Era una vez, en un reino lejano, una hermosa princesa llamada Samantha. Ella vivía en un castillo de altas torres y grandes jardines llenos de flores brillantes. Cada día, la princesa paseaba por esos jardines, cuidando de las plantas y hablando con las mariposas. Samantha era conocida por su bondad y su amor por los animales, siempre ayudando a los pequeños seres del bosque que la rodeaban.
Un día, mientras exploraba una parte del jardín que nunca antes había visto, encontró un pequeño arroyo. El agua era clara y brillante, y en él nadaban unos peces de colores que saltaban felices. De pronto, escuchó un rugido lejano. La princesa, intrigada pero un poco asustada, decidió seguir el sonido. Caminó hacia el origen del rugido y, después de un pequeño paseo, llegó a la entrada de una cueva oscura y humeante.
Al acercarse, Samantha vio que un dragón gigantesco, con escamas de un verde brillante y ojos amarillos que brillaban como el oro, estaba allí. El dragón parecía triste, no feroz. Se acurrucaba en una esquina de la cueva, y su respiración emanaba humo. A pesar de su apariencia aterradora, a Samantha le entró un impulso de ayudarlo.
«Hola, dragón. ¿Por qué estás aquí solo?», preguntó la princesa, con una voz suave y cariñosa.
El dragón levantó la cabeza, sorprendido. «Nadie se atreve a acercarse a mí. Me dicen que soy peligroso, pero en realidad, estoy solo y triste. Una maldición me ha hecho vivir aquí, lejos de todos», dijo el dragón con un suspiro profundo.
La princesa, sintiéndose triste por el dragón, decidió que debía ayudarlo. «¿Qué tipo de maldición?», le preguntó con curiosidad.
«Soy un dragón guardián de este reino. Pero, hace mucho tiempo, un hechicero me maldijo y ahora no puedo salir de esta cueva hasta que un corazón valiente y puro me ayude a deshacer el hechizo», explicó el dragón.
Samantha se sintió motivada. «¡Yo te ayudaré! Pero necesitaré la ayuda de alguien valiente, como un príncipe», dijo la princesa con determinación. En ese preciso momento, recordó a Príncipe Eduardo, un joven noble que vivía en un reino cercano. Era conocido por su valentía y su buen corazón.
La princesa salió corriendo hacia el castillo, donde sabía que Eduardo podría estar. Cuando llegó, lo encontró entrenando con su espada en el campo. «¡Eduardo!», gritó. El príncipe la miró y dejó de entrenar, corriendo hacia ella.
«¿Qué sucede, princesa Samantha?», preguntó con preocupación.
«He encontrado a un dragón en una cueva, y parece estar bajo una maldición. Necesitamos ayudarte para liberarlo», explicó Samantha.
«Un dragón, dices. ¡Eso suena muy emocionante! Vamos a salvarlo», exclamó Eduardo con una gran sonrisa. Juntos, se dirigieron a la cueva, donde el dragón los estaba esperando.
Cuando llegaron, el dragón los miró con sorpresa. «¿Has traído a un valiente príncipe para ayudarme?», preguntó con una mezcla de miedo y esperanza.
«Sí, su nombre es Eduardo. Juntos, encontraremos la manera de romper la maldición», respondió la princesa con confianza.
Eduardo, tomando aire profundo, se acercó al dragón. «¿Qué tenemos que hacer para liberarte?», preguntó.
El dragón los miró y dijo: «Para romper la maldición, deben enfrentarse al hechicero que la lanzó. Él vive en la cima de la montaña más alta, y deben demostrarle su valentía y bondad.»
Sin pensarlo dos veces, Samantha y Eduardo comenzaron la travesía a la montaña. Subieron por senderos empinados y atravesaron bosques densos. En el camino, ayudaron a varios animales en apuros. Un pájaro atrapado en un arbusto, un ciervo que había torcido su pata y una tortuga que no podía avanzar. Por cada acto de bondad, el corazón de Eduardo y Samantha se llenaba de fuerza.
Finalmente, llegaron a la cumbre, donde encontraron la torre del hechicero. Era un lugar sombrío y lleno de sombras. Al entrar, se encontraron con un anciano de aspecto extraño, con una larga barba blanca que parecía flotar como si estuviera vivo.
«¿Qué hacen aquí, jóvenes?», preguntó el hechicero, con un tono que podía helar la sangre.
«Hemos venido a liberar al dragón que vive en la cueva», dijo Eduardo con valor. «Queremos romper la maldición que lo atrapa».
El hechicero, con una sonrisa burlona, respondió: «¿Por qué debería preocuparme por la suerte de un dragón? Ese ser debería ser temido y no querido».
Samantha dio un paso adelante. «No todo el mundo debe ser juzgado por su apariencia. El dragón solo quiere ser libre y ha sido maldecido. Además, hemos mostrado nuestra valentía y bondad al ayudar a otros en el camino. Te pido que reconsideres».
El hechicero, sorprendido por las palabras de la princesa, comenzó a pensar en sus propias acciones. «Tal vez he estado equivocado. El valor no solo se mide en batallas, sino en actos de bondad y compasión», murmuró.
«Si me muestras tu valor en el corazón, puedo liberar al dragón», dijo finalmente el hechicero. Y así, Eduardo y Samantha, juntos, demostraron su nobleza de corazón mientras narraban sus aventuras, cómo habían ayudado a muchos en su camino.
Impresionado por su historia, el hechicero finalmente levantó su varita y, con un gesto mágico, rompió la maldición sobre el dragón. Un destello de luz iluminó el lugar.
Al instante, el dragón apareció en la entrada de la torre, libre por fin. «¡Lo lograron!», exclamó, lleno de alegría. «Ahora puedo volver a volar y ser el guardián del reino que una vez fui».
Todos celebraron juntos: el dragón, Eduardo y Samantha. El dragón, agradecido, juró proteger a la princesa y al príncipe en su reino. Desde ese día, el dragón se convirtió en un gran amigo de los dos, y juntos vivieron muchas más aventuras.
Así, Samantha y Eduardo aprendieron que la verdadera valentía y nobleza no solo reside en la fuerza, sino también en la compasión hacia los demás. Y vivieron felices, llenando el reino de amor y amistad, y haciendo del mundo un lugar mejor para todos. Con el tiempo, el dragón nunca olvidó la bondad de los dos jóvenes, y juntos, cuidaron del reino por siempre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.