En un pequeño pueblo rodeado de un denso y antiguo bosque, vivían dos amigos inseparables llamados María y Juan. Ambos tenían once años y compartían una pasión por la aventura y el misterio. María era valiente y decidida, con su largo cabello oscuro y su chaqueta roja que siempre llevaba puesta. Juan, por otro lado, era curioso y siempre tenía una chispa de emoción en sus ojos castaños, especialmente cuando vestía su sudadera azul favorita.
Una noche, mientras jugaban cerca del límite del bosque, escucharon una historia que les heló la sangre. Un anciano del pueblo les contó sobre una casa abandonada en el corazón del bosque, conocida como la Casa de los Susurros. Según la leyenda, aquellos que se aventuraban allí por la noche podían escuchar voces misteriosas y ver sombras que se movían por su cuenta.
María y Juan, intrigados y llenos de valentía, decidieron explorar la Casa de los Susurros esa misma noche. Armados con linternas y una mezcla de emoción y miedo, se adentraron en el bosque, guiados por la luz de la luna que apenas penetraba a través de las copas de los árboles.
El bosque estaba envuelto en una espesa niebla que hacía difícil ver más allá de unos pocos metros. Los árboles, altos y retorcidos, parecían vigilar cada uno de sus movimientos. De repente, escucharon un crujido a su izquierda. Ambos se detuvieron, conteniendo la respiración. Pero no era más que un ciervo que huía asustado.
«Esto no es nada», dijo María, tratando de sonar valiente. «Vamos, la casa no puede estar muy lejos».
Después de caminar durante lo que parecieron horas, finalmente vieron la silueta de la casa. La estructura estaba en ruinas, con ventanas rotas y puertas colgando de sus bisagras. El aire alrededor de la casa estaba notablemente más frío, y una sensación de inquietud se apoderó de ellos.
«¿De verdad vamos a entrar?», preguntó Juan, sintiendo un nudo en el estómago.
«Claro que sí», respondió María, aunque su voz traicionó una pizca de nerviosismo. «No hemos venido hasta aquí para echarnos atrás ahora».
Empujaron la puerta con cuidado y esta se abrió con un chirrido espeluznante. Dentro, el aire estaba cargado de polvo y un olor a humedad. Encendieron sus linternas y comenzaron a explorar. Cada paso que daban hacía eco en el silencio de la casa, amplificando sus temores.
De repente, escucharon un susurro. «Salgan de aquí…» María y Juan se quedaron congelados. El sonido parecía venir de todas partes y de ninguna a la vez.
«¿Lo escuchaste?», susurró Juan, sus ojos muy abiertos de miedo.
«Sí», respondió María, su voz apenas un murmullo. «Pero sigamos. Podría ser el viento».
Continuaron caminando, pero los susurros se hicieron más frecuentes y claros. «No están solos…» «Váyanse mientras puedan…»
Justo cuando estaban a punto de darse la vuelta, notaron una luz que brillaba débilmente en una de las habitaciones. Se acercaron cautelosamente y vieron una figura oscura sentada en una silla, de espaldas a ellos. La figura parecía estar escribiendo algo en un viejo diario.
«¿Quién eres?», preguntó María con valentía, aunque su voz temblaba.
La figura no respondió. En cambio, el susurro se hizo más fuerte: «Han despertado a los espíritus…».
De repente, la figura se desvaneció en el aire, dejando caer el diario al suelo. Juan lo recogió y lo abrió con manos temblorosas. Las páginas estaban llenas de notas y dibujos de extrañas criaturas y eventos sobrenaturales. Pero lo más inquietante era la última entrada, que estaba fechada esa misma noche. Decía: «Los niños valientes han venido. Ellos serán la última pieza del rompecabezas».
María y Juan se miraron, aterrorizados. Sabían que tenían que salir de allí inmediatamente. Corrieron hacia la puerta, pero esta se cerró de golpe ante ellos. Los susurros ahora eran gritos: «No pueden irse…».
Buscando desesperadamente una salida, encontraron una ventana rota y lograron escabullirse por ella. Corrieron a través del bosque, sin mirar atrás, hasta que llegaron al borde y se detuvieron, jadeando por el esfuerzo.
Cuando finalmente estuvieron a salvo en el pueblo, miraron hacia el bosque y vieron una luz brillante proveniente de la casa. Sabían que algo oscuro y poderoso residía allí, y que habían tenido mucha suerte de escapar.
Desde esa noche, María y Juan nunca volvieron a acercarse al bosque. La Casa de los Susurros quedó como una advertencia de que algunas puertas no deberían abrirse, y algunos misterios, permanecer sin resolver.
El pueblo siguió contando la historia de los dos niños valientes que se atrevieron a enfrentar la oscuridad, pero solo ellos sabían lo cerca que habían estado de convertirse en parte de la leyenda para siempre.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Conjuro Maldito
Joaquín y Lukas en el Bosque de las Sombras
Oso en el Bosque Misterioso
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.