En un reino muy lejano, rodeado de verdes prados y montañas altas, vivía una pequeña princesa llamada Laia. Laia tenía solo cuatro años, pero ya era conocida en todo el reino por su valentía y su alegría contagiosa. Tenía el cabello corto y rizado de color marrón, y siempre llevaba una brillante corona sobre su cabeza. Su vestido rosa siempre brillaba como el sol, y a donde quiera que iba, su risa llenaba el aire de felicidad.
A Laia le encantaba jugar en los jardines del castillo, correr entre las flores y perseguir mariposas de colores. Pero, a pesar de su corta edad, también era muy valiente y siempre estaba lista para enfrentar cualquier desafío que se presentara. Un día, mientras jugaba en el jardín, escuchó un fuerte rugido que hizo temblar la tierra bajo sus pies. Miró hacia el cielo y vio una columna de humo negro que se alzaba desde el bosque cercano.
Laia corrió hacia el castillo para avisar a sus padres, pero antes de que pudiera llegar, apareció un mensajero muy agitado. «Princesa Laia, una malvada bruja ha enviado a su dragón para destruir el castillo y apoderarse de él», dijo con urgencia.
Sin pensarlo dos veces, Laia tomó su espada, que había recibido como regalo de cumpleaños, y se dirigió al bosque. Aunque sus padres estaban preocupados, sabían que Laia tenía un corazón valiente y confiaban en que encontraría una solución.
Al llegar al bosque, Laia se encontró con la bruja malvada. Era una figura oscura y temible, con ojos que brillaban con maldad y una risa escalofriante. A su lado, el gran dragón escupía fuego, iluminando el cielo con llamas rojas y naranjas.
«¿Qué haces aquí, pequeña princesa?», se burló la bruja. «Este castillo será mío y tú no puedes hacer nada para detenerme».
Pero Laia no se dejó intimidar. «Este es mi hogar y no permitiré que lo destruyas», dijo con firmeza. Levantó su espada y se preparó para enfrentarse al dragón.
El dragón rugió y lanzó una gran llamarada hacia Laia. Pero ella, con un rápido movimiento, esquivó el fuego y corrió hacia el dragón. Con un golpe preciso de su espada, golpeó una de las patas del dragón, haciéndolo tambalearse.
La bruja, furiosa, lanzó un hechizo hacia Laia, pero la pequeña princesa se movió rápidamente y evitó ser alcanzada. Con un salto ágil, llegó hasta la bruja y con un valiente golpe de su espada, rompió el bastón mágico que la bruja sostenía.
Sin su bastón, la bruja perdió gran parte de su poder. El dragón, al ver que la bruja estaba debilitada, dejó de luchar y se retiró al bosque, desapareciendo entre los árboles.
Laia miró a la bruja y dijo: «Este castillo y este reino son lugares de paz y felicidad. No permitiré que los destruyas con tu maldad». Con esas palabras, la bruja desapareció en una nube de humo, derrotada y sin poder para regresar.
Laia regresó al castillo donde fue recibida con gran celebración. Sus padres, orgullosos, la abrazaron y agradecieron su valentía. Los habitantes del reino vinieron de todas partes para felicitar a la pequeña princesa y agradecerle por salvarlos.
Desde ese día, Laia continuó siendo una princesa alegre y valiente. El reino volvió a ser un lugar de paz y felicidad, y Laia disfrutaba cada día jugando con sus amigos y su familia en los hermosos jardines del castillo.
Y así, la pequeña princesa Laia vivió feliz para siempre, siempre lista para proteger a su reino y a su gente con su corazón valiente y su espíritu alegre.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.