Andrés, Luis, Andrea y Karla eran amigos inseparables. Cada tarde después de la escuela, se reunían en el parque del barrio, un lugar lleno de hojas secas, risas y aventuras. Pero esa tarde en particular, el viento soplaba con un aire distinto, casi como si susurrara un secreto oscuro. Mientras llevaban a cabo su habitual juego de escondidas, Andrés, el más atrevido del grupo, sugirió algo diferente.
—¿Y si en lugar de escondernos, contamos historias de terror? —propuso, con una chispa en los ojos.
A pesar de que a algunos les daba un poco de miedo la idea, todos aceptaron. Nadie quería parecer cobarde. Así que se sentaron en círculo bajo un gran árbol cuyos ramas crujían como si estuvieran vivas. La luz de la tarde empezaba a desvanecerse, y las sombras se alargaban, creando un ambiente perfecto para las historias escalofriantes.
—Yo empiezo —dijo Karla, envuelta en un alterado nerviosismo—. ¿Han escuchado la historia de la casa de la colina?
Andrea, que siempre había sido cautelosa, apretó los labios, pero al final decidió mantenerse en silencio. Luis, que siempre tenía algo gracioso que decir, bromeó,
—¿La que está abandonada? Esa es solo una leyenda urbana. ¡No es más que una casa vieja!
Karla hizo un gesto despectivo. Su mirada intensa reflejaba el interés del grupo.
—¿No saben que según cuenta la leyenda, las noches de luna llena, se puede ver a una sombra asomándose por la ventana? Dicen que es el alma de una niña que se perdió en el bosque.
Luis soltó una risa sarcástica.
—¡Vamos! Eso son solo cuentos para asustar a los niños.
—No hables así, Luis. —intervino Andrea—. A veces, las leyendas tienen algo de verdad.
Karla continuó, ignorando la interrupción.
—Los que se han acercado a esa casa han escuchado susurros y han visto cosas extrañas. ¡Dicen que los que entran nunca regresan!
Andrés, que siempre había sido el más valiente, comentó de manera reflexiva:
—Podríamos ir a la casa un día de estos.
Todos se quedaron en silencio por un momento, como si el aire se hubiera vuelto más denso. Finalmente, se miraron con complicidad, y una risa nerviosa llenó el ambiente mientras cada uno asentía con la cabeza.
Después de un rato, cuando las sombras se hicieron más profundas y el cielo se tornó de un color grisáceo, llegó un nuevo personaje al parque. Era Julián, un chico mayor que vivía en el barrio. Era conocido por ser el más sabio entre los niños, siempre lleno de conocimientos sobre leyendas y misterios.
—¿Qué hacen aquí, pequeños exploradores? —preguntó con un tono juguetón, acercándose al grupo.
Andrés no perdió la oportunidad y le preguntó:
—¿Has escuchado de la casa de la colina?
Julián sonrió, sus ojos brillaron con un aire de intriga.
—¿La casa de la colina? Claro que sí. Es un lugar fascinante. Hay cuentas de que hace años, una niña se perdió. La leyenda dice que si escuchas su voz, ella puede guiarte a su secreto…
La atmósfera se cargó de misterio, y una sensación de adrenalina brotó en los corazones de los amigos. Julián, notando el interés de todos, prosiguió:
—Pero… también advierten que es un lugar peligroso. No deben acercarse sin estar preparados.
—¿Preparados para qué? —preguntó Karla, asustada pero emocionada.
—Preparados para enfrentarse a sus peores miedos, para aceptar que algunas cosas no deben ser descubiertas. —dijo Julián con un tono grave.
Luis, entusiasmado por el desafío, propuso:
—Podríamos ir esta noche. Solo por curiosidad. Además, ya ninguna de esas leyendas nos asusta.
Andrés lo miró, y un brillo de emoción iluminó su rostro.
—¡Sí! Vamos a ir.
Karla se sintió algo ansiosa, pero la idea de ser valiente la motivó. Andrea, sin poder contenerse, dijo (con mucha cautela):
—Está bien, pero solo si todos estamos juntos.
El grupo acordó salir esa misma noche. Con el corazón acelerado y una linterna para iluminar el camino, se prepararon. La luna llena brillaba en el cielo, y la noche parecía especialmente mágica y tenebrosa.
Al acercarse a la colina, el camino se tornó oscuro, y la vegetación se volvió densa. El sonido de las hojas crujientes debajo de sus pies parecía amplificarse en la noche. A medida que se acercaban, la casa se alzaba entre las sombras, desmoronada pero imponente, como si el tiempo hubiera decidido olvidarla.
—Miren, ahí está —dijo Andrés, señalando hacia la oscura silueta de la casa.
Los amigos comenzaron a sentir un escalofrío. A pesar de su valentía, el temor empezó a apoderarse de ellos.
—Quizás debamos dar la vuelta —sugirió Andrea, ya sintiendo mariposas en el estómago.
Karla asintió, pero Luis, sin querer perder la oportunidad de demostrar su valor, insistió:
—No, tenemos que entrar. Esto es solo una casa vieja, nada más.
Julián, que había estado escuchando en silencio, tomó la delantera y, decidido, abrió la puerta chirriante. El interior estaba envuelto en oscuridad, y un aire frío los envolvió como un abrazo gélido. ¡Era como entrar en otro mundo!
—Vamos, ¿quién es el primero? —preguntó Julián, como un verdadero líder.
Andrés, mirando a Luis, se armó de valor y se aventuró primero con la linterna, iluminando el camino. Las paredes estaban cubiertas de polvo y telarañas; el olor a moho llenaba el ambiente, mientras que los amigos comenzaban a avanzar cautelosamente. Los eco de sus pasos resonaban y parecían duplicarse al cruzar el umbral.
—Esto es más espeluznante de lo que pensé —murmuró Andrea.
Andrés, sin embargo, estaba decidido a no dejar que le afectara el miedo y se adentró más al interior. Lo siguieron, temerosos pero emocionados. Luis, que de repente se sintió un poco inseguro, llegó más cerca de Andrea y Karla.
Mientras exploraban las habitaciones oscuras, sucedió algo inusual: un susurro recorrió el aire. Era un leve murmullo, casi imperceptible, pero suficiente para que los cuatro se miraran con miedo y sorpresa.
—¿Lo escucharon? —preguntó Karla, sintiendo un escalofrío que le atravesó la espalda.
—Fue solo el viento —respondió Luis, intentando tranquilizarlos.
Pero Julián, que parecía más atento, elevó el dedo a sus labios, pidiendo silencio. La habitación estaba repleta de sombras que se movían lentamente. Todos comenzaron a sentir que había algo extraño en la atmósfera.
—Vamos, sigamos explorando —insistió Julián con curiosidad.
De repente, un grito desgarrador resonó en el aire y todos se paralizaron. Era como si algo estuviera asomando desde lo más profundo de la casa. Karla cubrió su boca con las manos mientras que el pánico comenzó a brotar en cada uno de ellos.
—Salimos de aquí —dijo Andrea, y comenzó a retroceder, pero no había forma de salir sin que las sombras las atraparan.
—No, esperen, tal vez podamos averiguar qué fue eso —señaló Julián, más intrigado que asustado.
—¿Qué? ¿Averiguar? ¡No estoy para nada de acuerdo! —replicó Karla asustada, el temor inundando su voz.
Andy, sintiéndose valiente, miró de nuevo hacia la oscuridad y preguntó en voz baja,
—¿Quién está ahí?
El murmulló se intensificó, y de la nada, una figura apareció. Era una niña con el rostro pálido y ojos grandes, que miraba con tristeza. Su vestido blanco ondeaba con el viento. Era la misma niña de la leyenda.
—No me dejen, por favor… —susurro la niña, su voz resonando en el aire, llenando el ambiente con su tono melancólico.
Los cuatro amigos se miraron, paralizados y confundidos. Luis, olvidando el miedo, fue el primero en acercarse.
—¿Qué te pasó? —preguntó, lleno de curiosidad.
La niña sonrió, pero había tristeza en sus ojos.
—Estoy atrapada aquí. Necesito su ayuda para salir de este lugar. —dijo, alzando su mano como si las invitara a acercarse.
Andrés sintió un tirón en su corazón; no podía dejar que algo tan triste quedara sin respuesta.
—¿Cómo podemos ayudarte? —preguntó, acercándose más.
La niña les contó que había estado en la colina durante muchos años, esperando que alguien la liberara. Les explicó que el pasado la había atrapado allí, un eco de dolor y desamor. Deseó que alguna vez pudieran entender y encontrar su secreto.
—No tengo miedo de enfrentar el pasado —dijo Julián, mirando a sus amigos.
Los otros cuatro lo siguieron, ahora decididos a ayudar a la niña.
—¿Qué necesitamos hacer? —preguntó Karla, todavía sintiéndose nerviosa.
La niña les pidió que encontraran un viejo relicario que había pertenecido a su madre, escondido en una de las habitaciones de la casa. Al parecer, al recuperar el relicario, podría liberar su alma.
Así, los cinco comenzaron a buscar en cada rincón de la vieja casa. Volvieron a recorrer los pasillos apagados, cada vez con más determinación. Lucharon contra su miedo y recorrieron cada habitación, mientras la sombra de la niña los guiaba.
Después de lo que pareció una eternidad, encontraron el relicario. Estaba en el suelo de una habitación escondida, cubierto de polvo y telarañas, como si años de abandono hubieran intentado ocultar su valor.
Andrés lo levantó con cuidado, sintiendo una conexión especial con aquel objeto. Era un antiguo relicario adornado con intrincados detalles de flores y un bello brillo dorado.
—Lo tenemos —dijo Andre emocionado.
La niña apareció de nuevo, su cara iluminándose con una sonrisa, clara y llena de esperanza.
—Ahora, por favor, abrirlo —dijo, su voz resonando con urgencia.
Andrés, sintiendo que todo estaba en juego, abrió suavemente el relicario. En su interior, había una pequeña pero brillante luz que aumentaba de intensidad.
Justo en ese momento, un fuerte viento sopló hacia el interior de la casa, y una risa suave pero alegre llenó el aire. La niña miró a sus amigos y les agradeció.
—Gracias por liberarme. Ahora puedo estar en paz.
Poco a poco, su figura comenzó a desvanecerse, y una cálida luz envolvió a los cuatro amigos. Los ecos de la casa comenzaron a desvanecerse, y se sintieron ligeros, como si hubieran dejado atrás el peso del pasado.
La noche envolvía la colina mientras el grupo salía de la casa, del lugar que les había llevado a vivir una aventura inesperada. La luna brillaba más que nunca, iluminando su camino de regreso.
—No puedo creer lo que acaba de suceder —dijo Karla, con una mezcla de alegría y alivio.
—Nunca había sentido algo tan intenso —expresó Luis, mientras se reía de nervios.
Andrés sonrió, sintiendo el calor de la amistad y la valentía en sus corazones.
—Hoy aprendimos algo importante. A veces, los miedos son solo sombras. Y enfrentarlos puede ayudarnos a liberar a otros y a nosotros mismos.
Todos asintieron. Ahora entendían que la historia de la casa de la colina tenía un sentido real. Había enseñado no solo sobre el valor, sino también sobre la importancia de la comprensión y la bondad.
Desde esa noche, la leyenda de la casa no era solo un cuento de terror, sino una historia de amistad, valor y redención. Y así, volvieron a reir, llenos de historias que contar, sintiéndose más unidos que nunca. Cada día, después de la escuela, volvían al parque, pero aquella noche, en específico, habían descubierto el verdadero significado de ser valiente, y esas lecciones jamás las olvidarían.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.