Había una vez, en un reino muy, muy lejano, una hermosa princesa llamada Amaia. Su cabello era del color del oro brillante y sus ojos parecían dos luceros en la oscuridad. Amaia vivía en un castillo grandioso, rodeado de altas murallas y jardines llenos de flores de todos los colores imaginables. Sin embargo, a pesar de su belleza y riquezas, había algo que faltaba en el castillo: la luz.
Esa luz no era solo la luz del sol o de las estrellas, sino una luz especial que hacía que los corazones de todos los que habitaban el castillo se sintieran felices. Aunque el día en el castillo era brillante y hermoso, por las noches todo se volvía sombrío y triste. Los habitantes del castillo extrañaban las risas y la alegría, y Amaia sentía que debía hacer algo al respecto.
Un día, mientras caminaba por los jardines, Amaia escuchó un suave susurro que provenía de detrás de un árbol. Curiosa, se acercó y encontró a una pequeña hada. Su nombre era Lila, y tenía alas de colores brillantes que titilaban como chispas ante la luz del sol. Lila era un hada especial que se encargaba de traer la luz de la alegría a los corazones de todos.
–Hola, princesa Amaia –dijo Lila con una voz suave como una melodía–. He estado observando cómo te preocupa la tristeza en el castillo. Estoy aquí para ayudarte.
Amaia sonrió, sus ojos brillaron como estrellas. –¿Cómo puedes ayudarme, Lila? –preguntó emocionada.
–Debemos encontrar la Esfera de Luz que se perdió hace mucho tiempo. Sin ella, la alegría no puede regresar al castillo –respondió Lila, moviendo sus alas con entusiasmo.
Amaia asintió con determinación. –¡Vayamos a buscarla!
Las dos amigas se prepararon para la aventura. Lila voló alrededor de Amaia, llenando el aire de destellos de luz mientras la princesa se adentraba en el bosque. El bosque era denso y lleno de árboles altos que parecían tocar el cielo. Con cada paso que daban, podían escuchar los suaves cantos de los pájaros y el murmullo de un arroyo cercano.
Mientras exploraban, se encontraron con un pequeño conejo llamado Bosque. Era un conejito marrón con orejas largas y suaves. Bosque, curioso por las dos nuevas amigas, se acercó a ellas.
–¿Qué hacen en el bosque? –preguntó Bosque con un brillo de inquietud en sus ojos.
–Estamos buscando la Esfera de Luz para traer alegría de nuevo al castillo –explicó Amaia.
–¡Puedo ayudar! –exclamó Bosque. –Conozco todos los rincones secretos de este bosque.
Y así, Amaia, Lila y Bosque continuaron su camino juntos. A medida que avanzaban, se encontraron con un pequeño lago que reflejaba la luz del sol como un espejo. Decidieron pausar un momento y descansar.
–Mira, qué hermoso es este lugar –dijo Amaia, maravillada por la vista.
Lila revoloteó alrededor del lago, llenando el aire de destellantes motas de luz. Bosque se acercó al borde del agua y comenzó a saltar de alegría. Sin embargo, mientras saltaban, un viento fuerte sopló y un pequeño remolino de hojas comenzó a formarse en el lago.
De repente, del centro del lago, surgió un pez dorado que brillaba con una luz mágica. Era un pez muy sabio que conocía muchos secretos del bosque.
–Hola, pequeños viajeros –dijo el pez con una voz melodiosa–. Sé que buscan la Esfera de Luz. Pueden encontrarla en la cueva oscura al final del camino, pero deben tener cuidado.
–¿Por qué debemos tener cuidado? –preguntó Amaia.
–La cueva está protegida por sombras que tratan de alejar la alegría. Pero si tienen amor en sus corazones, pueden enfrentar cualquier desafío –dijo el pez antes de desaparecer bajo el agua.
Las tres amigas se miraron con determinación. Sabían que debían seguir adelante. Continuaron su camino hasta llegar a la entrada de la cueva. Era oscura y misteriosa, con sombras que danzaban en las paredes como si estuvieran vivas.
Lila, que siempre llevaba la luz dentro de ella, iluminó el camino. Amaia tomó la mano de Bosque, y juntos, entraron en la cueva. A medida que avanzaban, las sombras parecían moverse y susurrar palabras siniestras.
–¡No tengan miedo! –gritó Lila, haciendo brillar aún más su luz.
Cuando llegaron al centro de la cueva, encontraron un pedestal de piedra donde reposaba la Esfera de Luz, rodeada por sombras que giraban en torno a ella.
–Debemos tocar la esfera juntos –dijo Amaia, y tanto Lila como Bosque asintieron.
Amaia cerró los ojos y pensó en toda la alegría que quería traer al castillo. Lila se concentró en todos los momentos felices que había dado a los habitantes del reino, y Bosque recordó las carcajadas y juegos que disfrutaba con sus amigos. Juntos, extendieron sus manos hacia la esfera.
Cuando sus manos tocaron la esfera, una luz brillante y cálida estalló en el aire, disipando las sombras que los rodeaban. Las sombras comenzaron a desvanecerse y, de repente, un destello de luz llenó la cueva.
La Esfera de Luz resplandecía con un brillo radiante, y las sombras, ahora sin poder, se convirtieron en destellos de colores que danzaban al rededor de ellos. Amaia, Lila y Bosque rieron de alegría por haber superado el desafío juntos.
Tomaron la Esfera de Luz y comenzaron a salir de la cueva. Cuando llegaron al exterior, la luz del sol brillaba más intensamente que nunca. La Esfera de Luz comenzó a brillar y a llenar el aire con una chispa de alegría que hacía que todo a su alrededor se iluminara.
Regresaron al castillo y fueron recibidos por un gran susurro de la alegría. Los habitantes del castillo, que habían estado languideciendo en la oscuridad, sentían ahora una luz cálida en sus corazones. Risas y cantos llenaron los pasillos, llenando todo el castillo con una energía vibrante y feliz.
Amaia colocó la Esfera de Luz en el centro del gran salón del castillo, donde todos podían verla. Lila y Bosque se sintieron felices al ver cómo todos celebraban el regreso de la luz a sus vidas. La noche en el castillo ahora era un espectáculo de colores radiantes, y las estrellitas danzaban en el cielo como si estuvieran celebrando una fiesta.
Desde ese día, la risa y la alegría nunca abandonaron el castillo, porque la luz en el corazón de Amaia, Lila y Bosque había iluminado todo el reino. Y así, la princesa que llevó la luz al castillo convirtió su hogar en un lugar donde todos vivían felices y unidos, compartiendo momentos de alegría y amor.
Y así, niños y niñas, aprendieron que la verdadera luz se encuentra en nuestros corazones y que siempre que compartamos amor y amistad, la alegría jamás se apagará. Desde ese día, la historia de Amaia, Lila y Bosque se contó en cada rincón del reino, recordando siempre que, juntos, podían enfrentar cualquier sombra que intentara ocultar la luz de la felicidad.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.