Emily era una chica de 18 años que vivía con su madre en un pequeño apartamento al borde de la ciudad. Desde que su padre las había abandonado cuando tenía solo cuatro años, Emily había sentido un vacío que nunca pudo llenar. Encontró consuelo en la danza, convirtiéndose en una talentosa bailarina. Cada movimiento era una forma de escapar de la realidad, una forma de canalizar su tristeza y ansiedad. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, los problemas de la vida real seguían acechándola, como sombras en un rincón oscuro.
Una noche, después de una ardua práctica de ballet, Emily decidió tomar un atajo por un callejón oscuro para llegar a casa más rápido. Era tarde, y la ciudad dormía en un inquietante silencio. Los únicos sonidos eran el eco de sus pasos y el lejano murmullo del tráfico. De repente, unos hombres salieron de las sombras, rodeándola. Intentó gritar, pero una mano áspera cubrió su boca. Lo que siguió fue un episodio de terror que marcaría su vida para siempre. Aquellos hombres abusaron de ella, dejándola destrozada tanto física como emocionalmente.
Emily pasó semanas recuperándose, encerrada en su habitación. Su madre trataba de consolarla, pero el dolor y la rabia dentro de ella crecían como una tormenta incontrolable. La danza ya no era suficiente para calmar su tormento interno. Su mente estaba dominada por una única idea: venganza. Juró que haría pagar a cada uno de aquellos hombres por lo que le habían hecho.
Comenzó a investigar y descubrió las identidades de sus atacantes uno por uno. El primero fue un hombre que trabajaba en una fábrica cercana. Emily lo siguió hasta su casa y esperó hasta la noche. Se escabulló dentro y lo sorprendió mientras dormía. Con una frialdad que nunca supo que poseía, lo atacó, asegurándose de que sintiera todo el miedo y el dolor que ella había sufrido. Cuando terminó, se quedó mirando su obra, sintiendo una extraña satisfacción mezclada con una profunda tristeza.
El siguiente en su lista era un camarero en un bar del centro de la ciudad. Emily se disfrazó y entró al bar, observándolo desde una esquina oscura. Esperó hasta que saliera al callejón para tomar un descanso y lo atacó con la misma brutalidad que al primero. Con cada ataque, su corazón se endurecía más y más, alejándose de la dulce bailarina que alguna vez fue.
A medida que continuaba su misión de venganza, Emily se dio cuenta de que el último hombre en su lista era el líder del grupo. Este hombre era conocido por ser cruel y despiadado, y encontrarlo no fue tarea fácil. Durante su búsqueda, descubrió algo que la sacudió hasta lo más profundo: aquel hombre no solo era el líder del grupo que la atacó, sino también su propio padre.
La revelación fue un golpe devastador. El hombre que la había abandonado a ella y a su madre había vuelto a su vida de la manera más horrenda posible. Emily se debatió entre el odio y la confusión, pero su sed de venganza no disminuyó. Decidió enfrentarse a él, no solo por lo que le hizo a ella, sino por todas las mentiras y el dolor que había causado a lo largo de los años.
Una noche, se enfrentó a su padre en un viejo almacén abandonado. La confrontación fue intensa, llena de gritos y lágrimas. Su padre intentó manipularla, pero Emily estaba decidida. En el caos del enfrentamiento, logró acorralarlo y, con un grito de liberación, lo mató. Sin embargo, en ese momento, uno de sus hombres apareció y le disparó. Emily cayó al suelo, sintiendo cómo la vida se desvanecía lentamente.
Cuando abrió los ojos, todo era blanco. Se encontraba en una habitación acolchada de un manicomio. Intentó levantarse, pero su cuerpo estaba débil. Desde la pequeña ventana de la puerta, vio a un hombre disfrazado de doctor. Al principio, no lo reconoció, pero cuando sonrió, un escalofrío recorrió su cuerpo. Era su padre, mirándola con una sonrisa siniestra. Emily gritó horrorizada, atrapada en un ciclo interminable de terror y locura.
En su mente, las sombras de aquellos hombres aún la perseguían, pero ahora, su peor pesadilla era darse cuenta de que nunca podría escapar. No había redención, no había paz, solo un eterno tormento. La dulce bailarina que una vez encontró consuelo en la danza ahora estaba perdida en un laberinto de horror, creado por aquellos que alguna vez confió y amó.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.