Había una vez, en un lugar muy, muy bonito, una princesita llamada Martha. Martha tenía tres años y era una niña muy especial. Su cabello era rizado y suave, y sus ojos brillaban como las estrellas. Martha vivía en un castillo muy acogedor con su mamá, Norma, y su nuevo papá, Alexis.
Martha era una niña tímida. Le gustaba mucho jugar con sus juguetes en su cuarto, pero a veces se sentía un poco nerviosa cuando había mucha gente. A Martha le gustaba tomarse su tiempo para conocer a las personas. No le gustaban mucho los abrazos ni los apapachos, pero disfrutaba de estar con su familia y sentirse querida.
Antes de que Martha naciera, su mamá, Norma, esperaba con muchas ganas la llegada de su pequeña. Pero su papá biológico no estuvo presente, y eso hizo que mamá Norma se sintiera un poco triste. Sin embargo, cuando Martha nació, trajo tanta alegría que su mamá se sintió muy feliz de tenerla en su vida.
Con el tiempo, mamá Norma conoció a Alexis. Alexis era un hombre amable y cariñoso, que rápidamente se encariñó con Martha. Aunque solo llevaban tres meses viviendo juntos, Alexis ya se había convertido en una figura muy importante en la vida de Martha. A él le gustaba leerle cuentos, jugar con ella y ayudarla a sentirse segura y feliz.
Martha tenía un hermano mayor, llamado David, que vivía en otro lugar por sus estudios. David y Martha se llevaban muy bien. Se querían mucho y a Martha le encantaba cuando David la llamaba por teléfono. Aunque no podían estar juntos todo el tiempo, las llamadas de David siempre alegraban el día de Martha.
Un día, mientras mamá Norma cocinaba en la cocina, Alexis decidió leerle un cuento a Martha. Se sentaron juntos en el sillón, y Martha, con su peluche favorito en las manos, escuchaba atentamente. Alexis le leía sobre una princesa valiente que viajaba por el mundo, descubriendo lugares mágicos y haciendo nuevos amigos. Aunque Martha era tímida, escuchaba con mucha atención, sintiendo cómo el cariño de Alexis la envolvía como un cálido abrazo.
A Martha le gustaba mucho comer cosas ricas como manzanas, bananas, papas, pollo, canguil y yogurt. A veces, mamá Norma preparaba una gran fiesta de meriendas, donde Martha podía disfrutar de todas sus comidas favoritas. Y aunque no le gustaban mucho los abrazos, siempre sonreía cuando veía a su mamá y Alexis felices.
Martha también disfrutaba mucho de jugar con sus juguetes, especialmente con sus bloques de construcción. Le gustaba construir torres altas y luego derribarlas con una risita. Alexis a menudo se unía a ella, ayudándola a construir castillos imaginarios donde vivían todas las princesas que leía en los cuentos.
A medida que pasaban los días, Martha se fue sintiendo más y más cómoda con Alexis. Aunque al principio le costó acostumbrarse a tener a alguien nuevo en su vida, pronto se dio cuenta de que Alexis la quería mucho y que siempre estaría ahí para cuidarla y protegerla.
Un día, mientras jugaban en el jardín, Martha miró a Alexis con sus grandes ojos brillantes y le dijo: «¿Puedo llamarte papá?» Alexis se emocionó mucho y, con una sonrisa, le respondió: «Claro que sí, princesa.» Desde ese día, Martha empezó a llamarlo papá, y eso hizo que su conexión fuera aún más especial.
Martha seguía siendo tímida, pero poco a poco, con la ayuda de su mamá y de Alexis, comenzó a sentirse más segura de sí misma. Aprendió que, aunque era diferente a los demás, tenía un corazón lleno de amor y que su familia siempre estaría allí para apoyarla.
Con el tiempo, Martha y su familia vivieron muchas aventuras juntas. Viajaron a lugares nuevos, conocieron a personas maravillosas y, lo más importante, crearon recuerdos inolvidables. Martha creció rodeada de amor y comprensión, sabiendo que, aunque el mundo a veces puede ser un lugar grande y asustadizo, siempre tendría a su mamá, a su papá Alexis, y a su hermano David en su corazón.
Y así, en su castillo acogedor, la pequeña princesita Martha vivió feliz, rodeada del amor de su familia, explorando el mundo a su propio ritmo, y aprendiendo que el amor verdadero no siempre se trata de abrazos y apapachos, sino de estar allí el uno para el otro, en las buenas y en las malas.
A medida que Martha crecía, su curiosidad por el mundo que la rodeaba también crecía. Aunque era una niña tímida y reservada, su mente estaba llena de preguntas y deseos de aprender. Su mamá, Norma, y su papá Alexis, siempre la animaban a explorar, a descubrir nuevas cosas y a seguir sus propios intereses.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.