Cuentos de Terror

El Bosque del Olvido

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Siempre me gustaron las aventuras, pero nunca imaginé que la excursión que Miguel y yo empezamos una fresca mañana de otoño se convertiría en la más aterradora de nuestras vidas. A veces, la curiosidad puede llevarnos por caminos oscuros, y el Bosque del Olvido fue uno de ellos.

Era un día perfecto para explorar; el cielo estaba claro y el sol brillaba con fuerza, dándonos el valor necesario para adentrarnos en un lugar del que pocos hablaban y del que, sin saber, menos regresaban. Miguel, con su eterna sed de aventura, había oído rumores de un antiguo bosque donde los árboles susurraban secretos del pasado y donde el tiempo parecía detenerse.

«No podemos perdernos esto, ¿verdad?» me había dicho Miguel con una sonrisa emocionada mientras nos dirigíamos hacia aquel lugar desconocido.

Lo que encontramos al principio fue un bosque común, con pájaros cantando y el crujir de hojas secas bajo nuestros pies. Pero a medida que avanzábamos, el ambiente comenzaba a cambiar. El aire se volvía más frío, los árboles más retorcidos y la luz del sol apenas se filtraba a través de la espesa copa de los árboles.

Fue entonces cuando las cosas empezaron a ponerse extrañas. Miguel comenzó a comportarse de manera diferente, mirando fijamente hacia lugares donde solo había sombras y murmurando cosas que no lograba entender. Cada vez que le preguntaba si se sentía bien, él solo asentía y forzaba una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

«Estos árboles… me hablan,» murmuró una tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse y la idea de pasar la noche en ese lugar me llenaba de terror.

Intenté convencerlo de volver, pero él se resistía, alegando que algo importante nos esperaba más adelante. Esa noche, bajo la escasa luz de nuestra fogata, vi por primera vez el miedo verdadero en sus ojos. Pero no era miedo a estar perdidos, ni a la oscuridad del bosque; era miedo a algo que él veía y yo no.

Los días siguientes fueron una tortura. Miguel ya no dormía, y sus episodios de paranoia se volvían más frecuentes. Hablaba con figuras que no estaban allí, reía sin razón y a veces gritaba en medio de la noche, despertando ecos que se perdían entre los árboles antiguos.

La situación alcanzó su punto crítico cuando una mañana, en un arranque de locura, Miguel me atacó. Con la fuerza del pánico, logré escapar y lo encerré en una vieja cabaña que encontramos abandonada. Su grito de furia fue lo último que escuché antes de huir del bosque.

Dos años después, el recuerdo de esos días aún me atormenta. Decidí volver para ver si Miguel estaba bien, para liberarlo, si es que el tiempo y la soledad no habían sido peores que su locura. Pero al llegar, encontré la cabaña vacía, con la puerta desgarrada y huellas que se perdían en lo profundo del bosque.

Miguel había escapado, o algo lo había liberado. El Bosque del Olvido nunca olvida, y ahora sé que guarda un secreto más oscuro que la locura de un amigo. Un secreto que me llama, susurra mi nombre con el viento entre los árboles retorcidos, invitándome a adentrarme una vez más en sus sombras.

Quizás esta vez, encuentre las respuestas que busco… o quizás, como Miguel, me pierda en el susurro de los árboles.

Con el corazón latiendo fuerte y el miedo nublando mi mente, regresé al bosque. No podía dejar a Miguel, no sin descubrir qué fue lo que realmente sucedió. A medida que me adentraba en las entrañas del Bosque del Olvido, las sombras parecían moverse, danzando entre los árboles como si fueran seres vivos, observándome, susurrando.

El cambio en el bosque desde mi última visita era palpable. Los árboles estaban más densos, los sonidos más agudos, y el aire cargado con un olor a tierra mojada y algo más, algo dulzón que no podía identificar. Cada paso me costaba más que el anterior, no solo físicamente, sino emocionalmente. La idea de encontrar a Miguel en un estado peor de lo que lo había dejado me aterrorizaba, pero la necesidad de saberlo seguro me impulsaba hacia adelante.

Después de horas de caminata, llegué a la cabaña donde había encerrado a Miguel. La puerta estaba desgarrada, las maderas rotas y esparcidas por el suelo como testigos mudos de una lucha desesperada o una fuga frenética. Dentro de la cabaña, todo estaba en desorden, y un olor fétido y penetrante llenaba el aire. Busqué algún indicio de Miguel, alguna nota, algo que me pudiera decir qué camino había tomado después de escapar, pero no había nada. Solo el vacío y el silencio.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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