Cuentos de Princesas

La Princesa de los Quince Soles de Oro

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en un lejano reino rodeado de montañas y mares, una hermosa princesa llamada Yeray. Su belleza era conocida en todos los rincones del reino, menos en una pequeña aldea al borde del bosque, donde vivía un joven llamado Lucas. Lucas era valiente y aventurero, siempre buscando emocionantes relatos que contar a sus amigos.

Un día, mientras paseaba por el bosque, Lucas escuchó rumores sobre una curiosa tradición en el castillo: la princesa Yeray cumplía quince años y, según la leyenda, en su cumpleaños recibiría un regalo muy especial conocido como los quince soles de oro. Cada sol representaba un año de vida y se decía que estos brillantes objetos tenían el poder de conceder un deseo a quien los poseyera. Intrigado por la leyenda, Lucas decidió que debía conocer a la princesa y tal vez ganar alguno de esos maravillosos soles.

Motivado por su curiosidad, Lucas caminó hacia el castillo. Cuando llegó, se encontró con imponentes puertas de madera tallada. Al tocar el timbre, un guardia, llamado Rodrigo, lo miró con desconfianza, pero Lucas, con su carácter decidivo, le explicó su misión. Aun así, Rodrigo le advirtió que entrar era solo para invitados de mucho renombre. Pero el joven, valiente y decidido, logró persuadir al guardia, quien finalmente lo dejó pasar bajo la promesa de que se comportaría correctamente.

Lucas entró en el magnífico castillo y, sorprendido por su esplendor, se sintió como si estuviera en un sueño. Paseó por los pasillos adornados con tapices que contaban historias épicas de caballeros y dragones. De pronto, oyó risas y canciones que venían de un gran salón. Sigilosamente se acercó y vio a Yeray, la princesa, rodeada de sus damas de compañía.

Yeray era de una belleza radiante, su vestido de gala brillaba como el oro al reflejar la luz de las velas. Pero lo que más llamaba la atención era su sonrisa. Sin pensar en las posibles consecuencias, Lucas decidió dar un paso al frente y presentarse. Todos los ojos se posaron en él.

—Hola, soy Lucas —dijo con una mezcla de nerviosismo y valentía—. He venido a conocer a la princesa y a escuchar sobre los quince soles de oro.

Yeray, sorprendida por su audacia, sonrió y lo invitó a acercarse. En ese momento, los demás invitados quedaron en silencio, pero pronto las risas y susurros volvieron a llenar la sala. La princesa encontró en Lucas a alguien diferente, un joven que no le tenía temor a su título, y eso le gustaba.

—Los quinze soles de oro son una tradición valiosa en este reino —explicó Yeray—. Son mágicos, y el próximo sol se entregará en mi baile de cumpleaños. Quien posea el sol puede pedir un deseo, y la leyenda dice que el deseo debe ser de corazón puro.

Lucas sintió que su corazón latía con fuerza. Quería un deseo, pero no pensaba en sí mismo. Pensó en su familia, en sus amigos y en cómo hacer de su aldea un lugar mejor. Pero había algo más que le preocupaba: ¿y si no podía conseguir un sol?

—¿Has pensado en lo que deseas pedir, princesa? —se atrevió a preguntar.

Yeray se quedó en silencio por un instante. Miró hacia el suelo como si las piedras pudieran darle la respuesta. De repente, su rostro se iluminó.

—No solo quiero desear para mí, Lucas. Mi mayor deseo es que todos en mi reino sean felices, que no haya más tristeza ni pobreza. Pero, a veces, me siento atrapada en este castillo, sin poder hacer mucho por ellos. Quiero conocer el mundo fuera de estos muros.

Lucas sonrió. Tenía una idea brillante.

—Podríamos mostrarte lo que hay fuera del castillo. Podríamos ir a la aldea y ver cómo vive la gente.

Yeray, sorprendida por la propuesta, miró a Rodrigo, quien aún estaba presente. Después de un momento de incertidumbre, Rodrigo asintió, librándola de la responsabilidad por un día.

—¡Sí! —exclamó Yeray, entusiasmada—. ¡Vamos a la aldea!

Así, los cuatro: Lucas, Yeray, Rodrigo y un pajarito que se les unió llamado Pip, se aventuraron fuera del castillo. El aire fresco les dio la bienvenida y los árboles del bosque lucían más hermosos que nunca. A medida que se acercaban a la aldea, Lucas les fue mostrando las maravillas de su hogar: las flores que cuidaban las abuelas, las risas de los niños jugando y el aroma del pan recién horneado que salía de las panaderías.

Cuando finalmente llegaron a la plaza del pueblo, los aldeanos los miraron con sorpresa, especialmente a la princesa. La noticia de su llegada se esparció rápidamente y, pronto, todos se reunieron alrededor de ella. Yeray, sin miedo, comenzó a hablar con todos, preguntando sobre sus vidas, escuchando sus historias y compartiendo, con cada palabra, su deseo de ayudarles.

Los aldeanos, conmovidos por su sinceridad, comenzaron a hablar de sus problemas: la falta de agua potable, la necesidad de más escuelas y la búsqueda de formas de mejorar sus tierras. Todos estaban tan absortos en la conversación que no notaron cómo la tarde se transformaba en noche.

A medida que las luces del pueblo empezaban a encenderse, Yeray se dio cuenta de que había encontrado lo que realmente le importaba: no solo era el brillo de los soles de oro, sino el brillo en los ojos de la gente al sentirse escuchados. Por primera vez, sintió la libertad de ser más que una princesa.

Ya de regreso en el castillo, Yeray se despidió de Lucas, Rodrigo y Pip. Con una gran sonrisa en su rostro, decidió que utilizaría su deseo no solo para sí misma, sino para transformar su reino en un lugar mejor.

El día del baile de cumpleaños llegó, y en el momento culminante, Yeray pidió un deseo. Mientras los quince soles de oro giraban en el aire, su deseo resonó: “Quiero un reino donde cada persona viva en felicidad y armonía”. Los soles brillaron intensamente y la magia comenzó a realizarse.

La historia de la princesa de los quince soles de oro se convirtió en una leyenda, no solo por su cumpleaños, sino por su gran corazón que, un día, decidió que los deseos hechos con amor son los que realmente cuentan. Desde entonces, el reino floreció con alegría y prosperidad, demostrando que la verdadera riqueza no se mide en oro, sino en la felicidad compartida.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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