Cuentos de Superhéroes

Al tacto de milagros en una ciudad ruidosa

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 4 minutos

Español

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En una ciudad ruidosa donde los coches pasaban pitando y las luces brillaban con intensidad, vivían dos amigos inseparables: Alejandro y Nicolás. Desde pequeños, siempre habían tenido un sueño: convertirse en superhéroes y ayudar a la gente en su comunidad. Pasaban horas imaginando historias en las que combatían el crimen y salvaban a los indefensos. A menudo se ponían capas improvisadas hechas de sábanas viejas y salían a «patrullar» su barrio en busca de aventuras.

Un día, mientras jugaban en el parque, escucharon un murmullo entre los arbustos. Intrigados, se acercaron y descubrieron una pequeña criatura que parecía herida. Era una ardilla pequeña con una patita atrapada en una trampa. Los ojos de Alejandro se iluminaron con la idea de que, aunque no fueran superhéroes de verdad, podrían ayudar a esta criatura que claramente estaba en apuros.

—¡Nicolás, tenemos que ayudarla! —exclamó Alejandro, su corazón latiendo rápidamente ante la emoción de poder realizar una buena acción.

—Tienes razón, Alejandro. Vamos a liberar a la ardilla —respondió Nicolás, sintiéndose un poco nervioso pero decidido.

Con mucho cuidado, se acercaron a la ardilla y, usando unas piedras para hacer palanca, lograron liberar su patita. La ardilla, agradecida y temblando, los miró con unos ojos grandes que parecían brillar con gratitud antes de desaparecer entre los árboles.

—¡Lo hicimos! —gritó Alejandro, saltando de alegría—. ¡Ayudamos a un animalito! Casi podemos considerarnos superhéroes.

Nicolás rió y asintió, sintiéndose orgulloso de la hazaña. Esa noche, mientras se preparaban para dormir, Alejandro tuvo una idea brillante.

—Nicolás, si realmente queremos ser superhéroes, tenemos que tener superpoderes. ¿Qué tal si hacemos un experimento? —sugirió.

—¿Cómo se supone que vamos a conseguir superpoderes? —preguntó Nicolás, algo escéptico.

—Hay un viejo cuento que dice que si encuentras las piedras mágicas del Viejo Roble, podrás obtener poderes. Dicen que están escondidas en el bosque, detrás de la colina —dijo Alejandro, con los ojos brillando de emoción.

Nicolás lo miró, aún dudando de que eso fuera posible, pero la idea de ser un verdadero superhéroe era muy tentadora.

—Está bien, ¡vamos a buscar esas piedras! —decidió finalmente.

Así que al día siguiente, equipados con mochilas llenas de bocados y una linterna, se adentraron en el bosque. El lugar estaba lleno de árboles altos y cantos de aves. Después de caminar un rato, dieron con el Viejo Roble, un árbol grande y retorcido que parecía haber vivido durante siglos.

—Cuando lleguemos a las piedras, seguramente nuestro poder nos permitirá ayudar aún más a la gente —dijo Alejandro, con entusiasmo—. ¡Vamos a buscar!

Ambos comenzaron a buscar a su alrededor, levantando hojas y peñascos. De repente, Nicolás gritó emocionado.

—¡Mira, Alejandro! ¡He encontrado algo!

Al acercarse, encontraron un pequeño saco de cuero. Al abrirlo, vieron tres piedras brillantes que destellaban con luz. Cada una de ellas tenía un color diferente: una era roja como fuego, otra azul como el océano y la tercera verde como los árboles.

—¡Las piedras mágicas! —gritaron al unísono, llenos de alegría.

Los amigos se miraron, preguntándose qué harían con ellas. Sin pensarlo dos veces, decidieron cada uno tomar una piedra. Alejandro eligió la roja, mientras que Nicolás se quedó con la azul. La verde fue a parar a las manos de un nuevo amigo que los había estado observando desde un arbusto.

Se trataba de Emma, una niña de su barrio que siempre había querido unirse a sus aventuras.

—¡Hola! Yo vi todo y también quiero ser parte de esto. ¿Puedo tener la piedra verde? —preguntó Emma, con ojos brillantes.

Alejandro y Nicolás se miraron. La idea de unirse a una nueva amiga los emocionaba.

—¡Claro que sí! —dijo Alejandro—. Cuantos más seamos, mejor.

Entonces, los tres amigos se sentaron en un círculo alrededor del Viejo Roble y, en un acto de unión, tocaron sus piedras al mismo tiempo.

En ese instante, una brillante luz les envolvió. Sintieron una energía recorriendo sus cuerpos y, de repente, cada uno se dio cuenta de que tenía algo especial. Alejandro podía controlar el fuego, Nicolás podía manipular el agua y Emma descubrió que podía comunicarse con los animales.

—¡Increíble! —exclamó Nicolás—. Ahora de verdad somos superhéroes.

Tras un momento de asombro, se pusieron a prueba, intentando controlar sus poderes. Alejandro practicó con pequeñas llamas, mientras que Nicolás hacía que el agua brotara de una charca cercana. Emma, por su parte, se comunicó con un grupo de pájaros, preguntándoles cómo podían ayudar a su ciudad.

Después de horas practicando, decidieron que ya era hora de actuar. Tenían que poner sus poderes a disposición de la comunidad. Así que se dirigieron al centro de la ciudad, donde había más ruido y más gente.

El primer lugar que visitaron fue la plaza principal, y allí vieron algo extraño. Un grupo de personas se había reunido alrededor de un edificio que estaba en llamas. La situación era alarmante.

—¡No! ¡Debemos ayudar! —gritó Alejandro, que sentía como si su corazón se apretaba al ver el fuego devorar la estructura.

—Yo puedo controlar el fuego. ¡Déjame hacerlo! —se ofreció Alejandro, decidido a usar su poder por primera vez en una situación real.

Nicolás, recordando su habilidad, exclamó:

—¡Espera! ¿Y si el fuego se vuelve más fuerte? Tal vez yo pueda usar agua para ayudarte.

Emma miró a su alrededor y vio a varios gatos atrapados en el edificio.

—¡Yo puedo llamar a los animales para que nos ayuden a guiar a la gente y rescatarlos!

Con el plan en marcha, Alejandro respiró hondo y se acercó al fuego. Concentrándose, comenzó a hacer pequeñas llamas que le rodeaban desaparecer, dando instrucciones a Nicolás para que lo ayudara a crear un camino seguro para evacuar a las personas atrapadas.

Nicolás hizo que brotaran corrientes de agua, creando una barrera entre el fuego y la multitud, mientras que la gente empezaba a salir asustada. Con la ayuda de Emma, que se comunicaba con un grupo de gatos atrapados, logró guiar a un pequeño felino hacia la salida, mientras los otros animalitos también la seguían.

Después de unos minutos de trabajo en equipo, Alejandro logró controlar el fuego y, con la ayuda de Nicolás, lo extinguieron por completo. La multitud aplaudió y vitoreó mientras los tres amigos intercambiaron miradas satisfechas. Habían logrado su primera gran hazaña como superhéroes.

A partir de ese día, Alejandro, Nicolás y Emma se convirtieron en los defensores de su ciudad. Ayudaron a los animales perdidos, apagaron incendios y hasta ayudaron a construir refugios para quienes lo necesitaban. Cada aventura los seguía uniendo más, y siempre estaban en busca de nuevas formas de servir a su comunidad, recordando que el verdadero poder de un héroe no sólo estaba en sus habilidades, sino en su bondad y su deseo de ayudar a los demás.

Con el tiempo, se dieron cuenta de que aunque podían tener poderes extraordinarios, lo que realmente importaba era la amistad y la confianza que habían cultivado juntos. Cada vez que alguien necesitaba ayuda, allí estaban ellos, listos para responder al llamado, no solo como superhéroes, sino como un equipo que se apoyaba mutuamente.

Y así, en una ciudad ruidosa llena de desafíos, tres valientes amigos aprendieron que todos podemos ser héroes en la vida de alguien más, siempre que tengamos el corazón dispuesto a ayudar.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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