En un colorido y alegre pueblo llamado Cotorredondo, donde las nubes eran de algodón y las casas estaban pintadas de todos los colores que uno pudiera imaginar, vivía una familia muy especial. Esta familia estaba compuesta por cuatro miembros: Silvia, una mamá cariñosa y muy creativa; Pedro, un papá amoroso que siempre tenía una sonrisa; Oliver, el hijo mayor que amaba las aventuras; y Enzo, el pequeño de la casa que soñaba con ser un gran superhéroe.
Un día soleado, la familia decidió organizar una búsqueda del tesoro en su jardín. Silvia había preparado unas pistas misteriosas que llevarían a un tesoro escondido. Oliver estaba muy emocionado, mientras que Enzo apenas podía contener su alegría. “¡Este será el mejor día de nuestras vidas!” exclamó, dando vueltas en el césped.
Con un mapa hecho a mano por Silvia, la primera pista decía: «Para encontrar el oro brillante, busca donde el viento susurra entre las flores.» Pedro, que era experto en resolver acertijos, condujo a la familia hacia un hermoso rincón del jardín lleno de flores de colores. Allí, entre las mariposas que danzaban y el suave murmullo del viento, encontraron una caja decorada con dibujos de superhéroes. ¡Era la primera pista del tesoro!
“¡Mira, Enzo! Creo que esta caja pertenece a un superhéroe,” dijo Oliver. Enzo, con los ojos bien abiertos, preguntó: “¿Cuál es su poder?” Pedro sonrió y se agachó para abrir la caja. Dentro había una segunda pista que decía: “Donde los pájaros siempre cantan, y el sol brilla más radiante, encontrarás algo que brilla y reluce en el gigante.”
“Creo que debemos ir al gran árbol,” sugirió Silvia. Todos asintieron entusiasmados. Al llegar al árbol gigante del jardín, que era más alto que cualquier casa en Cotorredondo, comenzaron a buscar alrededor. Y allí, a los pies del árbol, encontraron una hermosa piedra brillante que resplandecía.
“¡Volvió a ser un día increíble!” exclamó Enzo. Sin embargo, Oliver se dio cuenta de que la piedra no era solo un objeto hermoso; brillaba de una forma mágica. Cuando Enzo tocó la piedra, sucedió algo asombroso. De repente, una nube de polvo dorado envolvió el lugar y, en un instante, los cuatro se vieron rodeados de luces brillantes.
Cuando la luz se desvaneció, se encontraron en un lugar muy diferente: era un mundo lleno de colores aún más vibrantes y criaturas asombrosas. Con gran asombro, miraron a su alrededor y vieron a un pequeño duende que volaba frente a ellos. Tenía unas alas brillantes y una sonrisa traviesa.
“¡Hola, aventureros!” dijo el duende. “Soy LimiLuz, el guardián de la magia de este mundo. Ustedes han liberado la magia al tocar la piedra. ¡Ahora están invitados a vivir una gran aventura como superhéroes!”
“Aventuras de superhéroes, ¡sí!” gritaron todos emocionados. LimiLuz les explicó que en su mundo había un problema: un dragón travieso llamado Fumitoso siempre estaba robando la creatividad de los habitantes, dejando todo muy gris y triste.
“Si ustedes pueden ayudarme a detenerlo y devolver la alegría y los colores, entonces podrán convertirse en superhéroes de verdad,” les explicó LimiLuz. Enzo miró a sus padres con admiración. “¡Vamos a hacerlo!” dijo con entusiasmo. Pedro y Silvia asintieron, y juntos hicieron un plan.
Primero, necesitarían encontrar a Fumitoso. “Dijo LimiLuz que le gusta esconderse en la cueva del eco,” recordó Oliver. Así que, siguiendo a LimiLuz, se dirigieron hacia una montaña que se alzaba en el horizonte. Mientras caminaban, Enzo empezó a sentir una ligera inseguridad. “¿Y si el dragón es muy grande?” preguntó tímidamente.
“Eso no importa, Enzo,” dijo Silvia. “Lo importante es que estamos juntos. Cada uno tenemos algo especial que aportar.” Pedro añadió: “Y además, si el dragón nos ve, le demostraremos que somos más valientes de lo que pensamos.”
Al llegar a la entrada de la cueva, se percataron de que la oscuridad cubría el lugar como una manta oscura. Pero, con valentía, decidieron entrar. Su luz iluminaba el camino y, tras caminar un rato, escucharon los ecos de un rugido lejano. “¿Es Fumitoso?” preguntó Enzo. “Sí, pero no tenemos que tener miedo,” respondió Oliver. “¡Tenemos que ser audaces!”
Mientras se adentraban más en la cueva, finalmente vieron al dragón. Era un dragón grande, de escamas grises y ojos, que reflejaban soledad. “¿Quiénes son ustedes?” preguntó Fumitoso con voz profunda. Silvia fue la primera en hablar. “¡Hola! Somos Silvia, Pedro, Oliver y Enzo. Venimos a… a ayudarte,” dijo con sinceridad.
“¿A ayudarme?” preguntó Fumitoso, que parecía sorprendido. “Pero todo lo que hago es robar la creatividad. No soy un buen dragón.” Todos los integrantes de la familia se miraron entre sí. “Tal vez, tú solo te sientes solo, Fumitoso,” sugirió Oliver.
“Sí,” continuó Enzo, acercándose. “Quizás si te mostramos lo divertido que puede ser ser creativo y colorido, no necesitarás robar más.” Fumitoso miraba cautivado por la idea. “¿De verdad creen que puedo ser divertido?”
La familia asintió. “¡Claro que sí! ¿Qué tal si hacemos un dibujo juntos?” propuso Silvia. “Yo puedo usar mi lápiz mágico,” dijo Enzo con alegría. Fumitoso abrió sus enormes alas, un poco escéptico. “Nunca he dibujado antes, pero puedo intentarlo.”
Así, mientras el dragón seguía con curiosidad, comenzaron a dibujar en las paredes de la cueva. Cada trazo que hacían llenaba el lugar de colores vibrantes, y poco a poco, Fumitoso fue sintiendo que la tristeza se desvanecía. Después de un rato, el dragón comenzó a soltarse, y con su gran cola, hizo su propio dibujo, creando un hermoso arcoíris que iluminó la cueva.
“¡Miren! ¡Ya no es gris!” gritó Enzo con felicidad. Fumitoso sonrió por primera vez. “¡Esto es increíble! Nunca había sentido esta alegría,” dijo el dragón. Entonces, la familia le explicó que la creatividad venía de compartir momentos juntos y de permitir que los sueños volaran libres.
Y así, Fumitoso, ahora lleno de color y alegría, prometió nunca más robar la creatividad de nadie. “En lugar de eso, quiero ayudarles a ustedes,” dijo el dragón emocionado. “Puedo volar tan alto y lejos que ayudaré a que todos en mi mundo tengan color y magia.”
Antes de regresar a su hogar, Pedo, Silvia, Oliver y Enzo se despidieron de LimiLuz y del dragón, quienes ahora eran amigos. Con un abrazo y un fuerte agradecimiento, la familia fue nuevamente envuelta en el polvo dorado de la piedra. Gracias a su valentía y creatividad, lograron no solo ayudar a Fumitoso, sino también a descubrir lo que significaba ser un verdadero superhéroe.
Cuando llegaron a Cotorredondo, todo parecía igual, pero dentro de ellos, las emociones estaban llenas de colores. Habían aprendido que ayudar a los demás y compartir su creatividad los hacía sentir felices. Ahora tenían un nuevo amigo en un mundo mágico al que podían visitar siempre que quisieran.
Desde entonces, Enzo siempre decía: “No necesito una capa para ser un superhéroe, solo necesito corazones bondadosos.” La familia continuó sus aventuras, pero cada vez que jugaban en el jardín, supieron que la verdadera magia estaba en compartir, creer y amar lo que hacían juntos.
Así, en el colorido pueblo de Cotorredondo, las personas sonreían más, y cada rincón brillaba con la alegría de la familia de Enzo, Silvia, Pedro y Oliver. Y Fumitoso, el dragón creativo, volaba alto en el cielo, siendo el mejor superhéroe que Cotorredondo jamás había conocido. Juntos, cumpliendo sueños, compartiendo risas y creando un mundo donde la creatividad y la amistad siempre brillaban. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.