En el reino de Solara, bajo un cielo siempre azul y un sol brillante, vivían dos princesas, Kiara y Berenice, en el majestuoso Castillo de las Nubes. Eran hermanas no solo por sangre sino también por corazón, compartiendo cada día entre risas y juegos en los vastos jardines del castillo.
Kiara, la mayor, era soñadora y amante de los libros. Su cabello rubio brillaba como el oro bajo el sol, y sus ojos azules reflejaban la profundidad de los mares de historias que devoraba día tras día. Berenice, por su parte, era enérgica y amante de la naturaleza. Sus rizos morenos y su sonrisa radiante podían iluminar el día más gris.
Un día, mientras exploraban una parte olvidada del jardín, Kiara tropezó con una losa suelta en el suelo. Al moverla, descubrieron una escalera escondida que descendía hacia la oscuridad. Con una mezcla de temor y emoción, las hermanas decidieron aventurarse en lo desconocido, llevando consigo una antorcha para iluminar su camino.
Descendieron cuidadosamente, susurros de historias antiguas envolviendo sus sentidos mientras bajaban. Al final de la escalera, encontraron una puerta de roble cubierta de enredaderas. Con un empujón conjunto, la puerta cedió, revelando un jardín secreto que el tiempo había olvidado.
El jardín secreto era un espectáculo para maravillarse. Árboles frutales, flores exóticas que brillaban bajo la luz de luciérnagas mágicas, y una fuente de agua cristalina formaban un oasis de ensueño. En el centro, un gran árbol de cerezo dominaba el paisaje, sus flores rosadas cayendo suavemente como nieve en primavera.
«Debe ser el jardín encantado de la leyenda del rey Eldor,» susurró Kiara, recordando las historias que su abuela les contaba. Según la leyenda, este jardín poseía un poder mágico que podía conceder un deseo a aquellos puros de corazón.
Las hermanas, emocionadas por la posibilidad de un deseo, decidieron que lo usarían para ayudar a su reino, que había sufrido malas cosechas ese año. Se acercaron al árbol de cerezo, uniendo sus manos y sus corazones, y pidieron juntas: «Deseamos que Solara nunca más sufra de hambre, que nuestros campos florezcan y que nuestro pueblo siempre esté feliz.»
Al pronunciar el deseo, el árbol de cerezo brilló con una luz intensa, envolviendo a las princesas en un abrazo cálido. Cuando la luz se disipó, una voz suave y melodiosa resonó en el aire, «Vuestro corazón puro ha sido escuchado, y el deseo concedido.»
Al regresar al castillo, las princesas notaron los cambios de inmediato. Los campos se veían más verdes, los árboles frutales estaban repletos y el aire tenía el dulce aroma de la prosperidad. Las hermanas compartieron el secreto del jardín encantado solo con su familia, quienes aseguraron que el lugar se mantuviera protegido y secreto, para que su magia nunca fuera mal utilizada.
Años después, Kiara y Berenice se convirtieron en reinas de Solara, gobernando con sabiduría y bondad. Solara prosperó como nunca antes, y las reinas eran amadas por su pueblo. Nunca olvidaron el día que encontraron el jardín encantado, y cada año, en el aniversario de su descubrimiento, visitaban el árbol de cerezo para dar gracias.
Así, la leyenda del jardín encantado pasó a ser una historia de esperanza y bondad, enseñando a las futuras generaciones el poder de un corazón puro y el valor inquebrantable de la hermandad.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.