En la remota granja de los valles de Carolina, Jimena vivía una vida apacible junto a sus tres únicos animales: Cleo, Pedro y Leo. Cleo, el más astuto de los tres, no podía estar un fin de semana sin planear alguna travesura. Pedro, que aparentaba ser valiente, en realidad nunca había causado problemas, y Leo, el último en llegar, seguía a Cleo en todas sus aventuras sin cuestionar.
Una noche de luna llena, mientras Jimena revisaba el granero antes de irse a dormir, notó que algo no estaba bien. El silencio era más profundo de lo habitual, y una brisa fría soplaba a través de las rendijas del viejo madero. Preocupada, decidió investigar más a fondo.
Con linterna en mano, Jimena exploró cada rincón del granero. Al llegar al último establo, descubrió que Cleo, Pedro y Leo no estaban en sus lugares. En su lugar, encontró huellas extrañas en el suelo, que no parecían pertenecer a ninguno de sus animales. Eran más grandes y tenían una forma peculiar, como si una criatura desconocida los hubiese visitado.
Sintiendo un escalofrío recorrer su espina dorsal, Jimena siguió las huellas que la llevaban fuera del granero y hacia el oscuro bosque que bordeaba su propiedad. A pesar de su miedo, sabía que debía encontrar a sus animales y asegurarse de que estuvieran a salvo.
Adentrándose en el bosque, la luz de la luna iluminaba el camino mientras la noche se poblaba de sonidos desconocidos. Después de lo que parecieron horas, Jimena escuchó risas y charlas provenientes de una clareira iluminada por la luz de unas antorchas. Al acercarse sigilosamente, descubrió a Cleo, Pedro y Leo, quienes parecían estar participando en una extraña reunión con otras criaturas que jamás había visto.
Estas criaturas, aunque de aspecto alarmante, con sus grandes ojos y largas garras, no parecían agresivas. Cleo estaba contando historias de sus travesuras, Pedro escuchaba atentamente, y Leo, aunque inicialmente asustado, ahora miraba con curiosidad. Jimena, aliviada pero aún confundida, decidió intervenir.
«¿Qué está pasando aquí?» Preguntó con voz firme. Las criaturas se sobresaltaron, y Cleo corrió hacia Jimena. «Lo siento, Jimena,» empezó a explicar, «nos encontramos con estos nuevos amigos y nos invitaron a su reunión. Prometieron no hacernos daño.»
Las criaturas, que resultaron ser guardianes del bosque, explicaron que habían observado la granja de Jimena durante mucho tiempo y querían establecer un lazo amistoso con los residentes de la granja, ya que compartían el bosque y sus recursos. Agradecida por la amabilidad de los guardianes y aliviada por encontrar a sus animales sanos y salvos, Jimena decidió que podría ser beneficioso para todos mantener una relación amistosa.
Desde esa noche, la granja de Jimena no solo estuvo protegida por sus tres leales animales, sino también por los guardianes del bosque. La granja nunca volvió a ser la misma; se llenó de magia y misterio, creando una armonía perfecta entre la naturaleza y sus habitantes.
El miedo inicial que Jimena había sentido se transformó en fascinación y respeto por las criaturas del bosque, y todos en la granja aprendieron que a veces, lo desconocido no tiene por qué ser temido, sino que puede ser una oportunidad para hacer nuevos amigos y descubrir maravillas inesperadas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.