Siempre me gustaron las aventuras, pero nunca imaginé que la excursión que Miguel y yo empezamos una fresca mañana de otoño se convertiría en la más aterradora de nuestras vidas. A veces, la curiosidad puede llevarnos por caminos oscuros, y el Bosque del Olvido fue uno de ellos.
Era un día perfecto para explorar; el cielo estaba claro y el sol brillaba con fuerza, dándonos el valor necesario para adentrarnos en un lugar del que pocos hablaban y del que, sin saber, menos regresaban. Miguel, con su eterna sed de aventura, había oído rumores de un antiguo bosque donde los árboles susurraban secretos del pasado y donde el tiempo parecía detenerse.
«No podemos perdernos esto, ¿verdad?» me había dicho Miguel con una sonrisa emocionada mientras nos dirigíamos hacia aquel lugar desconocido.
Lo que encontramos al principio fue un bosque común, con pájaros cantando y el crujir de hojas secas bajo nuestros pies. Pero a medida que avanzábamos, el ambiente comenzaba a cambiar. El aire se volvía más frío, los árboles más retorcidos y la luz del sol apenas se filtraba a través de la espesa copa de los árboles.
Fue entonces cuando las cosas empezaron a ponerse extrañas. Miguel comenzó a comportarse de manera diferente, mirando fijamente hacia lugares donde solo había sombras y murmurando cosas que no lograba entender. Cada vez que le preguntaba si se sentía bien, él solo asentía y forzaba una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
«Estos árboles… me hablan,» murmuró una tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse y la idea de pasar la noche en ese lugar me llenaba de terror.
Intenté convencerlo de volver, pero él se resistía, alegando que algo importante nos esperaba más adelante. Esa noche, bajo la escasa luz de nuestra fogata, vi por primera vez el miedo verdadero en sus ojos. Pero no era miedo a estar perdidos, ni a la oscuridad del bosque; era miedo a algo que él veía y yo no.
Los días siguientes fueron una tortura. Miguel ya no dormía, y sus episodios de paranoia se volvían más frecuentes. Hablaba con figuras que no estaban allí, reía sin razón y a veces gritaba en medio de la noche, despertando ecos que se perdían entre los árboles antiguos.
La situación alcanzó su punto crítico cuando una mañana, en un arranque de locura, Miguel me atacó. Con la fuerza del pánico, logré escapar y lo encerré en una vieja cabaña que encontramos abandonada. Su grito de furia fue lo último que escuché antes de huir del bosque.
Dos años después, el recuerdo de esos días aún me atormenta. Decidí volver para ver si Miguel estaba bien, para liberarlo, si es que el tiempo y la soledad no habían sido peores que su locura. Pero al llegar, encontré la cabaña vacía, con la puerta desgarrada y huellas que se perdían en lo profundo del bosque.
Miguel había escapado, o algo lo había liberado. El Bosque del Olvido nunca olvida, y ahora sé que guarda un secreto más oscuro que la locura de un amigo. Un secreto que me llama, susurra mi nombre con el viento entre los árboles retorcidos, invitándome a adentrarme una vez más en sus sombras.
Quizás esta vez, encuentre las respuestas que busco… o quizás, como Miguel, me pierda en el susurro de los árboles.
Con el corazón latiendo fuerte y el miedo nublando mi mente, regresé al bosque. No podía dejar a Miguel, no sin descubrir qué fue lo que realmente sucedió. A medida que me adentraba en las entrañas del Bosque del Olvido, las sombras parecían moverse, danzando entre los árboles como si fueran seres vivos, observándome, susurrando.
El cambio en el bosque desde mi última visita era palpable. Los árboles estaban más densos, los sonidos más agudos, y el aire cargado con un olor a tierra mojada y algo más, algo dulzón que no podía identificar. Cada paso me costaba más que el anterior, no solo físicamente, sino emocionalmente. La idea de encontrar a Miguel en un estado peor de lo que lo había dejado me aterrorizaba, pero la necesidad de saberlo seguro me impulsaba hacia adelante.
Después de horas de caminata, llegué a la cabaña donde había encerrado a Miguel. La puerta estaba desgarrada, las maderas rotas y esparcidas por el suelo como testigos mudos de una lucha desesperada o una fuga frenética. Dentro de la cabaña, todo estaba en desorden, y un olor fétido y penetrante llenaba el aire. Busqué algún indicio de Miguel, alguna nota, algo que me pudiera decir qué camino había tomado después de escapar, pero no había nada. Solo el vacío y el silencio.
Decidí seguir las huellas que se adentraban más en el bosque. A medida que avanzaba, el ambiente se volvía más opresivo. Los susurros de los árboles eran ahora más claros, como si estuvieran hablando entre ellos, alertándose de mi presencia.
«¿Miguel?» llamé varias veces, mi voz cada vez más débil frente al coro de susurros. No hubo respuesta, solo el eco de mi propia voz devuelto por los árboles burlones.
El sol comenzaba a ponerse, y los pocos rayos que lograban penetrar el dosel del bosque daban a todo un tono rojizo, como si el mismo bosque sangrara. Fue entonces cuando lo vi. No a Miguel, sino algo peor: una sombra oscura y alargada que se movía entre los árboles. No era humana, era demasiado grande, demasiado errática en sus movimientos.
Corrí. Corrí como nunca había corrido antes, guiado solo por el instinto de supervivencia. La sombra me perseguía, sus pasos un eco sordo en el suelo del bosque. Tropecé con raíces y ramas, cada caída un recordatorio del peligro que me acechaba.
Finalmente, exhausto y sin esperanzas, me escondí detrás de un gran árbol caído. La sombra pasó de largo, su forma difusa apenas visible entre la creciente oscuridad. Esperé allí, sin moverme, hasta que los sonidos de sus pasos se desvanecieron.
Cuando la noche cayó completamente, me arrastré fuera de mi escondite. El frío de la noche calaba mis huesos, y la luna llena bañaba el bosque en una luz gélida. No sabía hacia dónde ir, pero sabía que no podía quedarme allí.
Caminé toda la noche, guiado por la luz de la luna, hasta que, exhausto, encontré un camino. Seguí el camino hasta llegar a la carretera, y no me detuve hasta estar seguro, lejos del Bosque del Olvido.
Ahora, sentado en la seguridad de mi hogar, escribo esto como una advertencia para cualquiera que escuche historias de un bosque donde los árboles susurran y el tiempo se detiene. No lo busquen. Algunos lugares están olvidados por una razón, y algunos secretos son demasiado oscuros para ser descubiertos.
Miguel, dondequiera que estés, espero que hayas encontrado paz. Yo nunca regresaré al bosque, pero sé que parte de mí se quedó allí, atrapada en el susurro de los árboles, en el eco de pasos que nunca cesan.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Hechizo del Olvido
La Sombra en el Bosque
La Noche en el Bosque Encantado
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.