidos y contentos, les dejaron pasar y les dieron un pequeño colgante de ébano como símbolo de su inteligencia.
Continuaron por el sendero hasta llegar a un frondoso bosque. Allí, encontraron a una tortuga gigante atascada entre unos arbustos. «¡Ayúdenme, por favor! No puedo moverme», dijo la tortuga con voz triste. Victoria, que siempre era compasiva, se acercó y dijo: «No te preocupes, nosotros te ayudaremos». Los cuatro amigos trabajaron juntos, empujando y tirando hasta que, al final, la tortuga pudo liberarse.
«Gracias, pequeños héroes. A cambio de su bondad, les daré un consejo. El hechicero vive en la montaña, pero hay un camino secreto que solo los agradecidos conocen. Síganme y se los mostraré», dijo la tortuga. Siguiendo a su nuevo amigo, llegaron a una cueva oculta que llevaba a la cima de la montaña. «El hechicero no será fácil de vencer», advirtió la tortuga, «pero su amor por los espejos podría ser su debilidad».
Cuando llegaron a la cima, encontraron al hechicero examinando el espejo mágico. «¡Aléjense de mi espejo!», gritó el hechicero, con una mirada amenazante. «Pero queremos ayudar a la princesa Elena», dijo Darío valientemente, recordando todas las historias de valentía que había leído. «¡Ella necesita el espejo para ver su futuro!»
El hechicero se rió con desdén. «¿Qué saben ustedes de la magia? ¡Pueden intentarlo, pero fracasarán!» Sin pensarlo dos veces, Susy se arrojó adelante y le dijo: «¡Mira, tenemos un espejo más bonito aquí!» Sacó de su bolsillo un espejito que siempre llevaba consigo y lo mostró. «Este espejo refleja la verdadera belleza, la de la amistad y la bondad».
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.